Hace
unos meses los veía en “La Sultana”, en “La nueva Cuba”, en
el “Río de la Plata”. Llegaban con sus pancartas, con sus
stickers, con los rostros pintados: rotulados con la leyenda
“#YoSoy132”. Se sentaban frente a mí, o a un lado.
Invariablemente, pedían cerveza: caguamones Victoria,
principalmente. Reían. Se embriagaban. Gritaban: “¡¡Peña no
pasará!!”. Y ya atontados, balbucientes, trompicados, se iban a
casa.
No sé
si ellos fueron los que me recordaron la existencia de Muertes de
Aurora, o si la relectura de la novela de Gerardo de la Torre
evocó su estridente, bulliciosa figura. No sé. El caso es que he
terminado por confundir a los jóvenes que hace unos meses se
embriagaban frente a mí con los personajes de Muertes de
Aurora. Así, Galdino Arrieta, Efrén Villanueva y Arturo
Rodríguez, trabajadores de la refinería “18 de marzo” y tímidos
participantes del reprimido movimiento estudiantil de 1968, tendrían
su reflejo en esos jóvenes que hace apenas unos meses hablaban de
hacer la revolución si no les daban solución, y que ahora están...
¿en dónde?
Tal
vez lamiéndose las heridas en una cantina, como Jesús de la Cruz,
el protagonista de la novela de De la Torre. Jesús de la
Cruz es un intermitente vendedor de libros, ex mecánico, ex traductor y
ex reportero, quien dedica sus días a conjurar la frustración por
luchas políticas perdidas, y a mitigar el dolor que le provoca el
recuerdo de su ex mujer muerta, Aurora, por medio de la bebida y del
encuentro sexual, ocasional, con otras mujeres, como María o Patricia; puta
joven la una, oficinista alcohólica la otra. A una se le muere un hijo, la otra no concreta un romance con De la Cruz por los recuerdos de un padre golpeador.
Galdino, Efrén,
Arturo, Jesús, María y Patricia: los personajes están atrapados entre el deseo de revolucionar no sólo a su
sociedad sino su vida, y la imposibilidad de encontrar el camino que les permita
apartarse de su esclavitud y su grisura. La novela restriega una
conclusión fatal en el rostro del lector: no importa cuánto hagas por cambiar, por revolucionar tu realidad: al final el statu quo
permanecerá incólume, y arrollará a todo aquél que se interponga a
su paso. Por ello, Jesús de la Cruz termina como un desahuciado alcohólico. Por
ello, María se mete de puta. Por ello, Galdino y Efrén sentencian al
final de la novela: “Tantos países en el mundo y nos tocó nacer
en el más mierda”. He allí la conclusión de los personajes: la
mierda infecta este país de medrosos y rastreros quienes, aun cuando se
decidan a modificar su existencia, sólo encontrarán el llamado al
orden, la advertencia inhibitoria y, en última instancia, la
represión brutal y asesina. Ante tal circunstancia no queda de otra
sino meterle de lleno a la bebida: “Esos cuatro borrachos
derrotados lo único que necesitaban eran más copas”, sentencia, entre sarcástico y compasivo, Jesús de la Cruz. No sería extraño, entonces, que esos jóvenes que hace unos meses gritaban, eufóricos, "¡¡Peña no pasará!!", ahora mismo estén disfrutando unas copas en compañía del autor de Muertes de Aurora, Gerardo de la Torre.
Digamos "salud" en su honor.
Gerardo de la Torre. Muertes de Aurora. México, Dirección de Literatura/UNAM, 1991.155 páginas.
Gerardo de la Torre. Muertes de Aurora. México, Dirección de Literatura/UNAM, 1991.155 páginas.
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