15.11.12

Rito


Sagrario camina por la vereda estrecha con destino a la vieja carretera. Siente un calor infernal, más de lo regular. Hace mucho tiempo que no siente tanto calor. La cruda es más intensa de lo normal. La noche anterior se excedió con los mezcales gratis afuera de la botica donde se reúne con sus amigos. Nacho, su amigo de infancia, vendió su marrana en engorda por una suma que fue más de lo considerada. Así que lo festejaron. Entre burlas para el comprador por pagar un precio más alto de lo que valía, y palmadas de felicitación a Nacho por parte de sus amigos, corrió el mezcal, invitado por el gran negociador, hasta acabar con el dinero de la venta  de la marrana.

Vuelve del trabajo. Piensa en tomarse una cerveza bien fría. Ahora más que nunca tiene tantas ganas de tomarse una caguama. Una gran caguama “Corona” bien fría, piensa. El sol cae a plomo. Sagrario conoce el sol de esa hora, sabe que tanto calor no puede sentirse a esa hora. Pero el calor de hoy es mucho más pesado de lo normal. Le cuesta trabajo pensar. Le cuesta trabajo reconocer el camino. Camino infinito. Su sombrero de palma le pesa. Para, se lo quita para secarse el sudor salitre que le escurre por la frente hasta brotar por los ojos. Recuerda, al quitarse el sombrero, que ya hace un par de años pensó en renovarlo. Comprar uno nuevo, piensa. Observa el sombrero. El amarillo opaco de su sombrero, y el color café claro que le da la mugre, le recuerda  que debe empezar a ahorrar la mitad de este pago para comprar uno nuevo. La próxima semana que reciba  el  pago de Don Melquiades lo ahorraré ¡ahora no!, ahora quiero una caguama, ¡una caguama “Corona” bien fría!  ¡Que me quité esta pinche cruda que traigo!, piensa.

Camina hasta llegar a la carretera. Para, se vuelve a limpiar el sudor. Se vuelve a poner el sombrero cada vez más pesado. Mira pasar un camión. Reconoce la Letra “U” que está pintada a un costado del autobús. Puede reconocer las vocales, y al juntarlas con algunas consonantes, puede formar silabas y leer con dificultad. Camina hasta llegar al expendio de Doña Lucha. Camino infinito. No recuerda si la saludó, no le importa. Extiende un billete de doscientos pesos sostenido por una mano temblorosa. Extiende un billete, significado de una semana de trabajo. Guarda el cambio en su bolsillo con agujeros. Sólo esta caguama, sólo ésta, no me pienso embriagar. Mi  pobre Delia, mi esposa, cuánto la quiero, ¡hoy si le voy a pedir disculpas! Le diré que nunca más  llegaré borracho y nunca más le pegaré, piensa tomando un gran trago a la caguama.

Se sienta en un tronco viejo tirado en el suelo. Le da un segundo trago a la caguama. Es un trago lento, suave, respetuoso de la garganta. Siente cómo hace efecto. Su rostro vuelve en sí, expresión acabada. Re confortación que se mete en el alma fortificada y desazonada como súplicas de esperanza. Sed insaciable de sangre ofrecida en ritos a nuestros dioses.

Le da un tercer gran trago. Sabe que no serán los únicos tragos. Ya no le pesa el sombrero. La mirada le vuelve en sí, ya puede ver el letrero de letras grandes, lo suficientemente grandes para leer con dificultad: “Expendio Doña Lucha”.

por Jaime Martínez


No hay comentarios:

Publicar un comentario