En Filosofía y Letras, la clase transcurría así: él llevaba la Poética,
de Aristóteles, o La Obediencia Nocturna, de Juan Vicente
Melo, o el suplemento “Sábado” de la semana anterior, y leía.
Leía y leía mientras yo invertía el tiempo en otros asuntos: en
mirar hacia Las Islas por la ventana o en hacerle arrumacos a mi
novia de entonces: Vianey Varela. Siempre quise tocar las nalgas
abultadas y vibrantes de Vianey en plena clase, pero jamás me
atreví: todo lo que llegué a hacer fue acariciarle las piernas y
dejar caer mi mano, subrepticiamente, sobre su pubis; gesto
reprendido, invariablemente, con un pellizco. Entonces, él
interrumpía su lectura. Algo: alguna frase o palabra desataba sus
recuerdos, y preguntaba: ¿ya les conté sobre la vez en que “Jotino”
Fernández quiso arrojarse sobre el féretro de su amante a mitad del entierro? O: ¿se saben la anécdota del porqué en pleno 68
agarraron a José Agustín con un paquete de mota y lo encerraron en
Lecumberri? E incluso: ¿saben por qué Antonio Alatorre jamás bajó
de “malagradecido” a Juan Rulfo, después de que éste no
reconociera que la estructura de Pedro Páramo se debía a
Juan José Arreola y no a Rulfo? Al unísono respondíamos “Nooooo”,
y entonces, se soltaba. Contaba sus anécdotas con gracia elegante,
enfática, pero culta; anécdotas que seguíamos -ésas sí-
ávidamente, educados como estábamos en la lógica del chisme y el
rumor familiar o de vecindario.
Algo de ese estilo pedagógico de
Huberto Batis se cuela en las páginas de su Estética de lo
obsceno (y otras exploraciones pornotópicas):
memorabilia, ensayo, reseña, relato, y citas, demasiadas citas
convergen en este texto que pretende hacer un recuento de aquellos libros y autores que han sido catalogados como eróticos,
pornográficos, sacrílegos, blasfemos u obscenos: Leopold y Wanda
Sacher-Masoch, Violette Leduc, Georges Bataille, el Abate Brantóme,
Oskar Panizza, Alberto Moravia, Ruggiero Guaríni, Anaïs Nin y, por
supuesto, Henry Miller. Batis desglosa todo aquello que, dentro de
las obras o en las vidas de cada uno de los autores, ha permitido
abolir o, por lo menos, menoscabar la lógica estrecha -patética-
del puritanismo clerical, social, legal y estético. Y lo hace
utilizando la misma técnica pedagógica de sus clases: Batis
lee, expone y comenta lo que esos hombres dijeron o escribieron, de
tal forma que leer a Huberto Batis es leer, también, a cada uno de esos
autores. Así, del Abate Brantóme retoma la historia de los
godemichis: “una especie de miembro artificial que las machorras
acostumbraban atarse gentilmente con cintillas y acomodárselo entre
las piernas”, en detrimento de los apetitos ardientes de los amantes
de la época; de Leopold Sacher-Masoch expone el gusto que éste
sentía por ser fustigado con “látigos de muchas puntas, con
garfios, anzuelos y clavos doblados para mejor azotarlo: “No soy
nada, tú lo eres todo. Mírame postrado ante ti; pisotéame y seré
feliz con tal de que me toque tu pie”; de Oskar Panizza refiere la
piedad sardónica de una Virgen María que intercede por la humanidad
“ante un Dios Padre gargajiento (“¡Oich!, Schurlp, ¡Spruejj!,
¡Spruajjj!”): “Dejémosles una pizca de voluptuosidad, que si no
acabarán colgándose del primer árbol que encuentren”; de
Violette Leduc recuerda el cuento El Taxi,
en donde “encontramos a una pareja de jóvenes y vivísimos
hermanos que, con las cortinillas bajadas, separados del chofer por
un grueso vidrio opaco, hacen el amor desnudos incansablemente”,
intentando prolongar indefinidamente la unión sexual. Y, bueno,
mención aparte merecen los capítulos dedicados a Henry Miller y
Anaïs Nin, de quienes recuerda el tesón con el cual ambos se
opusieron a todo tipo de limitación en la expresión de lo sexual:
“Miller ha dicho que: [...] Para mí lo obsceno es lo honrado, lo
directo, y la pornografía lo desviado, lo indirecto. Yo creo en
decir siempre la verdad, aun causando molestias si es necesario, y no
en disfrazarla. En otras palabras, la obscenidad es un proceso de
purificación, de limpieza, mientras que la pornografía sólo agrega
mugre y lobreguez”. Y, a propósito de las furiosas feministas que persiguen a los escritores
misóginos, Batis nos recuerda que: “Para Anaïs Nin la liberación
de la mujer no es un desplazamiento del poder: “Es menos importante
atacar a los escritores machos que descubrir y leer a las mujeres
escritoras, atacar las películas en que predomina el hombre que
conseguir que las mujeres hagan películas”. Porque el enemigo
verdadero -dice- no es siempre el hombre sino a menudo “nuestras
madres y abuelas”. Culpar a los otros es confesar impotencia”.
Si para Huberto Batis la lección moral parte de la disertación oral que se refleja en lo textual, Estética de lo obsceno (y otras exploraciones pornotópicas) es uno de
esos libros que nace en la inteligencia, en la memoria y en la boca de su autor para fijarse en el texto. Compendio bucogenital que requiere ser visitado por todos aquéllos que hacen de la "muerte pequeña" la vía para el derrame y la expresión del yo.
por Jaime Magdaleno
Huberto Batis. Estética de lo obsceno (y otras exploraciones pornotópicas), México, Universidad Autónoma del Estado de México, 1989. 210 páginas.
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