3.12.14

Los promovidos (del poder 'pelelizante')

En estos tiempos de uniformidad y adocenamiento sentipensante ¿quién merece ser “promovido” mediante un trabajo cómodo o una beca? El cortometraje “The promotion”, de Patrick Boivin, me sirve para plantear esa cuestión, pues asumo que la obra es una parábola del docente adocenado, del filósofo des-afilado, del escritor escaldado o del pensador pasivo. En ese sentido, “The promotion” nos muestra a un sujeto “promovido” dentro de una institución (¿universidad, instituto, escuela de escritores?) en donde todo se mira uniformado, planeado, organizado para favorecer un orden que nadie conoce pero que es omnipresente, omnisciente, de tal forma que el sujeto “promovido” lo ha sido al saber incrustarse y mimetizarse con ese orden. ¿Lo que escribe responde al orden? Seguramente. Y aun cuando pueda apartarse de él, tiene cerca-junto-pegado al “corrector” quien, solícito, se apresta a borrar lo que se aparta del orden, del poder, de lo hegemónico, de lo canónico.

En “The promotion” no hay margen, no hay resquicio, no hay periferia pues el espacio es tan breve que el orden, representando por “el corrector”, “el proveedor” (de hojas, de café, de grapas, de luz) y “el guía” (gerente, director, secretario general, presidente de la asociación) ocupan todo: la diminuta oficina, el estrecho pasillo, la escasa voz, la poca luz. Aunque, por otro lado, tampoco es que el adocenado-docente, el escaldado-escritor, el-des-afilado-filósofo, el pensador-pasivo sufra la imposición de un centro, de una hegemonía, de una dirección, de un canon, pues ese sujeto de por sí ya es un ente fácilmente manipulable, susceptible de enajenarse a la menor oportunidad, de allí que sea “promovido”.

Ja-ja. ¿A cuántos vehementes profesores me hizo recordar el video de Boivin? ¿Cuántos rebeldes pensadores-escritores-filósofos podrían prestar rostro y figura al patético personaje de “The promotion”? Sin duda, algunos. Varios. Muchos. Pero antes de caer en la tentación de nombrarlos debo mencionar que “The promotion”, como parábola, hace una curvatura narrativa que toca dimensiones éticas, políticas, culturales, antropológicas, las cuales quiero tratar a continuación.

¿Qué moral se deja o no se deja seducir por el canto de las sirenas de la complacencia intelectual? Suponemos que una moral cínica. Tal vez una epicúrea. Es probable que una estoica. Y si seguimos en esa línea podríamos llegar a la virtud cristiana del alejamiento del “mundanal ruido”, pero algo parece claro: ante el hecho de la adulación, más de un cínico, epicúreo, estoico y cristiano ha caído. El mito de la caída intelectual no cuenta, pues, el bobo relato de la mordida de una manzana, sino el respingo superficial, auto glorificante, de un sujeto que se dice crítico pero que se auto masturba mirando su nombre rotundo, reluciente, en los PINÁ-CULOS del arte, de la intelectualidad o, peor aun, de la academia.

¿Ser un pelele-advenedizo-promovido supone una postura política? Sin duda. Una posición VIN-CULADA con el trato del poder hacia el pelele-advenedizo-promovido y con la relación de éste con el poder. El poder político se divierte con el pelele-advenedizo-promovido en el arte, la cultura, la intelectualidad. El poder se carcajea del pelele que es “promovido” (por sus méritos intelectuales, faltaba más) a la “cumbre” del arte, de la cultura, de la intelectualidad. Y se ríe de él porque esa “cumbre”, ese PINÁ-CULO está construido por el poder, está modelado por las intenciones ideológicas de ese poder, que somos todos. Y allí es donde entra la relación del pelele-advenedizo de la cultura con el poder: ¡¡él es el poder!!, pues al mimetizarse con su discurso se convierte en poder aglutinante y reproductor de poder. El adocenado-docente, el escaldado-escritor, el des-afilado-filósofo, el pensador-pasivo que advenediza y pelelemente es promovido por el poder, reproduce un poder en donde se requiere la advenedización pelelizante para ser promovido por él.

Ahora bien: lo anteriormente escrito da una idea de cultura bastante lamentable. La cultura, según ese “diagnóstico”, no sería sino la reproducción de prácticas adocenadas-escaldadas-des-afiladas-pasivas que convierten a los sujetos en peleles advenedizos de un poder que solicita esas cualidades para “promoverlos”, para asignarles una beca, un cubículo, su lugar en una conferencia o unas páginas dentro de una publicación (auspiciada por el FONCA). En ese sentido, la antropología de la cultura (¿existe eso?) no sería sino el discurso (hoy está de moda hablar de “narrativas”, así que como soy un escritor adocenado-escaldado-des-afilado-pasivo utilizaré la palabrita): o, mejor aún, la narrativa sobre unos peleles que “promueven” a otros peleles para que engrosen las filas de los advenedizos del poder pelelizante.

Ojalá “The promotion”, como parábola, sólo sea eso: parábola de una “realidad” no necesariamente cierta; aunque es factible que el poder (pelelizante), tal y como afirmaba Foucault, sea omnipresente.

por Isaac Herrera

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