9.11.12

Clases y obscenos en la boca

En Filosofía y Letras, la clase transcurría así: él llevaba la Poética, de Aristóteles, o La Obediencia Nocturna, de Juan Vicente Melo, o el suplemento “Sábado” de la semana anterior, y leía. Leía y leía mientras yo invertía el tiempo en otros asuntos: en mirar hacia Las Islas por la ventana o en hacerle arrumacos a mi novia de entonces: Vianey Varela. Siempre quise tocar las nalgas abultadas y vibrantes de Vianey en plena clase, pero jamás me atreví: todo lo que llegué a hacer fue acariciarle las piernas y dejar caer mi mano, subrepticiamente, sobre su pubis; gesto reprendido, invariablemente, con un pellizco. Entonces, él interrumpía su lectura. Algo: alguna frase o palabra desataba sus recuerdos, y preguntaba: ¿ya les conté sobre la vez en que “Jotino” Fernández quiso arrojarse sobre el féretro de su amante a mitad del entierro? O: ¿se saben la anécdota del porqué en pleno 68 agarraron a José Agustín con un paquete de mota y lo encerraron en Lecumberri? E incluso: ¿saben por qué Antonio Alatorre jamás bajó de “malagradecido” a Juan Rulfo, después de que éste no reconociera que la estructura de Pedro Páramo se debía a Juan José Arreola y no a Rulfo? Al unísono respondíamos “Nooooo”, y entonces, se soltaba. Contaba sus anécdotas con gracia elegante, enfática, pero culta; anécdotas que seguíamos -ésas sí- ávidamente, educados como estábamos en la lógica del chisme y el rumor familiar o de vecindario.

Algo de ese estilo pedagógico de Huberto Batis se cuela en las páginas de su Estética de lo obsceno (y otras exploraciones pornotópicas): memorabilia, ensayo, reseña, relato, y citas, demasiadas citas convergen en este texto que pretende hacer un recuento de aquellos libros y autores que han sido catalogados como eróticos, pornográficos, sacrílegos, blasfemos u obscenos: Leopold y Wanda Sacher-Masoch, Violette Leduc, Georges Bataille, el Abate Brantóme, Oskar Panizza, Alberto Moravia, Ruggiero Guaríni, Anaïs Nin y, por supuesto, Henry Miller. Batis desglosa todo aquello que, dentro de las obras o en las vidas de cada uno de los autores, ha permitido abolir o, por lo menos, menoscabar la lógica estrecha -patética- del puritanismo clerical, social, legal y estético. Y lo hace utilizando la misma técnica pedagógica de sus clases: Batis lee, expone y comenta lo que esos hombres dijeron o escribieron, de tal forma que leer a Huberto Batis es leer, también, a cada uno de esos autores. Así, del Abate Brantóme retoma la historia de los godemichis: “una especie de miembro artificial que las machorras acostumbraban atarse gentilmente con cintillas y acomodárselo entre las piernas”, en detrimento de los apetitos ardientes de los amantes de la época; de Leopold Sacher-Masoch expone el gusto que éste sentía por ser fustigado con “látigos de muchas puntas, con garfios, anzuelos y clavos doblados para mejor azotarlo: “No soy nada, tú lo eres todo. Mírame postrado ante ti; pisotéame y seré feliz con tal de que me toque tu pie”; de Oskar Panizza refiere la piedad sardónica de una Virgen María que intercede por la humanidad “ante un Dios Padre gargajiento (“¡Oich!, Schurlp, ¡Spruejj!, ¡Spruajjj!”): “Dejémosles una pizca de voluptuosidad, que si no acabarán colgándose del primer árbol que encuentren”; de Violette Leduc recuerda el cuento El Taxi, en donde “encontramos a una pareja de jóvenes y vivísimos hermanos que, con las cortinillas bajadas, separados del chofer por un grueso vidrio opaco, hacen el amor desnudos incansablemente”, intentando prolongar indefinidamente la unión sexual. Y, bueno, mención aparte merecen los capítulos dedicados a Henry Miller y Anaïs Nin, de quienes recuerda el tesón con el cual ambos se opusieron a todo tipo de limitación en la expresión de lo sexual: “Miller ha dicho que: [...] Para mí lo obsceno es lo honrado, lo directo, y la pornografía lo desviado, lo indirecto. Yo creo en decir siempre la verdad, aun causando molestias si es necesario, y no en disfrazarla. En otras palabras, la obscenidad es un proceso de purificación, de limpieza, mientras que la pornografía sólo agrega mugre y lobreguez”. Y, a propósito de las furiosas feministas que persiguen a los escritores misóginos, Batis nos recuerda que: “Para Anaïs Nin la liberación de la mujer no es un desplazamiento del poder: “Es menos importante atacar a los escritores machos que descubrir y leer a las mujeres escritoras, atacar las películas en que predomina el hombre que conseguir que las mujeres hagan películas”. Porque el enemigo verdadero -dice- no es siempre el hombre sino a menudo “nuestras madres y abuelas”. Culpar a los otros es confesar impotencia”.

Si para Huberto Batis la lección moral parte de la disertación oral que se refleja en lo textual, Estética de lo obsceno (y otras exploraciones pornotópicas) es uno de esos libros que nace en la inteligencia, en la memoria y en la boca de su autor para fijarse en el texto. Compendio bucogenital que requiere ser visitado por todos aquéllos que hacen de la "muerte pequeña" la vía para el derrame y la expresión del yo.  

por Jaime Magdaleno

Huberto Batis. Estética de lo obsceno (y otras exploraciones pornotópicas), México, Universidad Autónoma del Estado de México, 1989. 210 páginas.  

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