La
estructura de este ensayo está armada a partir de cuatro puntos
fundamentales: 1. Definir la sinestesia, 2. Una propuesta de
discusión sobre la distinción capital que se ha dado entre
conceptualizar y categorizar, 3. La traducción desde la perspectiva
de Lotman, y 4. Los sentidos (retomando lo sinestésico) en un
proceso que yo considero literario, específicamente el proceso de la
lectura. Proceso literario, mas no exclusivo de la literatura.
Comenzamos
por definir la sinestesia.
La
sinestesia es una categoría de carácter polifónico que hace
referencia a la sensación en su conjunto, a un acto de percepción
(desbordado) que vincula o conjuga la intensidad en la conexión de
los sentidos. Literalmente los sonidos, las imágenes, los olores,
los sabores y las texturas se conectan para pensarse como una
sensación. La apuesta está fundada en que esta categoría permite
entender la ruptura de fronteras en el sujeto.
Por lo
tanto, debo aclarar que la lectura y discusión que yo hago de esta
categoría es una lectura cultural o, mejor dicho, que enfatiza o
prioriza la dimensión cultural de la sinestesia. Sin embargo, la
sinestesia se ha asociado en otros terrenos (que no son los del
análisis cultural), a determinada sensibilidad, a determinadas
personas, al efecto concreto de algunas drogas o a la esquizofrenia.
Por eso, hago énfasis en que la lectura que yo elaboro mantiene una
distancia con los aportes o la visión de la neurociencia o la
neurofisiología. En otras palabras, también esta discusión es, o
tiende a ser, una crítica general a la consideración de la
sinestesia como el conjunto de sensaciones de nuestros sentidos; o
propiamente, el vínculo de las sensaciones aisladas; y no a la
inversa como el núcleo de la sensación, el que después entendemos
fragmentado, particularmente en cinco vías reconocidas u órganos en
concreto por las que accedemos a los estímulos. Esta crítica está
fundada en una premisa que es: existe una ‘comodidad del
análisis’ (conveniencia o necesidad heurística, según
Lotman) que hace suponer que la fragmentación es una propiedad
ontológica del objeto, es decir, está dada per se. Bajo esta
advertencia, asumimos, de entrada, que la sensación está atravesada
por lo cultural. Los sentidos no están fragmentados y aprendemos a
sentir estímulos de manera diferenciada. Encaminándonos por la
semiótica cultural, asumimos también que las formaciones semióticas
son de diversos tipos y que se hayan en diversos niveles de
organización. Pero reconocemos también que hay otras apuestas y
otras lecturas de la sinestesia.
Yo tengo
que comenzar en otro terreno que es más bien, en alguna medida, el
de la literatura o el del arte (mas no el de la estética), donde la
sinestesia también ha sido considerada, creo yo, de manera más
amplia; es decir, sin verla como un ‘caso’ o sujeta a determinada
personalidad (el sinésteta).
En la literatura la sinestesia es entendida como una figura retórica
de tradición (y con tradición), que ha aparecido en distintos
momentos, marcada y vinculada evidentemente con la idea de metáfora:
metáfora de los sentidos o metáfora sinestésica; donde las
emociones y los sentimientos (los objetos mismos o las ideas) se
asocian. Y la memoria y las realidades sensibles, también se
discuten en este terreno.
Sin
embargo, sostiene Lotman:
Toda actividad del hombre como homo sapiens está
ligada a modelos clasificacionales del espacio, a la división de
éste en propio y ajeno y a la traducción de los
variados vínculos sociales, religiosos, políticos, de parentesco,
etc., al lenguaje de las relaciones espaciales. La división del
espacio en culto e inculto (caótico), espacio de los
vivos y espacio de los muertos, sagrado y profano, espacio sin
peligro y espacio que esconde una amenaza, y la idea de que a cada
espacio le corresponden sus habitantes —dioses, hombres, una fuerza
maligna o sus sinónimos culturales—, son una característica
inalienable de la cultura (Lotman 1996 [1969]: 83-84).
Una
analogía entre dos lógicas o condiciones socio-lingüísticas:
conceptualizar y categorizar, nos permitirá aproximarnos a procesos
complejos en la captura de nuestros sentidos. Conceptualizar y
categorizar son dos condiciones correlativas y vinculadas. La primera
parecería ajustada al proceso o ejercicio de delimitación (cerrar o
sintetizar sistemas de cosas, transformar las ideas en conceptos), la
segunda tendiente a la polémica (la discusión, apertura o análisis
que lleva a categorías). Desde esta base sostenemos la discusión
sobre ambos procesos como complementarios y de labor o ejercicio
paralelo para avanzar en la comprensión de la sinestesia como una
ruptura de fronteras en el sujeto.
La
categoría es un concepto. El concepto también lo es. Ambos se han
ubicado como “ejes esenciales para la organización lógica del
conocimiento y la construcción de lenguajes documentales”,
desde las Teorías de la Clasificación se ha explorado cómo la
categoría organiza sistemas de conceptos. Sostiene Barité Roqueta
sobre la construcción de una serie de sistemas de clasificación:
Históricamente, la noción de categoría ha tenido
conceptualizaciones diversas desde Plotino y Aristóteles, pasando
por Kant y por algunos filósofos modernos (Hamelin y Husserl entre
otros). Fue Ranganathan quien provocó la extrapolación del concepto
desde la Filosofía a la Clasificación del Conocimiento, y quien
elaboró una concepción armónica y reflexiva sobre las categorías.
Aun más, para demostrar que las categorías están necesariamente en
la base, no siempre visible, de todo sistema de organización del
conocimiento (…)
(…) las categorías (…) tienen relevancia como
instrumentos de análisis y organización de objetos, fenómenos y
conocimientos. Si bien conservan su esencia ontológica, en nuestra
disciplina interesan no en tanto elementos de especulación
metafísica, sino en cuanto niveles o dimensiones de análisis
aplicado a la estructuración interior del conocimiento humano y de
sus abstracciones más representativas: los conceptos (Barité
Roqueta 1).
Considerado
el carácter instrumental de las categorías y de los conceptos, nos
conectamos con el concepto-categoría complejo de traducción.
Desde la perspectiva de Lotman la traducción implica un
ejercicio de apertura y encierro de la experiencia, los espacios y
las representaciones multiculturales. La traducción también figura
como una posibilidad de diversificar la experiencia estética en el
campo de la literatura y, con ello, considerar los nuevos enclaves
(territorios semiótico-discursivos) que ha generado la crítica y la
ruptura de fronteras culturales, tales como la intertextualidad y la
transposición de formas: lo transcultural, la policronía del texto,
la identidad polimorfa, entre otros.
Como
preámbulo (intermedio) debo
hablar de mi tesis. En ella precisamente, a partir de varias
‘categorías’(2),
reconocí el aporte de una serie de disciplinas(3) que, en el marco de una antropología
social, contribuye
al estudio de los campos culturales. A partir de la discusión sobre
la polifonía de los discursos, desatamos un análisis
transdisciplinario de categorías complejas, como lo son: el diálogo,
la intersubjetividad, la intertextualidad y la transculturalidad.
Es así
como se discutió sobre las transformaciones de contextos
socio-culturales bajo las posibilidades de la dialogicidad, en lo
particular, para aterrizar en el intercambio vinculado a las
relaciones de poder, contrapoder, resistencia, marginalidad, canon,
institucionalización y
profesionalización; relaciones que los sujetos semiótico-discursivos
(escritores, para el caso de mi estudio) expresan en sus discursos
cotidianos. En la tesis, reconocimos que el aprendiz de escritor, por
un lado, recupera y se apropia de las exigencias y cánones
institucionales redefiniéndolos desde lo heterogéneo, pero por otro
lado, constituye una generación también diversa que se transforma,
cambia y trasciende mediante el diálogo como base fundamental para
existir. En otras palabras, hablamos de un diálogo que traza
fronteras y, por
ende, nos conectamos con el análisis de los límites y las
posibilidades de la dialogicidad en el campo literario, lo que nos
llevó a la categoría de traducción. Sobre esta y sobre la
frontera sostiene Lotman:
(…) la frontera semiótica es la suma de los
traductores-“filtros” bilingües pasando a través de los cuales
un texto se traduce a otro lenguaje (o lenguajes) que se haya fuera
de la semiosfera dada…” (Lotman 1996: 24)
Para no
perder de vista la sinestesia, estos lenguajes pueden ser entendidos
como nuestros sentidos que bajo la luz o luces de las fronteras
semióticas constituyen filtros culturales de traducción,
considerando lo que agrega Lotman sobre la frontera:
(…) En el nivel de la semiosfera, significa la
separación de lo propio respecto de lo ajeno, el filtrado de los
mensajes externos y la traducción de éstos al lenguaje
propio, así como la conversión de los no-mensajes externos en
mensajes, es decir, la semiotización de lo que entra de afuera y su
conversión en información. (Lotman 1996: 26)
La
‘semiotización’ entendida como un proceso en el que se le da
sentido a las cosas desde los diferentes niveles de intercambio
semiótico que constituyen el encuentro entre semiosferas. Sin
embargo, lo que sucede en términos del sujeto es que las sensaciones
y percepciones completas de los fenómenos con los que entra en
contacto ‘sinestésicamente’ suelen pensarse o concebirse de
manera fragmentada. Es decir, se ve al sujeto como poseedor de una
serie de lenguajes diferenciados. Volvemos a Lotman, quien sostiene:
Desde este punto de vista, todos los mecanismos de
traducción que están al servicio de los contactos externos
pertenecen a la estructura de la frontera de la semiosfera. La
frontera general de la semiosfera se interseca con las fronteras de
los espacios culturales particulares. (Lotman 1996: 26)
Evidentemente,
estos son espacios también subjetivos, generadores permanentes de
mecanismos de traducción, por ello componen los mapas de semiosferas
intrincadas mediante fronteras amplias de intercambio.
Desde la
línea de pensamiento que propone Lotman y que retoman algunos autores,
entre ellos Navarro (1997) y Haidar (2006), reconocemos, al mismo
tiempo, el entramado de categorías por modificar, ampliar y
transmutar, en donde el
sujeto adquiera un lugar decisivo, haciendo uso y desuso de las
mismas categorías-conceptos (como procesos históricos). Esto,
debido a que sólo el sujeto transporta discursos ajenos a lo propio
para constituir nuevas historias, nuevos sentidos. Por eso,
las prácticas intersubjetivas instituyen retóricas y formas de
comunicación distintas. Sostiene Haidar:
[La práctica semiótico-discursiva]: “es una práctica
subjetiva polifónica. Lo polifónico está integrado orgánicamente
en las subjetividades que siempre están en los discursos y
en las semiosis” (Haidar 2006: 74).
La
propuesta de repensar lo discursivo en el campo literario como
texto desbordado que constituye, a partir de su movimiento, una
práctica, un proceder del sujeto y una compleja articulación del
que-hacer, se funda en un devenir siempre determinado por una
historia cultural, que es a su vez memoria intertextual
compartida y construida a partir del diálogo intersubjetivo. Un
diálogo, insistimos, establecido en los límites de periodos y
culturas, es decir, en fronteras semióticas.
Pero
al mismo tiempo, el campo literario asienta su legitimidad en
el propio quehacer del escritor, tanto del aprendiz como del experto,
en vínculo con todos los ‘agentes’ —instituciones y sujetos—
dis-puestos en torno suyo, los cuales ratifican lo habitual
de la práctica. En otras palabras, para tal legitimación es
necesario el reconocimiento de sus interlocutores: textos, imágenes,
rituales y la proyección de identidades en toda una gama de formas:
un intercambio que fija, al mismo tiempo que modifica trayectorias.
Para
los fines de esta discusión, recuperamos la categoría de ‘texto’.
Lo textual aparece diluido en la práctica como otra de las razones
del quehacer literario y como posibilidad de tejer nuevas
literalidades.
El concepto de
texto fue objeto de una transformación sustancial. Los conceptos
iniciales del texto que subrayaban su naturaleza unitaria de señal,
o la unidad indivisible de sus funciones en cierto contexto cultural,
o cualesquiera otras cualidades, suponían implícita o
explícitamente que el texto es un enunciado en un lenguaje
cualesquiera. La primera brecha en esta idea que parecía obvia, fue
abierta precisamente cuando se examinó el concepto de texto en el
plano de la semiótica de la cultura. Se descubrió que, para que un
mensaje dado pueda ser definido como «texto», debe estar
codificado, como mínimo, dos veces (Lotman
1996 [1981]: 78).
Por
ejemplo, desde esta visión o desde esta lógica, la naturaleza del
grafiti es bilingüe. Porque el grafiti “es parte de la ciudad (…)”
y es parte del mundo que la destruye o la transgrede, por lo menos en
el imaginario colectivo. ¿Qué ocurre con la literatura? En el campo
de las disciplinas y las academias (de los medios intelectuales,
profesionales, universitarios, groso modo, de los medios
institucionales, que suman una serie de condiciones fragmentadas
histórico, social y culturalmente, atendiendo y concentrándose en
un segmento del conocimiento con legitimidad y consenso, con una
pseudo aceptación de las otras disciplinas), la literatura funciona,
en ocasiones, del mismo modo que los movimientos sociales: es
transgresora de ‘la ciudad de las disciplinas’, pero
pertenece a las mismas, en un devenir que la con-funde (como arte,
como ciencia, como teoría, como crítica). Pero es ante todo
práctica (no en términos de lo empírico, mucho menos como empírea:
celeste, divina, suprema), práctica como ‘hacer’: quehacer.
En palabras de Haidar es una práctica semiótico-discursiva.
¿Cómo
es bilingüe la naturaleza de la literatura?
La
literatura es un medio de traducción de sistemas semióticos o de
semiosferas. Sus fronteras están delimitadas. Es conceptual,
en sus cánones, en sus reglas, en sus legitimaciones, en sus
procesos de reconocimiento (en su institucionalización); ahí es más
conceptual que categórica. Sin embargo, en sus formas, técnicas,
modos, estilos y particularmente en sus rupturas, es decir, en los
nuevos modelos de hibridación, en su experimentación, en los
contenidos-sujetos, o sea, cuando se piensa al sujeto, cuando se
impone el sujeto y se transforma la literatura, ahí la literatura es
más categórica. En ambos casos es delimitada.
Pensamos
en una literatura delimitada por fronteras claras por lo menos en
torno a otras disciplinas. Sin embargo, existen vínculos que, en la
actualidad, invitan a las disciplinas a imprimir su filosofía, sus
formas, sus condiciones y modos en toda una serie de terrenos
prácticos y del conocimiento. La antropología y la literatura son
un ejemplo. El problema está en que cuando una disciplina (artística
o científica, práctica o teórica) se abre a otras,
parecería que se desvanece, se pierde. Esa es la grave implicación
e impresión equivocada que ha dejado la especialización: si no
perteneces a un territorio (a un terreno firme) no existes.
A
pesar de ello, la literatura es bilingüe. En el sentido que propone
Lotman, la literatura es traducible: mudable y penetrable. Lo que
llama el propio Lotman ‘regiones con diversas mezclas culturales’
tiene pertinencia cuando pensamos en este escenario. Cuando pensamos
en el sujeto (como posición socio-cultural-histórica determinada)
que transitan de escuela en escuela, de lugar en lugar, de área o
campo de conocimiento, y escucharnos un discurso híbrido. Cuando
pensamos en esa ruptura de fronteras, ese intercambio y diálogo
permanente, lo que llama Lotman: “dominios de formaciones de koiné
y de estructuras semióticas creolizadas”, adquiere
nuevas dimensiones y permite nuevos tránsitos ininteligibles.
Lotman
sostiene:
Hay
que tener en cuenta, sin embargo, que, si desde el punto de vista de
su mecanismo inmanente, la frontera
une dos esferas de la semiosis, desde la posición de la
autoconciencia semiótica (la autodescripción en un metanivel) de la
semiosfera dada, las separa. Tomar conciencia de sí mismo en el
sentido semiótico-cultural, significa tomar conciencia de la propia
especificidad, de la propia contraposición a otras esferas. (Lotman
1996: 28).
En
este sentido, “(…) de la posición del observador depende por
dónde pasa la frontera de una cultura dada.” Aún así,
optamos por conceder, al precio de nuestra libertad: el dominio de
las sociedades a cambio del orden. Matamos nuestra espontaneidad para
volvernos profesionales. Dice Julia Kristeva:
(…) se puede
decir que saber demasiando impide escribir con espontaneidad. Pero
cuando escribo ficción nunca pienso en todo lo que he leído ni me
propongo resolver problemas teóricos. Pero simplemente por el hecho
de haberlos conocido forman parte del aire que respiro, muchas cosas
pasan por ahí, pero de manera inconsciente (D 2, Julia Kristeva
2005: 90).
En
la lucha por adquirir un estilo propio, volver al principio y
recobrar nuestra dignidad, toda profesión, oficio, quehacer o
práctica asesina espíritus; algo de nosotros mismos muere para
dejar nacer al ser que nos precisa, que tarde o temprano, nos
concluye en otra especie de muerte lenta.
Los
procesos de interacciones complejos en su ‘naturaleza’, que
implican una serie de transformaciones constantes (continuas, pero
también discontinuas) y una serie de condiciones provistas
social-cultural, económica, política e históricamente son
entendidos como una traducción intratextual e intradiscursiva
que entra en juego en el intercambio de las semiosferas.
Como
hemos sostenido, y a propósito de un macro-campo de las ciencias de
la historia (que es, en primera instancia, crítico), el proceso
histórico constituye en sí mismo un devenir de fuerzas de
interpretaciones, en el triple sentido expresado por Pfister (2003,
en Navarro 2004): traducción, performance y comentario. La
historia se entiende como un suceder no causal, sino pensado
(comúnmente premeditado, intencional y manipulado), complementado en
función de las prácticas de los sujetos semiótico-discursivos,
pero forzosamente construido a nivel colectivo.
El
medio literario resulta básicamente un ambiente creado, una serie de
esencias, existencias o modalidades del ser, que responde a
mediatizaciones transversales fundadas y fundidas en un
espacio cultural, por ello, el carácter territorial de este espacio
sitúa o demarca zonas concretas que se visualizan claramente en
términos espaciales (también corporales). Bajo una lógica similar,
Lotman sostiene lo siguiente:
En los casos en
que el espacio cultural tiene un carácter territorial, la frontera
adquiere un sentido espacial en el significado elemental. Sin
embargo, también cuando eso ocurre, ella conserva el sentido de un
mecanismo buffer que transforma la información, de un
peculiar bloque de traducción (Lotman 1996 [1984]: 27).
En
este sentido, regresamos a la polifonía porque a partir de esta, en
primer lugar, presuponemos una dialogicidad de los sentidos (el
diálogo ineludible teórica-epistemológica y analíticamente);
además, porque esta categoría permite una dimensión analítica en
la que cabe un conjunto de sonidos simultáneos. En palabras
de Foucault, capas arquetípicas de la realidad. Ecos que repercuten
en la formación de los escritores constituyendo las prácticas
semiótico-discursivas que legitiman al campo literario a partir de
la filiación o admisión de voces, junto con la omisión o censura
de otras.
Desde
el proceso complejo de traducción que, suponemos, implica la
conceptualización, la categorización y algo más, es decir, un
encuentro, conflicto, contradicción, explosión y diálogo
(un intercambio entre lo cerrado y lo abierto, entre fronteras, entre
centros y periferias), reconocemos la sinestesia como un
concepto-categoría que permite entender además de la ruptura de
fronteras en el sujeto, que implica el encuentro e intercambio entre
nuestros sentidos, también y necesariamente la sinestesia como una
traducción constante y permanente.
Conclusión
En
su repercusión sinestésica, la
literatura como acto de lectura-escritura, práctica de sentido y,
sustancialmente, contacto trascendente con el texto, permite concluir
con la siguiente reflexión.
Nos
fundimos y confundimos con el texto cuando lo perdemos de vista y se
incorpora al ejercicio de nuestro pensamiento, creando lagunas
ineluctables, necesarias, a veces imperceptibles, para anular la
fragmentación de nuestros sentidos, los cuales se tornan
sujeto-texto o, por decirlo de otro modo, nos convierten en
textualidad.
Precisamente,
en un acto sinestésico:
La
vista atiende, descifra, traduce y representa, después entiende,
comprende, reflexiona probablemente para desatarnos: para permitirnos
pensar. Miramos el texto. / El oído nos proporciona resonancias, nos
devuelve imágenes y se convierte en una voz con muchos ecos que
después susurra ruidos estruendosos, voraces, quizá poderosos:
inspira. Esas voces resuenan: silbamos el texto y nos cimbra, nos
vibra. / Así es como pulsa. El tacto parece fuera de lugar, irrumpe
la lectura, penetra pausando y acompasando, hoja con hoja, párrafo
por párrafo, intervalo tras intervalo, deteniendo la extensión y la
fluidez, pero es así como palpa y atrapa, de él depende si nos
quedamos o no. El tacto enjuicia súbitamente al texto. / Ahora sí,
el gusto podría considerarse la trampa fulminante, el regocijo, la
red que garantiza permanecer en el texto, pero ese es otro gusto más
extenso, más completo y complejo (socio-cultural [V.
Bourdieu, 1979]). El saboreo o degustación también establece
pausas, cronometrando las sutilezas, los enfados, la sorpresa y los
disgustos, se pasa entre labios las palabras y traga saliva mientras
digerimos. Por supuesto que paladeamos el texto. / Quizá entonces
detecta el olfato, aunque todo el tiempo estuvo husmeando: olfateando
nos aproximamos a inhalar lo que quiere decirnos el texto, por pura
intuición. El texto huele y lo que olemos hurga (remueve: tienta,
palpa, tantea, toca e incita): nos convierte en lectores vivos,
respirando texto. / El orden de los sentidos es indeterminado, sólo
una sugerencia (Cfr.
Rolnik 2007). En conclusión, reconocemos que nuestros cinco sentido
dificultan, obstruyen, normatizan,
normalizan o canonizan la lectura, con ello a la literatura;
podríamos decir, quizá, que traban, estorban e interrumpen el
encuentro con los textos, pero son la única vía.
La
percepción, en todas sus tonos, distingue entre objeto y sujeto
(texto y lector) y entonces establece distancias; ya dijimos, marcar
ciertas pausas. Diferenciándonos y discriminando ideas la percepción
permite de-tenernos fuera de [el texto]. La sensación avanza hacia
el otro,
sostiene Rolnik: “(…) el otro constituye una multiplicidad
plástica de fuerzas que pulsan en nuestra textura sensible, que se
convierte así en parte de nosotros mismos, en una especie de fusión”
(2007).
1 Barité Roqueta, Mario Guido. "La noción de "categoría" y sus implicancias en la construcción y evaluación de lenguajes documentales". Escuela Universitaria de Bibliotecología Universidad de la República Oriental del Uruguay (en la web).
2 La identidad, lo urbano, la estética, el arte, la literatura, la
cultura, la memoria, la metáfora misma. Como condiciones
categoriales y conceptuales emergentes de cruce y confluencia para
un estudio transdisciplinario.
3 Particularmente de las ciencias del lenguaje, de la lingüística, de la comunicación o de las ciencias de la comunicación, de las áreas artísticas, específicamente de la teoría y la crítica literarias, de la psicología cultural, de la historia crítica, y, por supuesto del análisis del discurso y la semiótica de la cultura
por Rebeca Velasco
No hay comentarios:
Publicar un comentario