16.11.12

Compañía telefónica


Al echar un vistazo al rótulo “Papi, ya ven, te extraño mucho”, impreso sobre la caseta del teléfono público “Maxcom”, Raúl recordó que su hijo había cumplido años unos días antes y quiso hablarle. Sin embargo, no tenía cambio. Sus últimas monedas y billetes se habían esfumado desde el amanecer, al pagar el importe exacto para cuatro papeles con coca. Piedra de mediana calidad, que lo había puesto tenso durante todo el día y que ahora, cuando ya había oscurecido, lo tenía desesperado: con ganas de explotar y arrasar con algo: con su cabeza, con su persona o con la cara pálida y desencajada de David, su cuate, su carnal, quien no le iba a negar tres pesos para marcarle a Raulín, su chavo.

—Afloja tres varos, puto, pa’ hablarle a mi chavo.
—Tsss, cero, mi carnal.
—No mames, güey, ¿no dijiste que ibas a aflojar la otra?
—Simón, pero si te doy, luego me la hace de a pedo el “Negro” por llegar desacompletado y no nos va a dar la stone. Luego le hablas a tu chamaco. Al cabo nunca lo ves. Ni te importa, güey. 

Pinche perro. No sólo le estaba negando tres miserables varos, sino que incluso ponía en duda el amor que sentía por Raulín; a quien, cierto, no veía en meses (¿dos, tres, acaso cuatro?), pero si se había alejado de él era porque ella, la putona, ya le había dado las nalgas a su ex carnal, el “Tavo”. Pinche puta de la Olga. Pinche perro del “Tavo”. Puto del David. A chingar a su madre todos.

Envió el putazo en corto. El golpe cayó seco sobre la mandíbula de David, trompicándolo. Fulminante, Raúl se abalanzó sobre su carnal, dispuesto a madrearlo. Aventó el cuerpo con furia, con la desesperación inducida por la cruda de coca. 

David sólo tuvo que hacerse a un lado. Aprovechó el impulso de Raúl para incrustar su cabeza en la caseta del teléfono “Maxcom”. Todavía antes de caer aniquilado, le dio dos codazos sobre la nuca, para que se estuviera quieto. Y lo logró.


El comandante Tinajero utilizó el teléfono público ensangrentado para marcar al número del contacto que decía “Hijo Raulín”, guardado en la memoria del celular de Raúl (sin saldo).


En casa de Raulín sonó el teléfono. Olga, desde la recámara, le gritó al niño: ¡contesta, cabrón!, y siguió discutiendo con el “Tavo”. Raulín levantó al auricular.

—¿Bueno? —expresó el comandante.

Raulín sintió alegría al escuchar una voz masculina.

—¡¿Papá?! —preguntó entusiasmado
—No. ¿Es allí la casa de Raúl Herrera? —cuestionó el comandante.

Triste.
Decepcionado.
Encabronado, Raulín contestó.

—No, aquí no vive. Deje de estar chingando, viejo cabrón.

Y colgó.      


por Jaime Magdaleno


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