En
agosto de 1990 Paz organizó el encuentro internacional “El siglo
XX: la experiencia de la libertad”, con apoyo de sus opulentos
amigos de Televisa, Benson & Hedges, IBM, Casa Domecq, Petróleos
Mexicanos y otros anunciantes de su revista. Enrique Krauze,
subdirector de Vuelta, anunció que había invitado a 30
grandes intelectuales del extranjero, la mayor parte de Europa del
este, que cobraron cinco mil dólares y recibieron atención de cinco
estrellas. Era personal intelectual famoso por sus posturas
anticomunistas, ya que uno de los propósitos del Encuentro Vuelta
era celebrar la aparatosa derrota del socialismo; el muro de Berlín
había caído un año antes y Gorbachov, en la Unión Soviética, se
afanaba en su perestroika y su glásnost para
incorporar a la URSS al capitalismo. Procesos semejantes se daban en
la Europa del este. Además del acta de defunción del socialismo,
también era notable la propensión a exaltar la “economía de
mercado”, lo cual significaba un obvio espaldarazo al régimen de
Salinas. Por cierto, entre sus temas, el encuentro rehuía discutir
la situación mexicana, especialmente en cuanto a la democracia.
También se invitó a 17 intelectuales locales, entre los que se
hallaba el marxista Adolfo Sánchez Vázquez, quien, con el griego
Cornelius Castoriadis, era el token
para dar un aire de pluralidad y diálogo entre opuestos. Krauze
divirtió a todos cuando aclaró que se trataba de un “pluralismo
sin antipluralistas”; también explicó que no llamaron a Carlos
Fuentes o a Gabriel García Márquez porque “no invitamos a
intelectuales que defienden a dictaduras comunistas”.
El
encuentro consistió en 12 mesas redondas en un estudio cerrado de
Televisa San Ángel. No se abrió al público, porque “no quiero
que el diálogo vaya a romperse con la gritería del público; se
trata de evitar el asambleísmo”, dijo Krauze. Pero, eso sí, se
transmitieron por un canal de Cablevisión y los periodistas pudieron
cubrirlo por la televisión desde el salón de un hotel, pues se
trataba de tener el mínimo contacto con cualquier tipo de gente.
Octavio Paz fue un moderador inmoderado, que regañaba al que decía
algo que no le gustaba y que, como grillo asambleísta, siempre se
reservó la última palabra. Cuando el moderador era Krauze, desde el
escaso público Paz acaparaba la palabra para corregir, aprobar o
desaprobar a los demás. “Asistimos al fin del socialismo real y
también al fin del marxismo. Para que haya libertad es necesario el
mercado”, decía el poeta, inspirado. Durante
las sesiones se cantaron loas al libre mercado y al gobierno del
modernizador Salinas, con las discrepancias de Castoriadis, Sánchez
Vázquez y Monsiváis, y, como todo iba muy bien, Televisa accedió a
que la transmisión saliera del cable, que la limitaba enormemente,
para que pudiera iluminar al gran público a través del canal 5, con
cobertura nacional.
Fue
entonces cuando todo se echó a perder. El novelista Mario Vargas
Llosa, que venía de competir, y perder, por la presidencia de Perú,
habló de las dictaduras latinoamericanas, y Paz se molestó porque
entre ellas Varguitas incluyó a México. “No hemos tenido
dictaduras militares desde hace más de medio siglo. Hemos tenido,
sí, la hegemonía de un partido”, corrigió. Vargas Llosa entonces
sacó de sus casillas al poeta del libre mercado cuando asestó: “La
dictadura perfecta no es el comunismo, no es la Unión Soviética, no
es Fidel Castro, es México, porque es la dictadura camuflada.”
“Quizás hay que llamarla dictablanda”, sugirió Krauze. “Hemos
padecido la dominación hegemónica de un partido. Ni dictadura ni
dictablanda. Es un sistema peculiar”, terqueó Paz, pero México ya
había sido calificado como dictadura en transmisión nacional y a
horarios pico. Poco después, en una conferencia de prensa, Vargas
Llosa ratificó su caracterización del régimen mexicano y afirmó
que don Oct se había excedido en sus objeciones.
Paz
estaba furioso. En un coctel posterior siguió increpando a su viejo
y neoliberal amigo. Vargas Llosa intentó responderle, pero vio que
el enojo del poeta era mayúsculo y mejor se fue de ahí. “Lo que
dice Mario es inexacto. Ya no está en campaña”, decía Paz. Al
día siguiente, en vez de participar en otra mesa redonda, Varguitas
hizo sus maletas, tomó un avión y se regresó a Londres. Se comentó
muchísimo que su partida se debió a presiones de Televisa y del
gobierno mexicano. Todo esto echó a perder el Encuentro Vuelta.
A los dos días las siguientes mesas se pospusieron o se cancelaron y
todo se tuvo que modificar. Paz seguía molesto porque el novelista
había acaparado la atención, pues en varias publicaciones
internacionales éste insistió en que México era la dictadura
perfecta. El presidente Salinas de Gortari sólo comentó que Vargas
Llosa era un “buen novelista”, pero varios funcionarios
arremetieron contra el peruano. El medio cultural, por su parte, fue
profuso en críticas a Paz y al encuentro: intolerancia,
autoritarismo, dogmatismo, demagogia, voluntad inquisidora,
pontificación, filiación e interés por el poder fueron algunas de
las críticas. Arnoldo Córdova protestó porque no lo dejaron
hablar; “todavía estoy preguntándome por qué diablos me
invitaron”, dijo. Carlos Monsiváis tuvo que presentar por escrito
la réplica que no le permitieron y Víctor Hugo Rascón Banda, para
acabar pronto, dijo que el Encuentro de Vuelta era
“una vuelta a la edad media”. Por su parte, Gabriel García
Márquez, calificado por Paz de “patología ideológica”, aclaró:
“Es un error de diagnóstico.” Y Luis Cardoza y Aragón
consideró: “El de Paz es un pensamiento totalitario.”
Texto tomado, sin autorización expresa del autor (perdón, Agustín), de Tragicomedia Mexicana 3. La vida en México de 1982 a 1994, de José Agustín. Planeta, México, 1998. 264-266 p.p.
La dictadura perfecta. ¿Será?
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