25.10.12

Baño de mujeres

No se encontraba nervioso, sino con cierta desidia y algo trasnochado por la resaca, la desvelada, y la pérdida de carbohidratos. Los chicos y las chicas que llenaban el auditorio, (cuyo motivo era: quien pasara a recitar un escrito, se llevaría de obsequio un libro) se mantenían atentos y emocionados; listos para la palestra del festival, que conmemoraba: el Día del Libro. Ernesto sabía que no tenía nada que perder. Hasta que vio entre las sillas aquellos ojos y el peso de su mirada. Enseguida recordó: Haidé, fémina de pechos frondosos y un trasero bien formado, de estatura media, cabellos mitad castaños, mitad rojizos, labios delgados y ojos delineados de negro. Por lo tanto, tenía lo suyo. Haidé se las arreglaba para sentarse al lado de Ernesto en las clases de Matemáticas. Nomás para acosarlo y manosearlo por debajo de la mesa. Era su compañera de clase, con la reputación de: alburera y algo perversa a la menor provocación. Ernesto se hizo pendejo; pero fue inevitable. Haidé se emocionó al verlo. Le dio un carnoso beso en la mejilla y un abrazo de oso, mientras Ernesto buscaba entre su mochila el cuaderno de notas de donde seleccionó sólo un escrito. Antes de recitar advirtió al público ansioso: el siguiente poema es de mi autoría. Y comenzó a leer en voz alta delante del micrófono, manteniendo el ritmo, haciendo las pausas necesarias al cambiar de hoja, disfrutando sus minutos de fama.  Al terminar sabía que no llegaría a casa con las manos vacías: tendría, al menos, un libro como recompensa. Aceptó los comentarios y los aplausos, mientras el rostro de Haidé lo miraba, desconcertada y con cara de: ¿qué onda con Ernesto? Comentando: Ernesto, ¿por qué escribes eso? ¿Estás crudo verdad? Te pasas, Ernesto, hasta te temblaban las manos y tu voz se entre-cortaba. Eso no es un poema, hablar de necrofilia, parece cómo si lo hubieras vivido. Enseguida Ernesto afirmó: Mira, Haidé, yo no soy poeta, y si escribo es por el simple hecho de justificarme ante la sociedad, de alejarme de esta realidad que nos ha sido impuesta, como un escape de la frivolidad y el ocio. Por eso prefiero no hablar de mí en lo que escribo. Así que, leve, no te espantes, chica.

Haidé admitió aquella sentencia. Ernesto recibió su libro gratuito, caminaron, para después acomodarse en uno de los sillones de la biblioteca. Platicaron sobre la clase de Matemáticas de la mañana anterior y de la patética reacción de la maestra al sacar a Ernesto del aula por no comportarse en clase. Todo por culpa de la susodicha: Haidé, quien lo provocaba y se le insinuaba por debajo de la mesa, hasta que Ernesto no pudo aguantar la erección provocada por esos tentáculos de pulpo, que le despertaban sensaciones lascivas, aun sabiendo que tenía novia. De repente, Haidé alzó la mirada y dijo: ¡No mames, ahí viene mi ex novio! Ernesto reaccionó tarde cuando sintió los labios de Haidé y de reojo: la cara de su ex. Un rostro que parecía hacer una mueca de sorpresa e indignación, o, sorpresa que provocó que caminara con la vista al suelo. Ernesto siguió el juego. Pero la susodicha se tragaba la lengua de Ernesto, mordiéndolo, succionando, lamiendo de un lado a otro, compartiendo sus fluidos. ¡Duro y dale! Haidé la caliente le susurra: siempre quise besarte, Ernesto, besas bien rico, bésame. Un ósculo largo, extenuante, de inevitable estimulación. Vieron alrededor: su ex se había escabullido entre los pasillos extensos de la Biblioteca Vasconcelos. Empero, Ernesto se limitó a decirle: ¡ése es tu ex! Vámonos de aquí antes de que regrese. -Pero bien que le gustó ¿o no?- Haidé lo tomó de la mano y corrieron hasta los sanitarios de mujeres; según, para esconderse de aquel brete imprevisto, ocasionado por su ex novio, cuando la verdadera causa era satisfacer la calentura de ambos. Dentro del baño, hizo cuanto quiso con Ernesto: él, tentado por la adrenalina momentánea y los labios fáciles de Haidé. Mientras sea mujer, no hay problema. Tal cual, Ernesto palpaba la tanga húmeda de Haidé, causándole cosquillas, mientras ella movía frenéticamente la verga punzante y velluda de Ernesto. Aguantaron sus gemidos por discreción, Haidé fue sobre la verga mojada, bajó la cremallera para darle unas cuantas chupadas. Ernesto lamía esos pechos aterciopelados, extasiados, la deflagración de la tentación… ¡ZAZ! Que brota el jugo viscoso e incontenible, que se escurre en las manos de la susodicha. Postrados en el tocador de mujeres, gime Ernesto debido al orgasmo contenido. Y de esta manera tan precoz, Haidé reclama lo fugaz del momento, acomodando su tanga, y Ernesto subiéndose los pantalones. Suena el timbre del celular de Haidé: es una llamada entrante de su ex novio, que eventualmente evita para poder salir sin hacer tanto ruido. Haidé se cerciora de que el área esté despejada de chicas. Incólume, y con una sonrisa de oreja a oreja, sale Ernesto deslechado, oliéndose los dedos a sexo. Haidé vuelve a colgar la llamada impertinente. Deciden separarse al ver merodeando a su ex novio por unos anaqueles de libros. Un último beso en la mejilla, una promesa asegura que volverán a verse muy de cerca. Redimido, sonriente, Ernesto sabía que no tenía nada que perder, ni nada que ganar. Águila o sol, destino o un mero accidente. Esta vez no llegaría a casa con las manos vacías, pues un libro y un faje gratuitos no son cosas de todos los días.


por Francisco Limas, "Frank"

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