5.6.16

Sergio Pitol para imbéciles

No me gusta la literatura de Sergio Pitol. El temperamento de sus personajes me parece acartonado, plano, sin conflicto. Por otro lado, sus obsesiones sobre un pasado caduco, de aristocracias rancias, abolengos disminuidos y existencias nostálgicas están lejos de mi experiencia vital, pues la única aristocracia que yo conozco es aquella que distingue a los que llegan al final de la quincena sin pedir prestado de los que no; el conocimiento de mi abolengo se remonta sólo dos generaciones atrás: a la imagen de mi abuelo que pastaba vacas y borregos en un pueblo sin plaza, escuela ni luz eléctrica, y, además, en mi existencia no hay lugar para la nostalgia pues no me gusta recordar que en mi infancia nunca vi las caricaturas en un televisor con color ni mejoré mi destreza y memoria reproduciendo los tonos arbitrarios que el Fabuloso Fred componía. Y, sin embargo, cuando tomé El Arte de la Fuga y comencé a leerlo, ya no pude parar. Surgió en mí una necesidad -gozosa- de seguir hasta el final. No me importó llegar a la página 125 sin conocer el lugar (la temática, la anécdota, “el mensaje”) al cual Pitol me quería llevar: yo me sumergí en la lectura y de allí logré salir únicamente obligado por las circunstancias del momento: una llamada telefónica, una cita impostergable, la necesidad imperiosa de ir al water, o las obligaciones ya desesperantes de un trabajo aborrecido por necesario -en fin: me refiero a las proezas y tribulaciones cotidianas que experimenta cualquier lector citadino. Pensé, entonces, que la lectura de El arte de la fuga me evadió de los suplicios y pesares de la existencia inmediata: al contemplar con Pitol un tríptico de Max Beckmann en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, o al acompañarlo, eso sí, nervioso y elegante como él, a una cita con Tabucchi o Vila-Matas, o a una revisión de textos con Monsiváis, Arreola y Pacheco, me fugué con él de mi vida anodina, monocromática, arrinconada.... Ahora reflexiono y me doy cuenta de que yo mismo soy un personaje “plano, acartonado, sin conflicto” como los de Pitol. Aunque mi abolengo no sea rancio ni mi árbol genealógico se muestre disminuido, comulgo, con desazón, con el temperamento contenido de sus personajes, con la simpleza de sus obsesiones, con la fugacidad de sus pasiones. Allí me doy cuenta: la obra de Pitol no me gusta porque, en cierta medida, el temperamento de algunos de sus personajes refleja lo que yo soy y no me gusta ser. Pero, a su vez, como el reflejo que observo me da una visión de otra parte de mi vida -fofa, sosa, aburrida, predecible, cobarde- no puedo apartar la vista de ese espejo... Y entonces resulta que sí: a güevo que sí: sí me gusta la literatura de Sergio Pitol aunque, de entrada, afirme que no me gusta, nada más para despistar a los estúpidos. 

II

Sergio Pitol no es un escritor desequilibrado.
Sergio Pitol no es un autor desbocado.
Sergio Pitol no un escritor desmesurado.
Sergio Pitol no es un autor perdulario.

En ese (esos) sentido (s), se podría pensar que Pitol no es un escritor arriesgado, pues recurre a géneros literarios específicos, sin alterar en gran medida sus características formales. No obstante, inmediatamente pienso que de nueva cuenta estoy cometiendo un error de apreciación (o pretendiendo embaucar a los imbéciles). La narrativa de Pitol es una suma de géneros literarios que, yuxtapuestos, embrocados, encabalgados, desplazados y/o acompasados unos con otros, entregan una manera novedosa de narrar. Por ello, pienso, en la obra de Pitol no hay desmesura (Pitol no es un bravucón impredecible como Aquiles) pero sí hay aventura (sí es un lúcido e inspirado estratega a la manera de Héctor). Y es esta conjunción la que provoca mi atención absoluta; de tal manera que, cuando leo a Pitol, no sólo estoy proyectando secuencias narrativas para reconfigurar significados, sino también (aunque suene a mamonería pretenciosamente académica) voy identificando y reconstruyendo estructuras y géneros literarios.

He allí otra razón por la que, absorto, no tengo mirada para algo más mientras recorro sus páginas. Así que: si usted me mira con un libro de Sergio Pitol sobre las manos, le suplico algo: tenga la amabilidad de no estar chingando. 

III

Pienso que  Pitol es un autor exclusivamente para literatos.

No sé si esto sea demeritar su obra (no lo creo: una obra no se demerita por un juicio tan pendejo).


Y aunque también creo que éste puede ser otro error de apreciación, por lo menos así explico que, hace unos años, no haya podido avanzar en la lectura de Pitol. No obstante, ahora que me interesa comprender sus preocupaciones formales, sus investigaciones sobre el impulso de la escritura, sus entramados narrativos, las anécdotas con compañeros escritores, sus estrecheces económicas y sus afanes intertextuales, observo en Pitol a un autor para literatos, sí, aunque también, y sobre todo, a un narrador avezado, avispado, nada complaciente, que intenta urdir tejidos textuales siempre diferentes, diversos, complejos, por lo que afirmo que Sergio Pitol no es un autor para incautos o imbéciles, como usted comprenderá.  

por Jaime Magdaleno

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