18.2.17

“Amor evolutivo” de Ch. S. Peirce como crítica al liberalismo económico de Hegel


Introducción

Este texto se atreverá a existir amparado en dos conceptos fundamentales en la obra de Charles Sanders Peirce: la abducción y el falibilismo. A partir de la abducción el texto se permite recuperar una intuición senti-pensada por quien esto escribe, según la cual en su ensayo “Amor evolutivo”, Peirce realiza una crítica al liberalismo económico, tal y como lo entiende G. W. F. Hegel. Por su parte, bajo el resguardo del falibilismo, el texto se atreve a exponer la conjetura señalada en el título, que tratará de ser demostrada o, por lo menos, explicada a lo largo del presente escrito. Por lo tanto, el tema de este trabajo se centra en la crítica que realiza Ch. S. Peirce al liberalismo económico en su ensayo “Amor evolutivo”.

El motivo por el cual decidí reflexionar y desarrollar este tema se debe a que el texto “Amor evolutivo” me produjo un fuerte impacto. Empero, debo decir que el impacto se produjo, sobre todo, porque Peirce para nada realiza su crítica en forma explícita. Antes bien, la apunta mediante referencias, más o menos veladas, al “orden del discurso” dado sobre la economía política decimonónica, imperante en su espacio-tiempo epistémico-vital. Así pues, en este trabajo me propongo explicar dicha crítica. Al referirme al pensamiento de Hegel utilizo un estudio de Herbert Marcuse, titulado Razón y revolución. En cuanto a Charles Sanders Peirce, expongo las ideas contenidas en su ensayo “Amor evolutivo”. Por lo que toca a la estructura del trabajo, ésta consta de dos partes: la primera de ellas se titula “Liberalismo económico en G. W. F. Hegel”, y la segunda, “Crítica de Peirce a la economía política en ‘Amor Evolutivo’”. El trabajo cierra con una tercera parte denominada “Conclusiones”. 

Liberalismo económico en G. W. F. Hegel

Se ha dicho que el pensamiento de Hegel apuntaló a la naciente burguesía capitalista, no sólo por el hecho de cuestionar el pasado orden feudal que privilegiaba estamentos por prejuicios religiosos o por tradiciones aristocráticas, sino sobre todo por convertirse en la ideología del derecho a la propiedad privada y al libre intercambio de mercancía. En efecto, Hegel asume al sujeto como un individuo libre, que alcanza el reconocimiento de su plena libertad a partir del derecho de ejercer su voluntad; ésta, a su vez, fundamenta el derecho a la propiedad:

Apropiarse es, en el fondo, simplemente manifestar la majestad de mi voluntad con respecto a las cosas, por medio de la demostración que éstas no son completas por sí mismas, ni tienen ningún propósito propio. Esto es llevado a cabo inculcando al objeto una meta distinta de la que tenía primordialmente. Cuando la cosa viviente se convierte en propiedad mía, adquiere otra alma distinta a la que tenía. Yo le doy mi voluntad[1].

Hegel hace residir la libertad del sujeto en el ejercicio de su voluntad; voluntad que se vuelca no sólo sobre el dominio de sí sino también sobre el dominio de lo “otro”. ¿Cómo llegó Hegel a esta conclusión? Por medio de la reflexión de una libertad subjetiva, misma que subyace en la posibilidad de que el sujeto sea libre sólo al interior de su pensamiento. Es en esa interioridad no condicionada por nada —pues el sujeto es dueño de su propio pensamiento— donde se ejecuta la voluntad de ese mismo sujeto. Una voluntad que, al saberse dueña de sí, se despliega hacia el exterior con ánimo de apropiarse, también, de lo otro. Herbert Marcuse lo expresa así: “La propiedad es consumada así por la voluntad libre, que representa tanto la realización de la libertad como la de la apropiación”[2]. 

El sujeto moderno, para Hegel, es el sujeto que se apropia de las cosas y les otorga por este simple hecho un nuevo valor, dado que es el hombre el que les da una “meta distinta de la que tenían primordialmente”. Antes de que el hombre se apropie de las cosas, éstas existen sin un sentido; en cuanto el hombre se apropia de ellas, las dota de sentido y por ello las cosas adquieren valor. El hombre hace valer las cosas y, por lo mismo, es justo que le pertenezcan. En palabras de Hegel:

Una persona tiene el derecho de dirigir su voluntad hacia cualquier objeto, como su meta real y positiva. El objeto se hace así suyo. Como no tiene ningún fin en sí mismo, el objeto recibe su significación y su alma de la voluntad. El hombre tiene el derecho absoluto de apropiarse de todo lo que sea una cosa[3].

De esta manera, se fundamenta el derecho a la propiedad privada. Ahora bien: si las cosas me pertenecen, si tengo derecho a la propiedad privada de las cosas, tengo también el derecho de intercambiar esas cosas como mejor me convenga. Surge así el libre comercio de mercancías o liberalismo económico. Éste, busca la mayor rentabilidad mediante el intercambio. Es decir: en el intercambio, el sujeto no busca el beneficio del objeto que le pertenece; antes bien, procura el mayor beneficio para sí. No obstante, los otros propietarios buscan lo mismo; esto es, van detrás del mayor beneficio para cada uno de ellos, por lo que se desata una libre competencia egoísta —en el sentido de que sólo ve por el interés del propio individuo, sin reparar en el de los otros.

Crítica de Peirce a la economía política en “Amor evolutivo”

Es aquí donde entra la crítica que lleva a cabo Ch. S. Peirce a la política económica de su tiempo, al cual llama “El Siglo Económico”.

El siglo XIX está tocando su fin rápidamente, y al revisar sus logros nos preguntamos qué carácter está destinado a llevar en las mentes de los historiadores del futuro, en comparación con otros siglos. Se llamará, supongo, el Siglo Económico, puesto que la economía política tiene más relaciones directas con todas las ramas de su actividad[4].

En “Amor evolutivo” Peirce realiza la crítica a la economía “de la codicia”, fundamentada en la “Inteligencia al servicio de la avaricia”:

La Inteligencia al servicio de la avaricia garantiza los precios y contratos más justos, la conducta más inteligente en todos los tratos entre los hombres, y conduce, al summum bonum, comida en abundancia y perfecta comodidad. ¿Comida para quien? Pues para el codicioso maestro de la inteligencia[5].  
    
Este “codicioso maestro de la inteligencia” es, a mi entender, el sujeto que se arroga el derecho de propiedad sobre los objetos y practica el libre comercio de los mismos, introduciendo así una libre competencia que no ve por el bien común sino por el bien personal, entendido éste como la obtención de la ganancia mayor o el mayor beneficio económico en el libre intercambio de mercancías. Esto es: por medio de sentencias más o menos directas, Peirce realiza la crítica al liberalismo económico del siglo XIX que, como ya vimos, encuentra su fundamento en G. W. F. Hegel.

Por otro lado, Peirce observa, atónito e incrédulo, cómo se ha pretendido justificar la lógica anteriormente descrita desde la teoría económica, que no ve egoísmo o avaricia alguna en el liberalismo económico; antes bien, para esta teoría el libre comercio se fundamenta en el amor.
Abro un manual sobre economía política [en donde] El autor enumera “tres motivos para la acción humana:
El amor a uno mismo.
El amor a una clase limitada que tenga intereses y sentimientos en común con uno mismo.
El amor a la humanidad en general”[6].

A continuación, perspicaz y lúcido, Peirce da cuenta de la pretensión de la teoría de convalidar los actos egoístas del libre comercio mediante ese pretendido “amor”:

Para empezar, nótese qué titulo más obsequioso se le confiere a la avaricia: “El amor a uno mismo”. ¡Amor! El segundo motivo es el amor. En lugar de “una clase limitada”, ponga “ciertas personas” y tendrá una descripción más justa[7].

Peirce no muerde el anzuelo retórico sobre las bondades del libre comercio, por lo que enfoca su argumentación en explicar cómo el “amor”, dentro de la acción económica, no se dirige hacia los otros sino, en realidad, se dirige hacia uno mismo. En ese sentido, si efectivamente el “amor” motivara la acción económica, en todo caso, se trataría de un amor propio, de un egoísmo que busca, únicamente, satisfacer la codicia personal antes que el bienestar colectivo.

Efectivamente, son beneficiosos en el “más alto grado” sin excepción para el ser que recibe todas sus bendiciones, a saber, el Yo, cuyo “único objeto”, dice el escritor, al acumular riqueza es su propio “sustento y diversión”[8].

En la lógica de la economía moderna no ve Peirce ningún amor ágape (amor dirigido al otro) sino en todo caso un amor eros (amor que busca la satisfacción personal).

Ahora bien: es el re-conocimiento de la lógica egoísta que priva en la economía liberal lo que lleva a Peirce a entender por qué una teoría como la de Darwin (que, según Peirce, se basa en “la exclusión de los débiles”) puede convertirse en la explicación dominante sobre la evolución. Frente a esa teoría que privilegia la “libre competencia” entre las especies, que “excluye a los débiles”, Peirce propondrá otra que explica la evolución en términos del amor ágape, que incorpora variaciones en las especies a partir del amor hacia el otro.

Conclusiones  

Llegado al punto anterior, Peirce ensaya una teoría de la evolución a partir del amor, que denomina “Amor evolutivo”. Ése es, precisamente, el interés primordial de su texto. No obstante, el interés del mío fue exponer cómo, en “Amor evolutivo”, Peirce realiza la crítica al liberalismo económico del siglo XIX, fundamentado en el pensamiento de Hegel. Espero haber demostrado mi intuición con explicaciones sólidas, para que la abducción que tuve sobre el tema cobre sentido.

por Jaime Magdaleno


F U E N T E S
Marcuse, Herbert. Razón y revolución. Alianza editorial, Madrid, 1986. 441 págs.
Peirce, Charles S. “Amor evolutivo”, en:  Obra filosófica reunida. Tomo I (1867-1893). Nathan Houser y Christian Kloesel (editores). F.C.E., México, 2012. p.p. 396-415.





[1] Citado por Herbert Marcuse en Razón y revolución. p. 189.
[2] Íbid. p. 188.
[3] Citado por Herbert Marcuse. Op. Cit. p. 190. 
[4] Charles Sanders Peirce, “Amor evolutivo”, en Obra filosófica reunida. p.  398.
[5] Ídem.
[6] Ídem.
[7] Íbid. p. 399.
[8] Ídem.

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