La obra no es
sino (…) posibilidad abierta, algo que sólo se anima al contacto de un lector,
de un oyente. Hay una nota común a todo el arte, sin la cual no sería nunca
arte: la participación.
Octavio
Paz (1956: 25)
Asumimos como compromiso definir de manera
transdisciplinaria la obra y aclarar a qué aludimos con la condición de una
obra sujeta, es decir, la doble implicación que tiene el estar sujeta:
por un lado, desde la sujeción a un conjunto de pautas socio-culturales,
político-ideológicas y económicas, y por otro, desde su implicación íntima con
un sujeto semiótico-discursivo particular. Para comprender la importancia de la
obra, no como ente independiente sino como cohesión materializada de las
relaciones en el campo, es indispensable discutir la polémica que ha generado
su definición. Comenzamos por recuperar lo que sostuvo el narrador Gerardo Rod,
aludiendo a otro escritor:
(…) decía Truman Capote (…) que cuando desaparece
una civilización lo que queda de ella realmente, no son lingotes de oro o
billetes de dólares o mansiones o propiedades, lo que queda son las
manifestaciones culturales, sus manifestaciones artísticas. De entre las ruinas
realmente lo que queda y vale para hablar y para manifestar lo que fue esa
civilización son sus manifestaciones culturales y artísticas, no la cantidad de
oro que produjo, no las propiedades que tenía, no ese tipo de cosas, lo que
vale lo determina el tiempo, el valor de una obra la determina el tiempo.
Las manifestaciones artísticas revelan una parte
importante del mundo cultural, y para reconocer tanto su distinción como cierta
preeminencia, la que permite el vínculo con el goce artístico, es común
contraponer este tipo de manifestación con cualquier otra de carácter material
o productivista, particularmente aquellas que producen consumo y responden a
proyectos latifundistas: de propiedad y posesión. Sin embargo, la condición
material o intelectual que constituye un producto creado representa una de las
principales características que une a toda manifestación cultural. Entre tanto,
las condiciones de producción, circulación y recepción, así como los contextos
de interacción y reproducción de prácticas culturales semiótico-discursivas y,
por supuesto, los procesos complejos que devienen en este flujo de construcción
cultural, intervienen desde una perspectiva dialéctica en la obra. Sostiene
Benjamin que la dialéctica precisa “insertar la obra en el conjunto vivo de
relaciones sociales” (1972). Para ello, es importante considerar los usos más
básicos del concepto y de este modo categorizar sus implicaciones:
1.
La obra como producto intelectual creado. Desde una definición estricta se
añade que este producto intelectual pertenece al ámbito de las ciencias o del
arte; sin embargo, asumiendo la conciliación de ambos dominios, así como la
explosión de campos del conocimiento, consideramos que la connotación de la
obra se extiende a todo trabajo intelectual de, por lo menos, mínima trascendencia,
que incumbe al campo cultural como amplia esfera de producción. Esta definición
alude también a la obra como objeto —por contraste o analogía—, donde adquiere
un carácter material que se vaporiza precisamente a partir del alcance de lo
especulativo, pero que asume en determinado momento una dimensión sólida, como
producto objetivable; de ahí que la obra adjudique cierta pertenencia a la que
el autor considera como propia, es decir, la serie encadenada de sucesos que
sujetan la obra y que determinan su tipología.
2.
La obra como estructura en construcción. Esta evocación hace referencia al
contexto arquitectónico o de infraestructura urbana, como una metáfora. Sin
embargo, esta definición permite insistir en la obra como proceso de
edificación que da sentido a distintas prácticas culturales promoviendo, al
mismo tiempo, la estructuración de aparatos ideológicos y de poder. Desde los
aportes de la transdisciplina, varios teóricos y analíticos de vanguardia han
propuesto pensar en la metáfora de una arquitectura del sentido que
explora obras concretas de la humanidad como objetos de estudio culturales y
sociales; desde esta expresión condensamos también la obra como sistema de
organización y prácticas de sentido.
3.
La obra como ‘poder de acción’. En un sentido pragmático la obra alude a la
acción concreta en que se opera, fabrica o elabora algo: un fruto o producto
humano. Como verbo implica la conjugación del hacer o actuar de un sujeto con
la facultad o libertad de poder hacerlo. Esta acepción dispara la concepción de
obra a nivel de categoría, dado que permite, desde el concepto fijo,
trasladarnos al movimiento o alternancia de las jerarquías, en cuyos rangos el
sujeto es portador potencial de un obrar, y precia a otros de la gracia de su
obra. La obra adquiere, por tanto, un carácter procesual, sumado a las
definiciones hasta el momento expuestas.
4.
La obra como expresión en el arte. Específicamente se considera una obra de
arte aquella creación con fines estéticos y/o elevada calidad; para lo cual también
se asume que la obra de arte es un producto intelectual, una estructura
particular en construcción (desde una obra arquitectónica propiamente, hasta
una obra musical, escultórica, dancística, pictórica, literaria, etc.), y una
obra implicada en un proceso, es decir, el poder de hacer; todo ello en el
contexto de las artes, que en rigor, deberían ser planteadas en plural, dado
que representan una serie de campos particulares. Pero además añadimos, en esta
condición específica de la obra, el carácter de la expresión y el peso
clasificatorio de lo estético y la calidad. La definición de obra de arte nos
permite reparar en la importancia de las manifestaciones o expresiones en las
que se expone lo humano, es decir, la expresión de lo cultural; regresamos por
tanto a reconocer la obra artística como manifestación cultural, en la que, sin
embargo, también existen niveles de funcionamiento productivo, estructural y de
poder. Expresión canónica que responde regularmente a ciertas reglas acordes al
marco institucional que envuelve los campos; en este sentido, la obra de arte
expresa vigencias de la estética y manifiesta apropiación del contexto
artístico al que pertenece, pero esto se modifica en cada época, en cada
espacio y por cada sujeto que multiplica, diversifica y transforma su
experiencia, como han sostenido una serie de autores.
5.
Por último, la obra como inversión pública. Nuevamente en el sentido
estricto la obra pública haría alusión a un trabajo desarrollado por el Estado,
que implica la inversión de fondos públicos y debe tener un fin social en
beneficio de la comunidad y sin afán de lucro —lo cual, pocas veces cumple su
cometido—. Pero esta acepción de la obra permite conjugar además las
implicaciones concretas de lo colectivo, y de esta manera insistir en la
exposición y referencialidad de los otros: espectadores, lectores o público
en general. Si consideramos una obra como manifestación representativa de un
contexto cultural particular, asumimos su capacidad potencial de transformar o
alterar las realidades en las que surge como obra de subversión, en el sentido
que alza una acción o reacción colectiva. La obra, por lo tanto, revela
dinámicas de profundos alcances para reordenar las relaciones sociales.
Siguiendo esta lógica, consideramos que debemos
acercarnos a una serie de condiciones históricas que contextualicen la producción
literaria y posibiliten el análisis transcultural que sostenemos; estas
condiciones ameritan una aproximación inicial que formulamos en términos de
tres momentos y que, al mismo tiempo, permitirá ampliar el análisis.
El primer momento atiende al origen en la
construcción de la obra: cómo nació el proyecto, cuál fue su génesis y cuál es
su pasado: su historia inmediata; el segundo momento responde a la concepción
de la obra en términos de su presente, su condición actual, su tiempo, sus
espacios de intercambio, su trayectoria, el camino que ha recorrido, su
posición actual y a dónde ha llegado; el tercer momento advierte sobre cómo
será el proyecto de la obra: a qué pertenecerá, hacia dónde se proyecta, cuál
es su relevancia y su trascender, qué coyunturas abre, qué usos permite, qué
nuevas génesis desatará y hacia dónde se dirigen éstas. En todo momento nuestro
referente inmediato lo representa la obra o producción literaria. Debemos
comenzar por precisar sus implicaciones en lo general, desde un recorrido socio-histórico-político
y literario, para, como hemos dicho, contextualizar el análisis considerando la
complejidad cultural que la envuelve. El énfasis en estos tres momentos
estructurantes de la historia define particularmente la historia de la obra.
Toda creación cultural debe entenderse y
explicarse en el contexto amplio de la vida histórica y social de los pueblos.
La arena de la política constituye, dentro de ese contexto, el terreno
inmediato sobre el cual se llevan a cabo las luchas que redundarán en la
creación de los pueblos y de su producción cultural (Jiménez Ferrer 2012: web).
En este sentido, la primera exclusión que
pretendemos reparar es la que ha dado por marcar una distancia considerable
entre textos históricos y textos literarios, y desde esta necesidad
reincorporamos la categoría de texto para enfatizar en la propuesta de Lotman y
asumir la obra como un tipo de texto literario que se conecta con otros textos,
y que, al mismo tiempo, nos permite reconocer una lógica precedente en torno a
la clasificación de la propia obra como texto; como sugiere Lotman:
(…) La existencia de textos artísticos supone
la simultánea existencia de textos no artísticos, y que la colectividad que se
sirve de ellos sabe hacer diferencia entre ellos. Las inevitables vacilaciones
en los casos fronterizos sólo refuerzan el principio mismo (…) de antemano
estamos partiendo de esas divisiones clasificacionales como divisiones dadas.
En este sentido, la idea de la literatura precede (lógicamente, y no históricamente)
a la literatura (Lotman 1996 [1973]: 163).
Conectamos la concepción de obra con la de texto,
discurso e historia, para condensar las líneas de un análisis que integre: los
usos de un concepto, una historia crítica (diacrónica y sincrónica), lo clasificatorio
de los textos y su contextualización, así como las pautas para un análisis del
texto-discurso semiótico-discursivo. En este sentido, creemos que el criterio
común lo sintetiza la visión de una obra-sujeta que implica lo concreto y lo
abstracto, y al mismo tiempo, implica al objeto/sujeto: literatura/escritor,
desde el movimiento transcultural de la participación.
Nos acercamos a la obra–sujeta, primero, a partir
de las consideraciones que hemos expuesto y que hacen de la categoría de obra un
continuum entre producción-construcción-acción-expresión-transformación,
envolviendo una serie de condiciones histórico-político-socio-culturales para
ser reconocida como obra. En primer lugar, trasladamos los conceptos a
categorías definiendo de manera transdisciplinaria y buscando tipologías a
partir de la complejidad de los mismos. Y, en segundo lugar, defendemos la
concepción de obra-sujeta aproximándonos a una obra particular y al entorno en
que ciertos sujetos la escribieron y produjeron, sosteniéndola como “obra
propia”.
por Rebeca Mariana Velasco
No hay comentarios:
Publicar un comentario