12.5.18

Una filosofía profética-existencialista-humanista: Marx y su concepto del hombre



En el prefacio a Marx y su concepto del hombre, Erich Fromm relaciona al marxismo con la “tradición filosófica humanista de Occidente, que va de Spinoza a Goethe y Hegel, pasando por los filósofos franceses y alemanes de la Ilustración y cuya esencia misma es la preocupación por el hombre y la realización de sus potencialidades”. A Fromm el marxismo le parece una filosofía existencialista humanista, y no sólo una “crítica de la economía política”. El marxismo, así, es una filosofía “de protesta”, que denuncia la “enajenación del hombre, su pérdida de sí mismo y su transformación en una cosa; es un movimiento contra la deshumanización y automatización del hombre, inherente al desarrollo del industrialismo occidental”. En consecuencia, la filosofía de Marx es “en términos seculares y no teístas, un paso nuevo y radical en la tradición del mesianismo profético” pues ha tendido a “la plena realización del individualismo”. Con este dictamen, Fromm abre la puerta a lecturas de corte secular, que miran en Marx y el marxismo posibilidades proféticas-esperanzadoras de liberación, sobre las cuales se construyen discursos filosóficos y políticos de emancipación.

Ante todo, en los dos primeros capítulos de su Marx y su concepto del hombre, Fromm expone las tergiversaciones que ha tenido el pensamiento de Marx. Comienza señalando la ironía que envuelve a las críticas que ven en Marx a alguien interesado en la acumulación de riqueza y objetos, y que propone dicha acumulación como el fin último del hombre. En realidad, dice Fromm, es al revés: Marx hace la crítica de la obsesión del capitalismo con la acumulación de cosas; manía que ha convertido al hombre en un objeto más, en un “hombre mercancía” que se vende para obtener capital con el cual adquirir mercancías.

Adicionalmente, Fromm hace mofa de quienes no tienen idea del sentido con el cual se emplea el termino “materialismo” en filosofía, y creen que ese concepto se refiere a la adquisición de bienes materiales. Fromm aclara que el “materialismo” es una “concepción filosófica que sostiene que la materia en movimiento es el elemento fundamental del universo”. En cuanto a Marx, éste realiza la crítica al “materialismo abstracto de los naturalistas”, pues lo encuentra “burgués”, “mecanicista”, al postular que “el sustrato de todos los fenómenos mentales y espirituales se encontraba en la materia y los procesos materiales”; es decir “este tipo de materialismo sostenía que los sentimientos y las ideas se explican suficientemente como resultados de procesos corporales químicos”. Frente a ese materialismo, Marx propone un “método materialista”, el cual “supone el estudio de la vida económica y social reales del hombre y de la influencia del modo de vida real del hombre en sus pensamientos y sentimientos”. Es decir: son las condiciones de producción las que determinan al hombre y sus pensamientos, y no los pensamientos los que hacen a los hombres. Así lo expone Marx en El Capital: “El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”.

De acuerdo con Marx, la organización social sufre cambios cuando el sistema de producción cambia. En la historia humana, Marx identifica cuatro épocas en los modos de producción: asiática, antigua, feudal y la moderna burguesa. Cada época ha fraguado en su interior las condiciones para el cambio social, por lo que éste se da cuando las condiciones de producción han entrado en contradicción con el sistema social. Aquí entra el problema de la conciencia. La conciencia revolucionaria es aquélla que se percata de cómo la conciencia suele atender a falsas producciones y necesidades humanas y vuelve sobre sus verdaderas necesidades, para producir nuevas formas económicas y sociales. En cuanto el humano se percata de que está inmerso en una falsa conciencia y busca salir de ella para vivir de acuerdo a sus verdaderas necesidades, esa falsa conciencia se convierte en conciencia revolucionaria, por lo que la revolución sólo puede darse en circunstancias en donde los individuos están en camino de recuperar su conciencia verdadera. En ese sentido opina Fromm que: “Marx comprendía que la fuerza política no puede producir nada para lo cual no esté preparado el proceso social y político. Por eso la fuerza, en caso necesario, sólo puede dar –por así decir- el último empujón a un desarrollo que virtualmente ya ha tenido lugar, pero no puede producir nada verdaderamente nuevo. “La violencia –decía- es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva”.

En cuanto a la naturaleza humana, Fromm opina que para Marx es determinable y definible “no sólo biológica, anatómica y fisiológicamente, sino también psicológicamente”. Sólo que hace una distinción entre la naturaleza humana general y la que se da en cada periodo de la historia. La naturaleza humana en general es aquella que se refiere a los impulsos y apetitos humanos, tales como la sexualidad o el hambre, mientras que la naturaleza humana históricamente condicionada se refiere a “las necesidades producidas por la estructura” económica en cada espacio-tiempo. De cualquier manera, para satisfacer tanto impulsos generales como necesidades particulares el hombre se vale del trabajo. El concepto del trabajo es aquél que hace del hombre un ser histórico. O, mejor: la historia se entiende como el devenir del hombre en el proceso de relacionarse con la naturaleza a partir del trabajo.

Si lo que hace al hombre es el trabajo, y éste se define como la manera en como los hombres se relacionan con la naturaleza para satisfacer sus necesidades, entender las diferentes ideas que sobre el trabajo ha tenido el hombre, permitirá comprender las ideas que han tenido sobre sus condiciones de producción y, a la vez, estas condiciones de producción explican lo que el hombre es en un momento determinado. Ya dijimos que Marx caracterizaba cuatro etapas en los modos de producción. Por lo que toca a la burguesa-capitalista, imperante en tiempos de Marx, ésta se caracteriza por un trabajo que tiene como fin la reproducción creciente del capital, por lo que el modo de producción obedece, no a las necesidades humanas, sino a las necesidades del capital. El hombre, en este sistema, no trabaja para desarrollar sus capacidades humanas, sino para producir más objetos con los cuales re-producir mayor capital. Tanto el dinero y la máquina no están al servicio del hombre, sino el hombre al servicio del dinero y la máquina.

Por medio de conceptos tales como “enajenación”, Marx hace la crítica de este sistema. La enajenación, para Marx, consiste en la separación entre trabajador y cosa. Si en los sistemas de producción de la antigüedad el hombre se encontraba reflejado dentro de las cosas que producía (entre otras razones, porque participaba en todo o la mayor parte del proceso de producción), en el capitalismo el hombre no se encuentra reflejado en las cosas, dado que participa en una mínima parte del sistema de producción y, por lo mismo, no se encuentra reflejado en las cosas. El trabajador se enajena, es decir, se separa del objeto creado por él y sólo vuelve a relacionarse con las cosas en tanto que puede comprarlas con el dinero que le dan por su fuerza de trabajo. El dinero, cosa con la que el trabajador compra cosas, se convierte en el medio gracias al cual el trabajador se relaciona con las cosas. Pero en ese proceso, el trabajador se convierte, también, en cosa, pues si éstas pueden comprarse con dinero, resulta que el trabajador también se compra (o se alquila) con dinero. El trabajador no es un humano: es una fuerza de trabajo que puede comprarse para que produzca cosas, recibiendo como pago esa cosa llamada dinero. Mercancía entre mercancías cuya dinámica sólo busca la reproducción de mercancías y, en última instancia, de capital.


Tal es la idea del hombre que se puede desprender del sistema capitalista. No obstante Marx, siguiendo la tradición profética-humanista occidental, busca la modificación de este sistema mediante la propuesta de un socialismo que vuelva a poner en el centro del sistema de producción al hombre con todas sus capacidades, y en donde este hombre produzca de acuerdo a sus necesidades básicas y en relación armónica con la naturaleza.

por Jaime Magdaleno

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