12.5.16

Boca de Lobo

Disfrutaba caminar por el bosque de Chapultepec. Sobre todo en días fríos y húmedos. Ritual habitual: la soledad de sus pasos. De su cuerpo. Porque ahí sentía el cuerpo más que en cualquier otro lado. Su piel estaba tibia, cobijada por un suéter de lana gris y pantalones de pana del mismo color. El cabello, largo, iba suelto. Olía a shampoo de flores. O al menos eso pensaba. O así lo quiere recordar. Ese cabello se revolvía con el viento. El aire lo estrujaba, lo erizaba, lo sacudía hasta dejarlo desperdigado sobre su frente que pensaba: quiero abrazar y besar a alguien. Quiero sentir que alguien rodea mi cuello, siente mi cuerpo cálido, se arremolina sobre mis pliegues que huelen a fruta fresca, a durazno. Pero si quería a alguien, ¿qué hacía caminando sin compañía por un rincón del bosque de Chapultepec? ¿Ahí encontraría a alguien? Improbabilidad  evidente: en ese lugar sólo se movían las ramas de los pinos, las patitas raudas de las ardillas, las gotas de agua al caer de las hojas verdes. 

Era feliz en su infelicidad solitaria. 

O la soledad infeliz provocaba felicidad en sus paseos. 

No lo sabe.

Tampoco en ese tiempo lo sabía. 

Lo evidente era que le gustaba estar en el bosque, respirando el olor a musgo de las piedras, de la tierra sobre sus pies. Y pensaba en escribir todo eso. Sólo que no sabía cómo traducir esa sensación placentera de caminar por el bosque de Chapultepec, deseando hacer el amor con alguien, pero disfrutando su soledad-acompañada de la humedad del prado y del horizonte verde en donde no existía nadie. Hasta la fecha no sabe cómo decirlo, aunque lo intenta, pues parte del convencimiento de que las palabras no empobrecen las sensaciones. 

-Es falso que las palabras no basten para describir nuestros estados extáticos. En todo caso, son mis palabras; es decir, las limitaciones de mi lengua lo que no me permite transmitir el gozo que representó encontrar esa cueva de piedra negra en donde encontré la eternidad. 

El Monolito Volcánico contenía olor a tierra estancada. Era una Boca de Lobo profunda, en donde los pasos y la visión del cuerpo desaparecieron de la faz de la tierra. Del mundo de la luz y el movimiento perceptible. Predecible. Tiene la tentación de decir que de pronto todo perdió peso y gravedad, pero no, no fue eso, pues sentía cómo las piernas se posaban sobre algo. El problema es determinar lo que fuera ese algo. 

-¿Por qué lo visual es tan determinante al momento de expresar algo? Se dice que las imágenes provocan relatos. Y que las experiencias adquieren sentido a partir de nuestros relatos. ¿Acaso entonces este relato se ha metido en un callejón sin salida al quedarse sin luz y por consiguiente sin imágenes y sin palabras? 

Nada de eso: estaba dentro del Monolito Volcánico o Boca de Lobo que, de tan oscura, no fue capaz de describir, pero no por eso se debe pensar que dejó de sentir. Algo había debajo de sus pies y ahora que lo recuerda bien algo se movía alrededor de su cuerpo, al que no veía, pero 
S
E
N
T
Í
A

La calidez del bosque se convirtió en un escalofrío esférico que invadió su cuerpo hasta cercarlo y apretarse contra él. Sin ver algo, sólo percibiéndolo, imaginó una serpiente amenazando con enroscarse sobre su cintura. Luego vio la cola de un dragón pasar sobre su mirada a oscuras pero con destellos de luz, de esas ráfagas que brillan cuando cerramos los ojos y vemos puntos de colores. Así lo vio:

r   í   o   s   d   e   c   o   l   o   r

pasando sobre su mirada que advirtió asombrada eso para después extraviarse sobre la negritud de la nada. Los pies se hundieron sobre una masa viscosa: los sacó sin dificultad, aunque permanecieron mojados desde entonces. Caminó. Anduvo a tientas por un camino frío que transpiraba humedad. Escuchó un movimiento. Algo se movió en algún punto y después invadió su cuerpo. Tal vez fue la cola del dragón, gruesa y afilada aunque ahora sin color, lo que le apretó los brazos, la cintura, las caderas, las piernas. Luego, se introdujo por su boca. Similar a una inyección, depositó un líquido helado y amargo para inmediatamente después emerger y escurrirse por su barbilla, su pecho, su entrepierna. Desapareció. 


En estado de pánico, retomó el difícil camino hacia una salida que no encontraba por ningún lado pues todo estaba oscuro. Imaginó que el final de ese túnel largo y húmedo estaría lleno de luz pero no, pues cuando emergió se sintió en otro lugar más oscuro y frío que el que acababa de transitar. ¿Cómo supo que había dejado un lugar para introducirse a otro? No fue una certeza, un hecho, sino un sentir: estaba en otro Espacio, más oscuro y glacial que la estela de una Galaxia Espiral demasiado remota como para tenerla orbitando Dentro de Sí 


por Jaime Magdaleno   

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