26.9.14

Una prosa como máscara de chalchihuite: Faustina, de Mario González Suárez

Faustina es una novela que relata la historia de quien recibe la visita de un padre, durante una semana, sólo para perderlo, para siempre, después de reconfigurar una historia personal y de clan.

Faustina es, pues, un lamento fúnebre que quiere llorar la ausencia de padres profusos en la eyaculación pero poco dispuestos a la monogamia y la sedentarización.

Faustina es el suspiro eterno y agonizante de las madres estoicas que aguantan años de abandono e indiferencia aunque, a cambio, solicitan la vida y la desdicha de los hijos.

Faustina hace ver la suerte de los hijos no reconocidos o reconocidos, da igual, pues al fin y al cabo todos permanecen regados, abandonados o castigados por sus padres, quienes desquitan en sus cuerpos la perra vida y destino en que tuvieron la desdicha de nacer.

Faustina es un canto vital, lastimeramente gozoso o sensualmente lacrimoso, en donde se baila tristemente al son de una cumbia “barulera” o se sufre deliciosamente entre las piernas del macho que, después de un tiempo, invariablemente, pondrá el cuerno y/o se largará.

Faustina es el soliloquio enredado de quien hace memoria y se da cuenta de que su familia es un cúmulo de personas ajenas, apenas conocidas: linaje que se extiende hasta los patriarcas que trabajaban con la obsidiana en sitios en donde se repetían conjuros contra Coatlicue-Guadalupe.

Faustina es el monólogo delirante de quien se asume chichimeca y recrea historias de tlaloques, chalchihuites y prácticas canibalescas o sacrificiales ocurridas en el borde de Xochiaca, en Ecatepec, en Azcapotzalco, en México-Tenochtitlan, en Otumba o en el desierto.

Faustina es una lengua enrevesada que clama sangre y exterminio bajo la pregunta: “Y ¿cuándo se va a acabar la guerra? […]. Nunca, para eso haría falta terminar de matarnos a todos. Aquí había empezado, en este ombligo que en lugar de nutrirnos un día va a succionarnos”.   

Sí, haría falta terminar de matarnos a todos, porque en el México de Faustina:

Los padres se ausentan por años y las madres son Xochipillis en permanente estado de gravidez.

Los hijos tienen más semejanzas físicas con los compadres, los tíos o los vecinos antes que con los propios padres.

Las tías son alcahuetas que viven y mueren en el argüende, tratando de recomponer el tejido familiar lastimado por cientos de chismes y malos entendidos originados, no pocas veces, en medio de borracheras interminables.

La calle es una extensión de la casa o, antes bien, el “cuarto de juegos” de los niños que prefieren evadirse en un partido de futbol antes que enfrentar los tribulaciones familiares.

En México el pasado remoto y el cercano, el linaje tribal y el familiar, la lengua líquida del náhuatl y la cerrada del español es un chorizo mal enredado y en estado putrefacto que permanece estancado entre las aguas negras de la ciudad.

En fin:

El México de Mario González Suárez no dista mucho del de Octavio Paz, en el sentido de afirmar que habitamos un “pasado enterrado, pero vivo”; aunque lo que distingue a González Suárez es su empeño en demostrar que las aguas de México permanecen estancadas y, por eso:

“la ciudad será destruida, se inundará de aguas negras y quienes no mueran verán cómo llueve fuego del Popo hasta que todo quede bajo un petate de cenizas. De un furioso terremoto desaparecerá la tierra el día de las madres”.


Mario González Suárez. Faustina. México, Ediciones Era, 2013. 114 págs.


por Jaime Magdaleno

No hay comentarios:

Publicar un comentario