No
se encontraba nervioso, sino con cierta desidia y algo trasnochado
por la resaca, la desvelada, y la pérdida de carbohidratos. Los
chicos y las chicas que llenaban el auditorio, (cuyo motivo era:
quien pasara a recitar un escrito, se llevaría de obsequio un libro)
se mantenían atentos y emocionados; listos para la palestra del
festival, que conmemoraba: el Día del Libro. Ernesto sabía que no
tenía nada que perder. Hasta que vio entre las sillas aquellos ojos
y el peso de su mirada. Enseguida recordó: Haidé, fémina de pechos
frondosos y un trasero bien formado, de estatura media, cabellos
mitad castaños, mitad rojizos, labios delgados y ojos delineados de
negro. Por lo tanto, tenía lo suyo. Haidé se las arreglaba para
sentarse al lado de Ernesto en las clases de Matemáticas. Nomás
para acosarlo y manosearlo por debajo de la mesa. Era su compañera
de clase, con la reputación de: alburera y algo perversa a la menor
provocación. Ernesto se hizo pendejo; pero fue inevitable. Haidé se
emocionó al verlo. Le dio un carnoso beso en la mejilla y un abrazo
de oso, mientras
Ernesto buscaba entre su mochila el cuaderno de notas de donde
seleccionó sólo un escrito. Antes de recitar advirtió al público
ansioso: el
siguiente poema es de mi autoría.
Y comenzó a leer en voz alta delante del micrófono, manteniendo el
ritmo, haciendo las pausas necesarias al cambiar de hoja, disfrutando
sus minutos de fama. Al terminar sabía que no llegaría a casa con
las manos vacías: tendría, al menos, un libro como recompensa.
Aceptó los comentarios y los aplausos, mientras el rostro de Haidé
lo miraba, desconcertada y con cara de: ¿qué onda con Ernesto?
Comentando: Ernesto, ¿por qué escribes eso? ¿Estás crudo verdad? Te pasas, Ernesto, hasta te temblaban las manos y tu voz se
entre-cortaba. Eso no es un poema, hablar de necrofilia, parece cómo
si lo hubieras vivido. Enseguida Ernesto afirmó: Mira, Haidé, yo no
soy poeta, y si escribo es por el simple hecho de justificarme ante
la sociedad, de alejarme de esta realidad que nos ha sido impuesta,
como un escape de la frivolidad y el ocio. Por eso prefiero no hablar
de mí en lo que escribo. Así que, leve, no te espantes, chica.
Haidé
admitió aquella sentencia. Ernesto recibió su libro gratuito,
caminaron, para después acomodarse en uno de los sillones de la
biblioteca. Platicaron sobre la clase de Matemáticas de la mañana
anterior y de la patética reacción de la maestra al sacar a Ernesto
del aula por no comportarse en clase. Todo por culpa de la susodicha:
Haidé, quien lo provocaba y se le insinuaba por debajo de la mesa,
hasta que Ernesto no pudo aguantar la erección provocada por esos
tentáculos de pulpo, que le despertaban sensaciones lascivas, aun
sabiendo que tenía novia. De repente, Haidé alzó la mirada y dijo:
¡No mames, ahí viene mi ex novio! Ernesto reaccionó tarde cuando
sintió los labios de Haidé y de reojo: la cara de su ex. Un rostro
que parecía hacer una mueca de sorpresa e indignación, o, sorpresa
que provocó que caminara con la vista al suelo. Ernesto siguió el
juego. Pero la susodicha se tragaba la lengua de Ernesto,
mordiéndolo, succionando, lamiendo de un lado a otro, compartiendo
sus fluidos. ¡Duro y dale! Haidé la caliente le susurra: siempre
quise besarte, Ernesto, besas bien rico, bésame. Un ósculo largo,
extenuante, de inevitable estimulación. Vieron alrededor: su ex se
había escabullido entre los pasillos extensos de la Biblioteca
Vasconcelos. Empero, Ernesto se limitó a decirle: ¡ése es tu ex!
Vámonos de aquí antes de que regrese. -Pero bien que le gustó ¿o
no?- Haidé lo tomó de la mano y corrieron hasta los sanitarios de
mujeres; según, para esconderse de aquel brete imprevisto, ocasionado
por su ex novio, cuando la verdadera causa era satisfacer la
calentura de ambos. Dentro del baño, hizo cuanto quiso con Ernesto:
él, tentado por la adrenalina momentánea y los labios fáciles de
Haidé. Mientras sea mujer, no hay problema. Tal cual, Ernesto
palpaba la tanga húmeda de Haidé, causándole cosquillas, mientras
ella movía frenéticamente la verga punzante y velluda de Ernesto.
Aguantaron sus gemidos por discreción, Haidé fue sobre la verga
mojada, bajó la cremallera para darle unas cuantas chupadas. Ernesto
lamía esos pechos aterciopelados, extasiados, la deflagración de la
tentación… ¡ZAZ! Que brota el jugo viscoso e incontenible, que
se escurre en las manos de la susodicha. Postrados en el tocador de
mujeres, gime Ernesto debido al orgasmo contenido. Y de esta manera
tan precoz, Haidé reclama lo fugaz del momento, acomodando su tanga,
y Ernesto subiéndose los pantalones. Suena el timbre del celular de
Haidé: es una llamada entrante de su ex novio, que eventualmente
evita para poder salir sin hacer tanto ruido. Haidé se cerciora de
que el área esté despejada de chicas. Incólume, y con una sonrisa
de oreja a oreja, sale Ernesto deslechado, oliéndose los dedos a
sexo. Haidé vuelve a colgar la llamada impertinente. Deciden
separarse al ver merodeando a su ex novio por unos anaqueles de
libros. Un último beso en la mejilla, una promesa asegura que
volverán a verse muy de cerca. Redimido, sonriente, Ernesto sabía
que no tenía nada que perder, ni nada que ganar. Águila o sol,
destino o un mero accidente. Esta vez no llegaría a casa con las
manos vacías, pues un libro y un faje gratuitos no son cosas de
todos los días.
por Francisco Limas, "Frank"
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