4.4.14

Don Oct


En agosto de 1990 Paz organizó el encuentro internacional “El siglo XX: la experiencia de la libertad”, con apoyo de sus opulentos amigos de Televisa, Benson & Hedges, IBM, Casa Domecq, Petróleos Mexicanos y otros anunciantes de su revista. Enrique Krauze, subdirector de Vuelta, anunció que había invitado a 30 grandes intelectuales del extranjero, la mayor parte de Europa del este, que cobraron cinco mil dólares y recibieron atención de cinco estrellas. Era personal intelectual famoso por sus posturas anticomunistas, ya que uno de los propósitos del Encuentro Vuelta era celebrar la aparatosa derrota del socialismo; el muro de Berlín había caído un año antes y Gorbachov, en la Unión Soviética, se afanaba en su perestroika y su glásnost para incorporar a la URSS al capitalismo. Procesos semejantes se daban en la Europa del este. Además del acta de defunción del socialismo, también era notable la propensión a exaltar la “economía de mercado”, lo cual significaba un obvio espaldarazo al régimen de Salinas. Por cierto, entre sus temas, el encuentro rehuía discutir la situación mexicana, especialmente en cuanto a la democracia. También se invitó a 17 intelectuales locales, entre los que se hallaba el marxista Adolfo Sánchez Vázquez, quien, con el griego Cornelius Castoriadis, era el token para dar un aire de pluralidad y diálogo entre opuestos. Krauze divirtió a todos cuando aclaró que se trataba de un “pluralismo sin antipluralistas”; también explicó que no llamaron a Carlos Fuentes o a Gabriel García Márquez porque “no invitamos a intelectuales que defienden a dictaduras comunistas”.

El encuentro consistió en 12 mesas redondas en un estudio cerrado de Televisa San Ángel. No se abrió al público, porque “no quiero que el diálogo vaya a romperse con la gritería del público; se trata de evitar el asambleísmo”, dijo Krauze. Pero, eso sí, se transmitieron por un canal de Cablevisión y los periodistas pudieron cubrirlo por la televisión desde el salón de un hotel, pues se trataba de tener el mínimo contacto con cualquier tipo de gente. Octavio Paz fue un moderador inmoderado, que regañaba al que decía algo que no le gustaba y que, como grillo asambleísta, siempre se reservó la última palabra. Cuando el moderador era Krauze, desde el escaso público Paz acaparaba la palabra para corregir, aprobar o desaprobar a los demás. “Asistimos al fin del socialismo real y también al fin del marxismo. Para que haya libertad es necesario el mercado”, decía el poeta, inspirado. Durante las sesiones se cantaron loas al libre mercado y al gobierno del modernizador Salinas, con las discrepancias de Castoriadis, Sánchez Vázquez y Monsiváis, y, como todo iba muy bien, Televisa accedió a que la transmisión saliera del cable, que la limitaba enormemente, para que pudiera iluminar al gran público a través del canal 5, con cobertura nacional.

Fue entonces cuando todo se echó a perder. El novelista Mario Vargas Llosa, que venía de competir, y perder, por la presidencia de Perú, habló de las dictaduras latinoamericanas, y Paz se molestó porque entre ellas Varguitas incluyó a México. “No hemos tenido dictaduras militares desde hace más de medio siglo. Hemos tenido, sí, la hegemonía de un partido”, corrigió. Vargas Llosa entonces sacó de sus casillas al poeta del libre mercado cuando asestó: “La dictadura perfecta no es el comunismo, no es la Unión Soviética, no es Fidel Castro, es México, porque es la dictadura camuflada.” “Quizás hay que llamarla dictablanda”, sugirió Krauze. “Hemos padecido la dominación hegemónica de un partido. Ni dictadura ni dictablanda. Es un sistema peculiar”, terqueó Paz, pero México ya había sido calificado como dictadura en transmisión nacional y a horarios pico. Poco después, en una conferencia de prensa, Vargas Llosa ratificó su caracterización del régimen mexicano y afirmó que don Oct se había excedido en sus objeciones.

Paz estaba furioso. En un coctel posterior siguió increpando a su viejo y neoliberal amigo. Vargas Llosa intentó responderle, pero vio que el enojo del poeta era mayúsculo y mejor se fue de ahí. “Lo que dice Mario es inexacto. Ya no está en campaña”, decía Paz. Al día siguiente, en vez de participar en otra mesa redonda, Varguitas hizo sus maletas, tomó un avión y se regresó a Londres. Se comentó muchísimo que su partida se debió a presiones de Televisa y del gobierno mexicano. Todo esto echó a perder el Encuentro Vuelta. A los dos días las siguientes mesas se pospusieron o se cancelaron y todo se tuvo que modificar. Paz seguía molesto porque el novelista había acaparado la atención, pues en varias publicaciones internacionales éste insistió en que México era la dictadura perfecta. El presidente Salinas de Gortari sólo comentó que Vargas Llosa era un “buen novelista”, pero varios funcionarios arremetieron contra el peruano. El medio cultural, por su parte, fue profuso en críticas a Paz y al encuentro: intolerancia, autoritarismo, dogmatismo, demagogia, voluntad inquisidora, pontificación, filiación e interés por el poder fueron algunas de las críticas. Arnoldo Córdova protestó porque no lo dejaron hablar; “todavía estoy preguntándome por qué diablos me invitaron”, dijo. Carlos Monsiváis tuvo que presentar por escrito la réplica que no le permitieron y Víctor Hugo Rascón Banda, para acabar pronto, dijo que el Encuentro de Vuelta era “una vuelta a la edad media”. Por su parte, Gabriel García Márquez, calificado por Paz de “patología ideológica”, aclaró: “Es un error de diagnóstico.” Y Luis Cardoza y Aragón consideró: “El de Paz es un pensamiento totalitario.” 

Texto tomado, sin autorización expresa del autor (perdón, Agustín), de Tragicomedia Mexicana 3. La vida en México de 1982 a 1994, de José Agustín. Planeta, México, 1998. 264-266 p.p. 

1 comentario: