7.3.14

Disculpe las molestias que esta obra le ocasiona: modernidad y crítica de la modernidad



Construimos una casa a partir de unos planos que no revisamos a menos que los muros se agrieten. Confiamos en la efectividad de su sistema de drenaje a no ser que un día broten aguas negras de la coladera y, entonces, desazolvamos la tubería o abrimos el piso en busca del desperfecto. Por las noches, nos sentimos seguros al amparo de la iluminación aunque, si perdemos la luz por un desajuste en el sistema eléctrico, inmediatamente buscamos una lámpara y revisamos los fusibles. En fin: habitamos cómodamente la casa que construimos a menos que cruja desde sus cimientos o, por lo menos, hasta que manifieste los vicios ocultos en los que no reparamos al edificarla.

Desde fines del siglo XV, la humanidad occidental se abocó a la construcción de una casa a la que llamó “MODERNIDAD”. El nombre entrañaba un rechazo a las formas antiguas de vivir, identificadas con la “sumisión de la humanidad a fuerzas mágicas sobrehumanas que encantan el mundo mientras consagran la infelicidad”1. El hombre europeo afirmó su deseo de conseguir la felicidad construyendo un mundo que pudiera comprender, intervenir, controlar y modificar de acuerdo con sus necesidades y a partir de su razón. Para ello, se dispuso a desterrar el orden medieval y su concepción teocéntrica del mundo. 
 
En El pensamiento moderno, Luis Villoro nos recuerda que a fines de la Edad Media (s. XV d. C.) el hombre se apresta a deponer la idea de “centro” desde el punto de vista cósmico, metafísico y ontológico. La tierra deja de ser el centro del Universo. Pierde fuerza la concepción de la creación divina como origen de todo lo que existe. El hombre deja de ser una criatura más y se asume como un individuo que puede ir en busca de su destino. Se abandona, entonces, una inmovilidad cósmica y un determinismo metafísico y ontológico para dar paso a una lógica del movimiento, la expansión, la libertad y la posibilidad. 
 
La libertad del hombre le abre posibilidades de elegir para sí lo que más le convenga a su realización, misma que ya no persigue en la comunión con la divinidad sino mediante la búsqueda de su perfección personal. La dignidad humana, de la que habló Pico della Mirandola, se encuentra en desplegar las capacidades que el hombre posee de por sí y no en seguir los dictados de ninguna autoridad divina ni ley natural. “El individuo debe llegar a ser él mismo, insustituible, obra de sus propias manos. Desde entonces el individualismo será un rasgo de la modernidad”2, escribe Villoro. 
 
Este nuevo individualismo se expresa, las más de las veces, en un afán de conocer el mundo “ancho y ajeno” que siempre ha estado allí pero del cual se sabe muy poco. La era de los descubrimientos puede entenderse, así, como una arriesgada aventura de hombres que salen a buscar su destino en otras tierras, cuyo dominio y explotación les garanticen la movilidad social (y la acumulación de riquezas) que estaban tan restringidas por el sistema feudal durante la Edad Media. 
 
Además de la razón, dos son los “instrumentos” de los que se vale el hombre para convertirse en el artífice de su destino. De acuerdo con Villoro, el “ojo” permite registrar los objetos que el sujeto convertirá en materia de conocimiento, mientras que la “mano” hace posible la transformación de lo real por medio del arte y la técnica. Para el hombre moderno, la naturaleza es algo que puede verse, conocerse, utilizarse y transformarse. Ojo, mano e intelecto se combinan para dotar a la humanidad de la razón instrumental que ordena el mundo de acuerdo a sus necesidades. 
 
Ahora bien, el individuo de la razón instrumental no está solo. Junto con él conviven otros individuos que tienen el derecho a buscar la misma realización. La dignidad humana no es atributo de una clase, una casta o una persona: pertenece a todos y, por lo mismo, es indispensable crear las condiciones necesarias para que se manifieste. En su devenir histórico, el hombre moderno buscará crear sociedades que puedan garantizarle su derecho a realizarse como ser libre. Según Villoro, éste es el origen de

Las revoluciones políticas de los siglos XVII al XX [que] suponen la posibilidad de trastocar el estado social existente y de reconstruir la sociedad sobre la base de las voluntades concertadas; presuponen, por lo tanto, una creencia básica anunciada ya en el Renacimiento: el mundo en que el hombre puede realizarse es el que él mismo produce con su práctica 3.


La “casa de la modernidad” supone, en suma, un hombre que se coloca en el centro del Universo sustituyendo a la divinidad y otorgándose cualidades que, hasta el momento, estaban vedadas para él: libre acción, libre pensamiento, individualismo, posibilidad de alcanzar la felicidad por su propio esfuerzo, razón teórica para entender el mundo, razón instrumental para modificarlo mediante la técnica, racionalización de opciones políticas que ordenen la vida social. En esa casa habitamos. Esa es la casa que ha comenzado a resquebrajarse, a inundarse, a permanecer en penumbra. ¿Por qué? 
 
Bolívar Echeverría plantea una hipótesis: “la razón con la que se pretende vencer sobre el mito [arcaico] es ella misma un mito”4. Haber vivido ese mito a fondo, a plenitud, con todas sus aristas y hasta las últimas consecuencias, nos ha traído problemas al “paraíso del hombre en la tierra”. 
 
Quizá la más desideologizada de las consecuencias de los excesos de la modernidad tenga que ver con la destrucción de la biosfera. Para nadie es ya un secreto que la acción del hombre sobre el entorno ha provocado una enorme desestabilización de los ciclos naturales de la vida. La razón instrumental, aquélla que se puso como meta el dominio de la naturaleza para usufructo y disfrute del hombre, ha desencadenado con su acción una serie de fenómenos adversos para la vida humana, animal y vegetal. 
 
El individualismo extremo del hombre moderno hace posible el desentendimiento de las repercusiones que la razón instrumental provoca sobre el ambiente, pues este hombre vive para la satisfacción de sus necesidades inmediatas, sin reparar en lo que sucede en su entorno. Y no sólo eso, las relaciones sociales y la vida política de los hombres se difuminan por la pérdida de interés en los asuntos de la colectividad. Es posible que este desapego y desinterés hacia la política explique la escasa respuesta de la sociedad ante el desmantelamiento del Estado de bienestar.

En este contexto, se piensa que debe existir un proyecto de historia “alternativo”, que pase por la crítica de la modernidad y procure borrar sus excesos y fortalecer sus logros. Al no poder cambiar de domicilio, parece ser que la opción más viable consiste en reparar la casa que habitamos todos. El pensamiento crítico, producto de la modernidad, debe cuestionar el mito de la propia modernidad para dotar al ojo de una nueva mirada y a la mano de nuevas funciones prácticas, a partir de las cuales se pueda construir un hábitat distinto, atendiendo al cuidado de la biosfera, fortaleciendo el sentido de colectividad en el individuo y concibiendo un sistema socio-cultural-político incluyente.

1 Bolívar Echeverría. Modernidad y blanquitud. México, Era, 2010. p.p. 233.
2 Luis Villoro, El pensamiento moderno. Filosofía del Renacimiento. El Colegio Nacional-F.C.E., México, 1992. p.p. 86.
3 Íbid. p. 88.
4 Bolívar Echeverría, op. cit. p. 233. 


por Jaime Magdaleno 

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