6.9.12

Cocinado como base de cocol


Terminas de leer A wevo, padrino, y lo primero que expresas, entusiasmado, es “¡A güevo, padrino!”, mientras dudas entre cerrar el libro o leerlo de nueva cuenta, de un golpe. Inmediatamente piensas que Mario González Suárez ideó ese título para embarrarte en la cara y en los oídos que él también puede escribir una “novela del narco” poderosa, vertiginosa, verosímil, a pesar de que es un chilango ilustrado. La novela impacta por la contundencia del anecdotario y por la rapidez con la que se suceden los hechos, pero también por el lenguaje. González Suárez dice de una de sus protagonistas, “la Gáby”, que con su lengüita “pule, limpia y da esplendor” a más de un glande, así como González Suárez bruñe el lenguaje y lo enriquece con el léxico de la perrada chera, buchona, botuda, cochi o sicaria de Mazachúsetz, Chiwawa, Waxaca, San Pancho o Wanatos. Es el manejo de un lenguaje afiligranado, cocinado como base de cocol, el que le otorga al relato de González Suárez la potencia, el vértigo y la verosimilitud. (Pero no estamos únicamente ante un registro ingenioso de un vocabulario. No. Qué güeva leer a un autor sólo porque colecciona palabras como mariposas disecadas). Ante todo, A wevo, padrino está planteada como una novela que brinda una reflexión sobre la fragilidad de nuestro destino, sobre lo vanos que son nuestros actos en el desarrollo de una vida que nosotros no dirigimos. Así, puede que un día entres a una marisquería y te encuentres a un cabrón narco como el Jaime Cuéllar, chaca de Mazachúsetz, quien te pescará, no te dejará ir, y a partir del encuentro modificará tus planes, desaparecerá tu nombre, tendrás que borrar tus recuerdos y aún pasarás por encima de tu familia, alterando para siempre lo que considerabas “tu” destino. Deberás, entonces, encontrar tu “nuevo” destino entre cocoa, mansiones con fiesta permanente, un chingo de bala y tropa y cogidas furtivas con morrillas que, como tú, esperan encontrar su sino “allá en el Rancho Grande”. A wevo, padrino es un desbordado registro de las cualidades narrativas de un chilango ilustrado, de lengua pulida y esplendorosa, que nos lleva a cuestionarnos sobre las posibilidades de alterar el estado anímico de Dios o la ruta que algún hijo de perra traza para "nuestro" destino.

por Jaime Magdaleno

Mario González Suárez. A wevo, padrino. México, Mondadori, 2008 

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