¿Traicioné algo?
Si acaso, traicioné un relato que no pude decir en su momento.Que no tuve ganas de escribir en su momento.
O a lo mejor sí lo hice y lo he olvidado. Ahora pienso que a lo mejor sí lo dije y lo escribí, pero lo he olvidado.
Lo que recuerdo es que le dije a Vanessa que lo haría. Y que convertiríamos ese relato en algo memorable. Ella, por supuesto, sería la protagonista de la historia.
¿Y por qué, "por supuesto"?
Porque la historia partía de uno de mis sueños con ella. Ahora lo recuerdo. Todo comenzó en un sueño en el que ella era la protagonista y yo un acólito...
No.
Un instrumento...
No.
Un ayudante...
Manos y brazos y piernas para mover las manos, los brazos y las piernas de alguien más.
En la historia, ella vestía de blanco. Un conjunto largo y amplio. Muy distinto a como Vanessa lucía de ordinario, pues todo el tiempo vestía ajustado y de negro: una dark girl de los noventa, ni más ni menos. Pero en el sueño no. O tal vez también, pero la recuerdo de blanco.
Yo, al inicio, no estoy con ella.
¿Al inicio de qué?
Del sueño, supongo.
De la historia.
Porque al inicio del sueño yo estaba en mi casa. Tirado en el sillón. Durmiendo. Tengo un gorro de estambre azul, que me cubre hasta la mitad de los ojos. Probablemente hace frío, ya que tengo un blazer oscuro. Entre gris, azul marino y negro. Una tonalidad rara, pero oscura, definitivamente. Y unos pantalones de mezclilla amplios.
Estoy tirado sobre el sillón cuando suena el teléfono. El de casa. Me asusta un poco, pero igual corro a contestar la llamada. Corro, a pesar de estar adormilado, porque sospecho que es ella. Y en efecto, lo es.
Habla intranquila. Enojada. Pero asustada también. Dice que debo ir, ¡pero ya!, a su casa. Que me necesita. Yo también la necesito. Así que cuelgo y de inmediato salgo a encontrarla.
Tengo un auto. No viene al caso decir qué marca ni qué color pero lo tengo, así que manejo hasta su casa. Manejo por calles sin tránsito. Nada de avenidas ni de circuitos, sólo calles. Es de noche. Ha llovido. Y sí, hace frío.
La luz del alumbrado rebota desde el pavimento. La noche trae el aroma del césped mojado, lo que me provoca cierta felicidad. Aunque sospecho que estoy feliz ya que por fin la veré, después de meses de no saber nada de ella.
Abre el portón de la casa. Carajo, es tan encabronadamente hermosa. Con su cabello largo: lacio y largo. Y su silueta espigada. Dura y ligera a la vez. Sus mejillas ampulosas le entrecierran la mirada, por lo que nunca he logrado saber su estado de ánimo. Aunque ahora, es evidente, está ansiosa. ¿Estará empastada, otra vez?
Sí. Lo está. Y también se ha cortado, de nuevo. Al menos, creo distinguir sangre en sus brazos. En las manos. ¿Y por qué no lleva el vestido blanco con el que la recuerdo? No lo sé. Tal vez ese sueño lo tuve en el sillón y ahora, en verdad, estoy con ella y su vestimenta oscura, de pantalones de mezclilla ajustados y su ombliguera con tirantes cubriéndole los diminutos senos. Me abraza. No me besa. Tampoco me sonríe. No me importa. Aunque sí.
Me hace pasar. Caminamos por un sendero delimitado por arbustos que nos llegan a la cintura. Al llegar a la casa, me percato de que todas las luces están encendidas, lo cual es raro pues ella prefiere la oscuridad. Ya adentro, me toma de la mano y me hace seguirla por las escaleras. Sospecho que me llevará a su habitación y me cogerá como otras veces lo ha hecho, sin mediar palabra alguna. Pero no. Me lleva al baño y una vez dentro veo el cuerpo de un hombre boca abajo, con el torso desnudo, tirado sobre el piso.
-¿Y éste quién es?
-Un pendejo que quiso cogerme.
-¿Y qué hace aquí?
-¿No lo ves? ¡Está muerto, imbécil!
-¿Lo mataste por quererte coger?
-Ajá.
-Qué estupidez.
-¡No es estúpido! El hijo de puta me quiso violar y...
-Pues aquí no hay muestras de forcejeo. Tú tampoco te miras golpeada. Y aunque tienes sangre en los brazos y en las manos, yo creo que es porque de nuevo te cortaste y no porque este cabrón haya intentado violarte. Así que, si lo mataste, fue por otra razón.
Lo acepta. Dice que estuvo saliendo con él. Que fue su novio. Pero que la engañó con alguien más.
-¿Con Teresa?
-No, con Gustavo.
-Órale. ¿Y yo qué tengo que ver con esto?
Me pide ayuda. Dice que no tiene idea de cómo deshacerse del cuerpo.
-¿Y yo qué? ¿Acaso crees que me dedico a desaparecer cuerpos? ¿Acaso soy un pinche sicario?
-Pues no. Pero no supe a quien más recurrir. Por favor, ayúdame.
-Órale... No te preocupes. Estuvo bien que me llamaras.
Me siento en la taza del baño. Vanessa se va rápido. A su cuarto, creo. Yo miro el cuerpo de su novio. Es espigado, como el de Vanessa. Tiene el cabello castaño, como Vanessa. Y nalgas duras y sinuosas, como las de Vanessa. Siento la tentación de voltearlo para mirar si es igual de guapo que Vanessa, pero me contengo. Además, estoy seguro de que debe ser un hombre guapo, pues así le gustan a Vanessa.
Regresa. Ahora sí, enfundada en el conjunto blanco con el que la recordaba. ¿O con el que la soñé?
-¿Y ahora? ¿Por qué te cambias la ropa?
No contesta. Mira absorta el cuerpo por largos minutos. Hago lo mismo, tratando de encontrar la manera de deshacernos de él. De pronto, habla.
-¿Ya sabes cómo nos vamos a deshacer de él?
-Sí.
Le digo que vamos a meterlo a la regadera para que al descuartizarlo la sangre se vaya por la coladera. Sonríe.
- Vamos a necesitar un hacha. Mínimo un serrucho. Y un martillo para dislocar las coyunturas. ¿Los tienes?
Dice que hacha no, pero serrucho y martillo sí, en algún lado. Va a buscarlos. Mientras, enciendo un cigarro y abro la ventana del baño. El aroma a césped húmedo me transmite calma. Seguridad. Así que cuando Vanessa regresa con la herramienta, me siento con el ánimo adecuado para comenzar a serruchar.
-Si quieres, vete a tu recámara. En cuanto termine, te aviso.
Dice que no es necesario. Que siempre ha querido ver un cuerpo destazado. No pongo objeción. Voy quitándome la ropa hasta quedar sólo en calzones. Vanessa no hace ningún gesto en particular. Dejo la ropa afuera del baño. Comienzo.
Jamás sospechamos que un cuerpo tuviera tanta sangre. Y que ésta fuera tan espesa, como petróleo. Pero así es. Prácticamente desde un inicio abro la llave del agua para que el chorro ayude a llevarse la sangre. También, para enjuagarme a cada rato, pues rápidamente se forman capas viscosas sobre mi cuerpo.
En algún momento, término. Tiemblo de frío. También de pánico. Es extraño: siento mi mente en blanco, pero también soy perfectamente consciente de lo que estoy haciendo. O sea: todo transcurre entre brumas, pero aún así veo hasta la mínima parte de lo que hago. Me siento aterrado, pero a la vez muy seguro. Muy lúcido. Pienso que así debe de sentirse un animal que está a la caza de su presa; aunque yo no me enfrenté a una presa sino a un cuerpo inerte.
Salimos del baño. Caminamos a la habitación de Vanessa. Estamos agotados. Nos acostamos en la cama. Ella me besa. Me toca el rostro. Pero no habla. Yo tampoco. Tengo una erección descomunal y la deseo y la quiero, como siempre, pero no me apetece tener sexo; así que sus besos y sus caricias me bastan. Poco antes de quedarme dormido, me pregunta qué sigue.
-Mañana iré a tirar los primeros restos a algún lugar fuera de la ciudad. Necesitaremos maletas, unas cinco o seis. Después regresaré. Y repetiremos la operación las veces que sean necesarias.
-¿Crees que en algún momento nos descubrirán?
-Depende. ¿Tu novio era muy conocido? ¿Tiene familia?
Con voz tenue, musita:
-Era mi hermano. Matamos a mi hermano.
Tiemblo. Sonrío. Mi mente se nubla aún más, pero incluso entre brumas puedo ver hasta el mínimo poro del rostro de Vanessa, quien no me mira en lo absoluto, aunque tiene sus ojos clavados en los míos. Para evitar esa mirada, cierro los párpados. Duermo.