12.2.15

Obra-sujeta. Propuesta para el análisis transcultural de la producción literaria

La obra no es sino (…) posibilidad abierta, algo que sólo se anima al contacto de un lector, de un oyente. Hay una nota común a todo el arte, sin la cual no sería nunca arte: la participación.
Octavio Paz (1956: 25)

Asumimos como compromiso definir de manera transdisciplinaria la obra y aclarar a qué aludimos con la condición de una obra sujeta, es decir, la doble implicación que tiene el estar sujeta: por un lado, desde la sujeción a un conjunto de pautas socio-culturales, político-ideológicas y económicas, y por otro, desde su implicación íntima con un sujeto semiótico-discursivo particular. Para comprender la importancia de la obra, no como ente independiente sino como cohesión materializada de las relaciones en el campo, es indispensable discutir la polémica que ha generado su definición. Comenzamos por recuperar lo que sostuvo el narrador Gerardo Rod, aludiendo a otro escritor:

(…) decía Truman Capote (…) que cuando desaparece una civilización lo que queda de ella realmente, no son lingotes de oro o billetes de dólares o mansiones o propiedades, lo que queda son las manifestaciones culturales, sus manifestaciones artísticas. De entre las ruinas realmente lo que queda y vale para hablar y para manifestar lo que fue esa civilización son sus manifestaciones culturales y artísticas, no la cantidad de oro que produjo, no las propiedades que tenía, no ese tipo de cosas, lo que vale lo determina el tiempo, el valor de una obra la determina el tiempo.

Las manifestaciones artísticas revelan una parte importante del mundo cultural, y para reconocer tanto su distinción como cierta preeminencia, la que permite el vínculo con el goce artístico, es común contraponer este tipo de manifestación con cualquier otra de carácter material o productivista, particularmente aquellas que producen consumo y responden a proyectos latifundistas: de propiedad y posesión. Sin embargo, la condición material o intelectual que constituye un producto creado representa una de las principales características que une a toda manifestación cultural. Entre tanto, las condiciones de producción, circulación y recepción, así como los contextos de interacción y reproducción de prácticas culturales semiótico-discursivas y, por supuesto, los procesos complejos que devienen en este flujo de construcción cultural, intervienen desde una perspectiva dialéctica en la obra. Sostiene Benjamin que la dialéctica precisa “insertar la obra en el conjunto vivo de relaciones sociales” (1972). Para ello, es importante considerar los usos más básicos del concepto y de este modo categorizar sus implicaciones:

1.       La obra como producto intelectual creado. Desde una definición estricta se añade que este producto intelectual pertenece al ámbito de las ciencias o del arte; sin embargo, asumiendo la conciliación de ambos dominios, así como la explosión de campos del conocimiento, consideramos que la connotación de la obra se extiende a todo trabajo intelectual de, por lo menos, mínima trascendencia, que incumbe al campo cultural como amplia esfera de producción. Esta definición alude también a la obra como objeto —por contraste o analogía—, donde adquiere un carácter material que se vaporiza precisamente a partir del alcance de lo especulativo, pero que asume en determinado momento una dimensión sólida, como producto objetivable; de ahí que la obra adjudique cierta pertenencia a la que el autor considera como propia, es decir, la serie encadenada de sucesos que sujetan la obra y que determinan su tipología.

2.       La obra como estructura en construcción. Esta evocación hace referencia al contexto arquitectónico o de infraestructura urbana, como una metáfora. Sin embargo, esta definición permite insistir en la obra como proceso de edificación que da sentido a distintas prácticas culturales promoviendo, al mismo tiempo, la estructuración de aparatos ideológicos y de poder. Desde los aportes de la transdisciplina, varios teóricos y analíticos de vanguardia han propuesto pensar en la metáfora de una arquitectura del sentido que explora obras concretas de la humanidad como objetos de estudio culturales y sociales; desde esta expresión condensamos también la obra como sistema de organización y prácticas de sentido.

3.       La obra como ‘poder de acción’. En un sentido pragmático la obra alude a la acción concreta en que se opera, fabrica o elabora algo: un fruto o producto humano. Como verbo implica la conjugación del hacer o actuar de un sujeto con la facultad o libertad de poder hacerlo. Esta acepción dispara la concepción de obra a nivel de categoría, dado que permite, desde el concepto fijo, trasladarnos al movimiento o alternancia de las jerarquías, en cuyos rangos el sujeto es portador potencial de un obrar, y precia a otros de la gracia de su obra. La obra adquiere, por tanto, un carácter procesual, sumado a las definiciones hasta el momento expuestas.

4.       La obra como expresión en el arte. Específicamente se considera una obra de arte aquella creación con fines estéticos y/o elevada calidad; para lo cual también se asume que la obra de arte es un producto intelectual, una estructura particular en construcción (desde una obra arquitectónica propiamente, hasta una obra musical, escultórica, dancística, pictórica, literaria, etc.), y una obra implicada en un proceso, es decir, el poder de hacer; todo ello en el contexto de las artes, que en rigor, deberían ser planteadas en plural, dado que representan una serie de campos particulares. Pero además añadimos, en esta condición específica de la obra, el carácter de la expresión y el peso clasificatorio de lo estético y la calidad. La definición de obra de arte nos permite reparar en la importancia de las manifestaciones o expresiones en las que se expone lo humano, es decir, la expresión de lo cultural; regresamos por tanto a reconocer la obra artística como manifestación cultural, en la que, sin embargo, también existen niveles de funcionamiento productivo, estructural y de poder. Expresión canónica que responde regularmente a ciertas reglas acordes al marco institucional que envuelve los campos; en este sentido, la obra de arte expresa vigencias de la estética y manifiesta apropiación del contexto artístico al que pertenece, pero esto se modifica en cada época, en cada espacio y por cada sujeto que multiplica, diversifica y transforma su experiencia, como han sostenido una serie de autores.

5.       Por último, la obra como inversión pública. Nuevamente en el sentido estricto la obra pública haría alusión a un trabajo desarrollado por el Estado, que implica la inversión de fondos públicos y debe tener un fin social en beneficio de la comunidad y sin afán de lucro —lo cual, pocas veces cumple su cometido—. Pero esta acepción de la obra permite conjugar además las implicaciones concretas de lo colectivo, y de esta manera insistir en la exposición y referencialidad de los otros: espectadores, lectores o público en general. Si consideramos una obra como manifestación representativa de un contexto cultural particular, asumimos su capacidad potencial de transformar o alterar las realidades en las que surge como obra de subversión, en el sentido que alza una acción o reacción colectiva. La obra, por lo tanto, revela dinámicas de profundos alcances para reordenar las relaciones sociales.

Siguiendo esta lógica, consideramos que debemos acercarnos a una serie de condiciones históricas que contextualicen la producción literaria y posibiliten el análisis transcultural que sostenemos; estas condiciones ameritan una aproximación inicial que formulamos en términos de tres momentos y que, al mismo tiempo, permitirá ampliar el análisis.
El primer momento atiende al origen en la construcción de la obra: cómo nació el proyecto, cuál fue su génesis y cuál es su pasado: su historia inmediata; el segundo momento responde a la concepción de la obra en términos de su presente, su condición actual, su tiempo, sus espacios de intercambio, su trayectoria, el camino que ha recorrido, su posición actual y a dónde ha llegado; el tercer momento advierte sobre cómo será el proyecto de la obra: a qué pertenecerá, hacia dónde se proyecta, cuál es su relevancia y su trascender, qué coyunturas abre, qué usos permite, qué nuevas génesis desatará y hacia dónde se dirigen éstas. En todo momento nuestro referente inmediato lo representa la obra o producción literaria. Debemos comenzar por precisar sus implicaciones en lo general, desde un recorrido socio-histórico-político y literario, para, como hemos dicho, contextualizar el análisis considerando la complejidad cultural que la envuelve. El énfasis en estos tres momentos estructurantes de la historia define particularmente la historia de la obra.

Toda creación cultural debe entenderse y explicarse en el contexto amplio de la vida histórica y social de los pueblos. La arena de la política constituye, dentro de ese contexto, el terreno inmediato sobre el cual se llevan a cabo las luchas que redundarán en la creación de los pueblos y de su producción cultural (Jiménez Ferrer 2012: web).

En este sentido, la primera exclusión que pretendemos reparar es la que ha dado por marcar una distancia considerable entre textos históricos y textos literarios, y desde esta necesidad reincorporamos la categoría de texto para enfatizar en la propuesta de Lotman y asumir la obra como un tipo de texto literario que se conecta con otros textos, y que, al mismo tiempo, nos permite reconocer una lógica precedente en torno a la clasificación de la propia obra como texto; como sugiere Lotman:

(…) La existencia de textos artísticos supone la simultánea existencia de textos no artísticos, y que la colectividad que se sirve de ellos sabe hacer diferencia entre ellos. Las inevitables vacilaciones en los casos fronterizos sólo refuerzan el principio mismo (…) de antemano estamos partiendo de esas divisiones clasificacionales como divisiones dadas. En este sentido, la idea de la literatura precede (lógicamente, y no históricamente) a la literatura (Lotman 1996 [1973]: 163).

Conectamos la concepción de obra con la de texto, discurso e historia, para condensar las líneas de un análisis que integre: los usos de un concepto, una historia crítica (diacrónica y sincrónica), lo clasificatorio de los textos y su contextualización, así como las pautas para un análisis del texto-discurso semiótico-discursivo. En este sentido, creemos que el criterio común lo sintetiza la visión de una obra-sujeta que implica lo concreto y lo abstracto, y al mismo tiempo, implica al objeto/sujeto: literatura/escritor, desde el movimiento transcultural de la participación.

Nos acercamos a la obra–sujeta, primero, a partir de las consideraciones que hemos expuesto y que hacen de la categoría de obra un continuum entre producción-construcción-acción-expresión-transformación, envolviendo una serie de condiciones histórico-político-socio-culturales para ser reconocida como obra. En primer lugar, trasladamos los conceptos a categorías definiendo de manera transdisciplinaria y buscando tipologías a partir de la complejidad de los mismos. Y, en segundo lugar, defendemos la concepción de obra-sujeta aproximándonos a una obra particular y al entorno en que ciertos sujetos la escribieron y produjeron, sosteniéndola como “obra propia”.

por Rebeca Mariana Velasco

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