28.11.13


TRAIGO ENTRE LAS MANOS
UN POEMA a punto de estallar,
de estrellar sus versoesquirlas
contra la blandura del cuerpo,
contra aquella cursilería, cursilada-alada para salir de las dificultades que presente la crítica o los académicospandémicos; esos hombres de traje que mascullan sobre el bien y el mal con aire mesiánico pero sin estigmas.
El calor deshidrata más en el subterráneo, es como fornicar con un cobertor encima.
En los andenes, las pizarras que flotan muestran propagandas generalmente nocivas,
carteles bobalicones jugando a confundir incautos.
Leí uno que promociona cierta “Escuela de la vida”; quise vomitar, no supe cómo hacerlo. Ningún papel avala que haya aprendido a vivir, que comprenda el ritmo ternario del amor —irse-llegar-quedarse—, el lenguaje sucio de los besos y la secuencia binaria que los labios ejecutan en su aleteo.
No hay documento
donde conste
que soy autoridad de existencia,
capaz de mostrar
que sólo sé equivocarme.
Sin embargo, mi falsificado título de poeta me permite escribir lo que siento, el frío recorriéndome las vértebras como trazando la ruta de un accidente; este malestar de riñones estupefactos donde se estanca el veneno que bebo y me avasalla, esperando morir despacio como el caracol (ese gargajo con su coraza y sus antenas que buscan la frecuencia del paraíso), que termina embarrado en la suela de cualquier peatón distraído por la prisa, dejando a la posteridad un camino de baba y un eructo de melancolía.

Aparte, en otra parte, mi mujer parte las misivas que le envié, y las reparte entre aquellos que jamás se han limpiado el ano. Quizá lo hace por vengar a los animales muertos en diversiones humanas,
por las corridas de toros,
por las corridas de ballena,
por las corridas de poeta,
ese líquido recalcitrante, recaexitante, que le incendia los óvulos como si ardieran en gasolina; pira de embrujos que no expira a pesar de acumular años entre sus entrañas, semejando un monte de llantas donde el caucho es el hedor perpetuo.

Nunca he sabido si el amor
debo escribirlo en verso o en prosa.

Deseo que la “Escuela de la vida” conteste la incógnita. Que explique por qué se debe decir ¡basta!, aunque las piernas se sigan moviendo y el corazón busque a qué asirse: un falso profeta, medio kilo de culo, un gramo de ceniza, una tos incurable, un optimismo a prueba de sobornos.
Deseo una explicación al fenómeno de mi teléfono, al silencio que desde hace unos días se ha empecinado en llevar como estandarte; sabe que espero sus gritos para que al levantar el auricular, la voz de la mujer que quiero, me diga que se ha curado, que regrese, porque sabe que he bebido, diario, ¼ (con zutana, con mengana, a veces solo) de ron desde que nos separamos.

En esta nueva estrofa, en este punto del poema, antes de que estalle, es donde me dirijo abiertamente a la danzarina que amo:
Me gusta el ron,
pero me gusta más
tu ronroneo.
He sobrevivido y sobrebebido la belleza, traigo la esperanza rota y el espíritu incompleto; voy a la deriva y no cargo más cosa que tu nombre. Estoy decidido a que la locura me exprima desde los ojos hasta el último tiro de semen.
Sé que no me soportas entero, de ahí mi afán por fragmentarme.
No digas que te duele. Eso de nada sirve; haz algo. Deja las molestias, mátate conmigo. Bastante me conflictúan mis achaques por el éter, el vilo y la neurosis; así que cuando el dolor te aplaste ven para lamerte las heridas y el sexo, calmando tu ardor y disminuyendo mi sed.
Tic-tac, tic-toc, tac-tec; el poema explotará como tus caderas en mis manos, como tu voz en la estepa de mis oídos. No estoy dispuesto a solo irme, a continuar vagando por la ciudad sin despellejarme los nudillos y las espinillas.
Aquí estoy, con el poema en las manos, con la tinta y la vida y el suicidio entre este par de sucias manos; dispuestas a inventar o destruir, a edificar el futuro o soltarlo todo.

por Manolo Mugica


Texto tomado del poemario Hagiografía de uno que pasa, editorial TintaNueva Ediciones, 2012.


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