No me gusta la literatura de Sergio Pitol. El temperamento de sus
personajes me parece acartonado, plano, sin conflicto. Por otro lado, sus
obsesiones sobre un pasado caduco, de aristocracias rancias, abolengos
disminuidos y existencias nostálgicas están lejos de mi experiencia vital, pues
la única aristocracia que yo conozco es aquella que distingue a los que llegan
al final de la quincena sin pedir prestado de los que no; el conocimiento de mi
abolengo se remonta sólo dos generaciones atrás: a la imagen de mi abuelo que
pastaba vacas y borregos en un pueblo sin plaza, escuela ni luz eléctrica, y,
además, en mi existencia no hay lugar para la nostalgia pues no me gusta
recordar que en mi infancia nunca vi las caricaturas en un televisor con color
ni mejoré mi destreza y memoria reproduciendo los tonos arbitrarios que el
Fabuloso Fred componía. Y, sin embargo, cuando tomé El Arte de la Fuga y
comencé a leerlo, ya no pude parar. Surgió en mí una necesidad -gozosa- de
seguir hasta el final. No me
importó llegar a la página 125 sin conocer el lugar (la temática, la anécdota,
“el mensaje”) al cual Pitol me
quería llevar: yo me sumergí en la lectura y de allí logré salir únicamente
obligado por las circunstancias del momento: una llamada telefónica, una cita
impostergable, la necesidad imperiosa de ir al water, o las obligaciones ya
desesperantes de un trabajo aborrecido por necesario -en fin: me refiero a las
proezas y tribulaciones cotidianas que experimenta cualquier lector citadino.
Pensé, entonces, que la lectura de El arte de la fuga me evadió de los
suplicios y pesares de la existencia inmediata: al contemplar con Pitol un
tríptico de Max Beckmann en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, o al
acompañarlo, eso sí, nervioso y elegante como él, a una cita con Tabucchi o
Vila-Matas, o a una revisión de textos con Monsiváis, Arreola y Pacheco, me
fugué con él de mi vida anodina, monocromática, arrinconada.... Ahora
reflexiono y me doy cuenta de que yo mismo soy un personaje “plano, acartonado,
sin conflicto” como los de Pitol. Aunque mi abolengo no sea rancio ni mi árbol
genealógico se muestre disminuido, comulgo, con desazón, con el temperamento
contenido de sus personajes, con la simpleza de sus obsesiones, con la
fugacidad de sus pasiones. Allí me doy cuenta: la obra de Pitol no me gusta
porque, en cierta medida, el temperamento de algunos de sus personajes refleja
lo que yo soy y no me gusta ser. Pero, a su vez, como el reflejo que observo me
da una visión de otra parte de mi vida -fofa, sosa, aburrida, predecible,
cobarde- no puedo apartar la vista de ese espejo... Y entonces resulta que sí:
a güevo que sí: sí me gusta la literatura de Sergio Pitol aunque, de entrada,
afirme que no me gusta, nada más para despistar a los estúpidos.
II
Sergio Pitol no es un escritor desequilibrado.
Sergio Pitol no es un autor desbocado.
Sergio Pitol no un escritor desmesurado.
Sergio Pitol no es un autor perdulario.
En ese (esos) sentido (s), se podría pensar que Pitol no es un
escritor arriesgado, pues recurre a géneros literarios específicos, sin alterar
en gran medida sus características formales. No obstante, inmediatamente pienso
que de nueva cuenta estoy cometiendo un error de apreciación (o pretendiendo embaucar a los imbéciles). La narrativa de
Pitol es una suma de géneros literarios que, yuxtapuestos, embrocados,
encabalgados, desplazados y/o acompasados unos con otros, entregan una manera
novedosa de narrar. Por ello, pienso, en la obra de Pitol no hay desmesura
(Pitol no es un bravucón impredecible como Aquiles) pero sí hay aventura (sí es un
lúcido e inspirado estratega a la manera de Héctor). Y es esta conjunción la
que provoca mi atención absoluta; de tal manera que, cuando leo a Pitol, no
sólo estoy proyectando secuencias narrativas para reconfigurar significados,
sino también (aunque suene a mamonería pretenciosamente académica) voy
identificando y reconstruyendo estructuras y géneros literarios.
He allí otra razón por la que, absorto, no tengo mirada para algo
más mientras recorro sus páginas. Así que: si usted me mira con un libro de
Sergio Pitol sobre las manos, le suplico algo: tenga la amabilidad de no estar
chingando.
III
Pienso que Pitol es un
autor exclusivamente para literatos.
No sé si esto sea demeritar su obra (no lo creo: una obra no se
demerita por un juicio tan pendejo).
Y aunque también creo que éste puede ser otro error de apreciación,
por lo menos así explico que, hace unos años, no haya podido avanzar en la
lectura de Pitol. No obstante, ahora que me interesa comprender sus
preocupaciones formales, sus investigaciones sobre el impulso de la escritura,
sus entramados narrativos, las anécdotas con compañeros escritores, sus
estrecheces económicas y sus afanes intertextuales, observo en Pitol a un autor
para literatos, sí, aunque también, y sobre todo, a un narrador avezado,
avispado, nada complaciente, que intenta urdir tejidos textuales siempre
diferentes, diversos, complejos, por lo que afirmo que Sergio Pitol no es un autor para incautos o imbéciles, como usted comprenderá.
por Jaime Magdaleno
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