Este
trabajo cobró vida a partir de la reflexión que el título de este coloquio
despertó en mí, pues considerar que existen una serie de “Sexualidades Prohibidas”,
inmediatamente lleva a plantearse el problema de la prohibición. ¿Quién
prohíbe? ¿Qué prohíbe? ¿A quién o a quiénes prohíbe? Y, sobre todo, ¿cómo se
logra, a pesar de la prohibición, que esas sexualidades se ejerzan y se
expresen en todo tipo de prácticas culturales? No dudo que parte de las
conferencias y charlas programadas aquí tengan como fin responder a esas
interrogantes. Precisamente, el tema que escogí tiene como finalidad plantear y
tratar de esbozar respuestas a los anteriores cuestionamientos, tomando como
pretexto, tanto el estudio pícaro-folcklórico-metódico-erudito que llevó a cabo
Armando Jiménez en la serie de libros que publicó bajo el concepto de “Picardía
mexicana", como una serie de consideraciones acerca de lo explícito y lo
implícito que contienen estos mensajes; afirmaciones y reticencias que bordean
el terreno de lo sexual y que presuponen actos enunciativos vigilados y
contextualizados. Justamente, reflexionar en la vigilancia y en la
contextualización en la que se producen estos mensajes, puede permitirnos
responder a las interrogantes: ¿quién prohíbe?, ¿qué prohíbe?, ¿a quién o a
quiénes prohíbe?, y ¿cómo se logra, a pesar de la prohibición, que esa
sexualidad se ejerza?
De
entrada, al reflexionar sobre la sexualidad subyacente en los grafitos
populares mexicanos, podemos darnos cuenta de que éstos presentan todo un catálogo
de deseos, anhelos, obsesiones o preferencias de quienes los escriben o
dibujan, por lo que representan, a decir de Octavio Paz, el “repertorio de
nuestros deseos y temores, atrevimientos y cobardías”. Así, por ejemplo, cuando
miramos el grafito del “Gallito inglés”, y leemos su descripción: “Éste es el Gallito
inglés, míralo con disimulo, quítale el pico y los pies y métetelo en el culo”,
podemos adivinar que el nada discreto amanuense pretende, desde luego, alburear
a su interlocutor, aunque paralelamente ofrece el retrato de una práctica
sexual “prohibida” -la denominada “sodomía”-, por lo que el grafito refiere un
impulso homosexual, de allí la sugerencia a “mirar con disimulo” al pícaro
gallo. Tal vez sea ese sentido -el que se refiere al tono veladamente homosexual de ciertos
albures y grafitos-, el que llevó a Carlos Monsiváis a afirmar que el albur “fue
respiradero verbal de los reprimidos sexuales (todos) y chiste ventajoso que
reafirmaba a quien lo reproducía y a quien lo comprendía rápidamente”. Para
respaldar a Monsiváis (por si lo necesitara), ofrezco un par de “chanzas”
extraídas (sin albur) de la Nueva Picardía
Mexicana, de Armando Jiménez:
“Te
manda saludar la Quecha/ ¿La Quecha?/ Sí, la que echa leche”.
“Te
necesita Lalo/ ¿Lalo Pérez?/ No, la longaniza”.
Por
otro lado, pienso que los creadores de estos mensajes muestran u ocultan sus
deseos según el medio que escogen para expresarse y el grado de literalidad o
vaguedad con el que se expresan. Por ello, parece ser que existe una mayor
"libertad" para expresar deseos "reprimidos" en sitios que
ofrecen "intimidad", como los baños públicos (de hecho, el grafito
del “Gallito inglés” aparece, sobre todo, en estos espacios, según lo
consignado por Armando Jiménez). En estos sitios, el sujeto se oculta de la
mirada vigilante de su sociedad, pero precisamente la posibilidad de
"esconderse" de los otros le da ocasión de "exhibirse" con
mayor libertad, de expresarse explícitamente, de allí que el creador del
“Gallito” no tenga reparos en escribir, literalmente, “métetelo por el culo”.
En cambio, en los sitios en donde los sujetos pueden ser escuchados o en donde
los mensajes son fácilmente visibles, como en las paredes de las calles o incluso
en letreros de frutas y legumbres de los mercados, el sujeto despliega la
expresión de sus deseos con un lenguaje velado, sugerente, en no pocos casos
alburero. Como muestra tenemos las chanzas consignadas anteriormente, en donde
el falo no se menciona explícitamente, sino sólo a través de metáforas
(longaniza) o analogías (la “Quecha” que avienta leche como el falo arroja semen). Agregamos un ejemplo más: es evidente
que para alguien poco versado en albures puede pasar inadvertida esta petición servicial
(además de sexual), colocada entre las verduras del mercado:
“Nabo.
Pídame la cantidad que necesite y se lo empaco gratis”.
Aquí,
el sujeto se sirve de un lenguaje no literal sino metafórico (el nabo
que es un falo) y analógico (“se lo
empaco” entendido como “se lo introduzco” o “se lo penetro”) para mostrar o
exhibir la expresión de sus anhelos sexuales, debido a que el carácter público
del espacio en el que se expresa le inhibe. O, mejor aún: la mirada vigilante
de todos los que se pasean por ese espacio público llamado mercado le inhibe,
por lo que necesita hacer gala de ingenio verbal para realizar la alusión
sexual. De la misma forma, sólo alguien “iniciado” en el arte del doble sentido
o el albur puede descifrar el mensaje que yace implícito.
Entramos
al terreno de la primera de nuestras interrogantes. Ante la pregunta ¿quién
prohíbe?, podemos responder, siguiendo a Michel Foucault, que es la
colectividad, erigida en institución o autoridad vigilante, la que ejerce el
control de lo que puede decirse y lo que no; mecanismo de control, socializado
o institucionalizado, que es interiorizado por el sujeto, quien lo reproduce a
partir de su práctica, esté convencido de ello o no, y sea consciente de ello o
no. Lo interesante, con relación al tema que nos ocupa, es que, efectivamente,
el sujeto que realiza la práctica de los albures y los grafitos asume una serie
de prohibiciones sociales con relación al tema del sexo, y sólo se permite
enunciarlos, explícitamente, en contextos de enunciación privados, e
implícitamente, en actos enunciativos públicos. Sea de una u otra forma, las
prohibiciones de la colectividad permean al individuo, y éste las refuerza
mediante una práctica enunciativa explícita o implícita, que depende del
contexto de enunciación.
En
cuanto a qué es lo que se prohíbe, en un primer momento se puede pensar que es
el tema de la sexualidad aunque, siguiendo con Foucault, sospecho que es el
ejercicio de ese discurso el que se pretende limitar: Dice Foucault: “Uno sabe
que no tiene derecho a decirlo todo, que no se puede hablar de todo en
cualquier circunstancia, que cualquiera, en fin, no puede hablar de cualquier
cosa”. Si estoy entendiendo la cita anterior, no es que la colectividad,
erigida en institución “reguladora” del discurso, niegue el tema del sexo, sino
que su regulación se enfoca en determinar quién puede hablar del tema y bajo
qué circunstancia. Es decir: de alguna forma la colectividad “reguladora” del
discurso, y el sujeto que ha interiorizado las normas, se encargan de
determinar los contextos de enunciación del discurso, en este caso, de la
sexualidad, por lo que a la pregunta “¿qué es lo que se prohíbe?” podemos
responder que no existe una prohibición propiamente dicha del tema del sexo,
sino una regulación del tema y de sus contextos de enunciación. Regulación dada
por la colectividad y el propio sujeto, quienes determinan quién dice qué cosa
sobre el sexo y cómo y dónde y con qué grado de explicitud o implicitud. Por lo
que toca a la práctica del albur y de los grafitos, los sujetos regulan su
discurso, permitiéndose ser explícitos en lugares más o menos restringidos y
expresándose con reserva metafórica-analógica en contextos enunciativos
públicos.
Por
lo mismo, la regulación ejercida, tanto por la colectividad como por el sujeto,
es totalizadora: es decir: abarca a todos y cada uno de los sujetos, ya que
todos y cada uno de ellos vigilan escrupulosamente el cumplimiento de las
restricciones enunciativas imperantes en un espacio-tiempo determinado. Por
ello, esperamos que ciertos sujetos se expresen del sexo en ciertos términos
bajo determinadas circunstancias. Por ejemplo: tal vez se espere que en un
contexto como en el que estamos inmersos, en un coloquio denominado
“Sexualidades prohibidas”, los sujetos, al exponer sus ideas sobre lo sexual,
hagan gala y desplieguen todo tipo de recursos discursivos identificados, grosso modo, con lo que hemos dado en
llamar ACADEMIA; esto es: mediante la organización de los sujetos en “mesas” o
“conversatorios”, en donde cada uno de ellos utiliza un lenguaje
“especializado”, con múltiples referencias librescas, salpicando su discurso
con los nombres de ciertos autores, más o menos canónicos según la especialidad
desde la cual habla; encuentros enunciativos en donde el distinguido público
basa su distinción en una inteligencia, agudeza y formación libresca-erudita
similar o incluso mayor a la del sujeto que habla. ¿Y qué sucede en los
contextos de enunciación en los que opera el albur y los grafitos? Parece ser
que en esos contextos opera un discurso que, como ya dijimos, se permite ser
explícito en contextos privados e implícito en circunstancias públicas; en
donde los sujetos que hablan tienen una iniciación-formación-especialización en
el discurso simbólico-metafórico-analógico, mejor conocido en el “bajo mundo”
como lenguaje del albur, fuente seminal de la Picardía Mexicana y sus grafitos.
Y, finalmente, ¿cómo se logra, a pesar de la prohibición, que esas sexualidades se ejerzan y se expresen en todo tipo de prácticas culturales? Precisamente, a partir de la regulación de los contextos de enunciación: dado que no existe propiamente una prohibición sobre el discurso de lo sexual, sino una regulación que marca quién habla y cómo debe hacerlo según las circunstancias de enunciación, las prácticas y discursos sobre la sexualidad aparecen de múltiples y diferentes maneras, todas posibles a partir de los márgenes de actuación que la colectividad y los sujetos se otorgan a sí mismos. Este espacio es uno de ellos. Felicitemos a los organizadores por proponerlo y a nosotros por ejercer el discurso sobre la sexualidad, sea ésta prohibida o no. Muchas gracias.
por Jaime Magdaleno
Texto leído en el "Primer Coloquio Sexualidades Prohibidas", el 26 de marzo de 2015, en la ENAH.
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