Si quieres subir de grado en el Pelotón, debes habituarte a eso.
Porque eso no es nuevo.
Eso ha existido desde siempre.
Mira. Nomás te cuento para que sepas cómo va la vaina:
Porque eso no es nuevo.
Eso ha existido desde siempre.
Mira. Nomás te cuento para que sepas cómo va la vaina:
Nosotros practicamos el despeñadero: subimos al indiciado hasta
la cumbre de un monte, de una peña o al punto más alto de un árbol
para desde allí arrojar al cabrón que se hace pedazos. Luego, alguno lo degüella para captar la sangre en una vasija a la que le
ponemos Coca-Cola y a veces ron Bacardí o Ron Potosí. Beber eso incrementa la
potencia sexual; si no me crees, ahora que despeñemos a alguien te
llevo y te doy de tomar para que veas cómo la verga se te pone dura
como la de un caballo.
También practicamos el flechamiento: a veces con balas, a veces con
flechas de verdad. Amarramos al revoltoso a estacas o postes
clavados en el campamento con ese fin. Lo sujetamos por las
piernas y los brazos, haciendo una X de México tensa, y ya luego lo
acribillamos disparándole flechas o balas en las partes del
cuerpo donde no pongamos en riesgo su vida, para que dure más y no se acabe pronto la diversión.
Mi especialidad es darles a los güeyes en las orejas o en la verga para que
sufran y se desangren a toda madre.
Ahora que, en tiempos como éste, o sea, en invierno, mejor asamos a la víctima.
Prendemos una fogata enorme y entre cuatro o cinco de nosotros
ponemos a asar el cuerpo como pollo frito. El desdichado grita como Santo Cristo; por eso a veces, para evitar el escándalo, le
cortamos primero la lengua, e incluso una vez el cabo Gutiérrez de
plano le arrancó la mandíbula a un cabrón con el machete para que
ya no gritara. De nada sirvió el asunto porque la gente, cuando está
por morirse, grita como pinche hiena enloquecida, como si de eso
dependiera su vida.
Aunque la práctica preferida por todos es la extracción de
corazón. Ahí sí que nos sentimos chichimecas. Incluso armamos un ritual: uno de nosotros se quita el casco y se
pone un penacho. Luego, entre todos aullamos como coyotes a la luna
llena y danzamos mientras tanto. Nuestra canción favorita para danzar es la del "Sonidito", de la Banda MS. Escúchala y me dirás si no está re'buena para el numerito. En algún momento, el sacrificador toma un puñal y, despacito, como ofrendando el acto a
Huitzilopochtli, se lo entierra al desgraciado por debajo de las
costillas, para desde allí meter la mano y extraerle el corazón,
que de inmediato arrojamos a los perros, entre las risotadas de
todos que vemos divertidos cómo el cuerpo del sacrificado se
agita como tlaconete en sal.
Jajaja.
Jajaja.
Por eso te digo que eso no es nuevo.
En el Pelotón, eso ha existido desde siempre.
En el Pelotón, eso ha existido desde siempre.
por Jaime Magdaleno, a partir de la deformación del capítulo "El tlacamictiliztli", contenido en el libro El sacrificio humano entre los mexicas, de Yolotl González Torres. F.C.E-INAH, México, 2006.
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