11.9.14

Sinestesia. De los estudios de la traducción a los sentidos en la literatura


La estructura de este ensayo está armada a partir de cuatro puntos fundamentales: 1. Definir la sinestesia, 2. Una propuesta de discusión sobre la distinción capital que se ha dado entre conceptualizar y categorizar, 3. La traducción desde la perspectiva de Lotman, y 4. Los sentidos (retomando lo sinestésico) en un proceso que yo considero literario, específicamente el proceso de la lectura. Proceso literario, mas no exclusivo de la literatura.
Comenzamos por definir la sinestesia.
La sinestesia es una categoría de carácter polifónico que hace referencia a la sensación en su conjunto, a un acto de percepción (desbordado) que vincula o conjuga la intensidad en la conexión de los sentidos. Literalmente los sonidos, las imágenes, los olores, los sabores y las texturas se conectan para pensarse como una sensación. La apuesta está fundada en que esta categoría permite entender la ruptura de fronteras en el sujeto.
Por lo tanto, debo aclarar que la lectura y discusión que yo hago de esta categoría es una lectura cultural o, mejor dicho, que enfatiza o prioriza la dimensión cultural de la sinestesia. Sin embargo, la sinestesia se ha asociado en otros terrenos (que no son los del análisis cultural), a determinada sensibilidad, a determinadas personas, al efecto concreto de algunas drogas o a la esquizofrenia. Por eso, hago énfasis en que la lectura que yo elaboro mantiene una distancia con los aportes o la visión de la neurociencia o la neurofisiología. En otras palabras, también esta discusión es, o tiende a ser, una crítica general a la consideración de la sinestesia como el conjunto de sensaciones de nuestros sentidos; o propiamente, el vínculo de las sensaciones aisladas; y no a la inversa como el núcleo de la sensación, el que después entendemos fragmentado, particularmente en cinco vías reconocidas u órganos en concreto por las que accedemos a los estímulos. Esta crítica está fundada en una premisa que es: existe una ‘comodidad del análisis’ (conveniencia o necesidad heurística, según Lotman) que hace suponer que la fragmentación es una propiedad ontológica del objeto, es decir, está dada per se. Bajo esta advertencia, asumimos, de entrada, que la sensación está atravesada por lo cultural. Los sentidos no están fragmentados y aprendemos a sentir estímulos de manera diferenciada. Encaminándonos por la semiótica cultural, asumimos también que las formaciones semióticas son de diversos tipos y que se hayan en diversos niveles de organización. Pero reconocemos también que hay otras apuestas y otras lecturas de la sinestesia.
Yo tengo que comenzar en otro terreno que es más bien, en alguna medida, el de la literatura o el del arte (mas no el de la estética), donde la sinestesia también ha sido considerada, creo yo, de manera más amplia; es decir, sin verla como un ‘caso’ o sujeta a determinada personalidad (el sinésteta). En la literatura la sinestesia es entendida como una figura retórica de tradición (y con tradición), que ha aparecido en distintos momentos, marcada y vinculada evidentemente con la idea de metáfora: metáfora de los sentidos o metáfora sinestésica; donde las emociones y los sentimientos (los objetos mismos o las ideas) se asocian. Y la memoria y las realidades sensibles, también se discuten en este terreno.
Sin embargo, sostiene Lotman:
Toda actividad del hombre como homo sapiens está ligada a modelos clasificacionales del espacio, a la división de éste en propio y ajeno y a la traducción de los variados vínculos sociales, religiosos, políticos, de parentesco, etc., al lenguaje de las relaciones espaciales. La división del espacio en culto e inculto (caótico), espacio de los vivos y espacio de los muertos, sagrado y profano, espacio sin peligro y espacio que esconde una amenaza, y la idea de que a cada espacio le corresponden sus habitantes —dioses, hombres, una fuerza maligna o sus sinónimos culturales—, son una característica inalienable de la cultura (Lotman 1996 [1969]: 83-84).
Una analogía entre dos lógicas o condiciones socio-lingüísticas: conceptualizar y categorizar, nos permitirá aproximarnos a procesos complejos en la captura de nuestros sentidos. Conceptualizar y categorizar son dos condiciones correlativas y vinculadas. La primera parecería ajustada al proceso o ejercicio de delimitación (cerrar o sintetizar sistemas de cosas, transformar las ideas en conceptos), la segunda tendiente a la polémica (la discusión, apertura o análisis que lleva a categorías). Desde esta base sostenemos la discusión sobre ambos procesos como complementarios y de labor o ejercicio paralelo para avanzar en la comprensión de la sinestesia como una ruptura de fronteras en el sujeto.
La categoría es un concepto. El concepto también lo es. Ambos se han ubicado como “ejes esenciales para la organización lógica del conocimiento y la construcción de lenguajes documentales”, desde las Teorías de la Clasificación se ha explorado cómo la categoría organiza sistemas de conceptos. Sostiene Barité Roqueta sobre la construcción de una serie de sistemas de clasificación:
Históricamente, la noción de categoría ha tenido conceptualizaciones diversas desde Plotino y Aristóteles, pasando por Kant y por algunos filósofos modernos (Hamelin y Husserl entre otros). Fue Ranganathan quien provocó la extrapolación del concepto desde la Filosofía a la Clasificación del Conocimiento, y quien elaboró una concepción armónica y reflexiva sobre las categorías. Aun más, para demostrar que las categorías están necesariamente en la base, no siempre visible, de todo sistema de organización del conocimiento (…)
(…) las categorías (…) tienen relevancia como instrumentos de análisis y organización de objetos, fenómenos y conocimientos. Si bien conservan su esencia ontológica, en nuestra disciplina interesan no en tanto elementos de especulación metafísica, sino en cuanto niveles o dimensiones de análisis aplicado a la estructuración interior del conocimiento humano y de sus abstracciones más representativas: los conceptos (Barité Roqueta 1).
Considerado el carácter instrumental de las categorías y de los conceptos, nos conectamos con el concepto-categoría complejo de traducción. Desde la perspectiva de Lotman la traducción implica un ejercicio de apertura y encierro de la experiencia, los espacios y las representaciones multiculturales. La traducción también figura como una posibilidad de diversificar la experiencia estética en el campo de la literatura y, con ello, considerar los nuevos enclaves (territorios semiótico-discursivos) que ha generado la crítica y la ruptura de fronteras culturales, tales como la intertextualidad y la transposición de formas: lo transcultural, la policronía del texto, la identidad polimorfa, entre otros.
Como preámbulo (intermedio) debo hablar de mi tesis. En ella precisamente, a partir de varias ‘categorías’(2), reconocí el aporte de una serie de disciplinas(3) que, en el marco de una antropología social, contribuye al estudio de los campos culturales. A partir de la discusión sobre la polifonía de los discursos, desatamos un análisis transdisciplinario de categorías complejas, como lo son: el diálogo, la intersubjetividad, la intertextualidad y la transculturalidad.
Es así como se discutió sobre las transformaciones de contextos socio-culturales bajo las posibilidades de la dialogicidad, en lo particular, para aterrizar en el intercambio vinculado a las relaciones de poder, contrapoder, resistencia, marginalidad, canon, institucionalización y profesionalización; relaciones que los sujetos semiótico-discursivos (escritores, para el caso de mi estudio) expresan en sus discursos cotidianos. En la tesis, reconocimos que el aprendiz de escritor, por un lado, recupera y se apropia de las exigencias y cánones institucionales redefiniéndolos desde lo heterogéneo, pero por otro lado, constituye una generación también diversa que se transforma, cambia y trasciende mediante el diálogo como base fundamental para existir. En otras palabras, hablamos de un diálogo que traza fronteras y, por ende, nos conectamos con el análisis de los límites y las posibilidades de la dialogicidad en el campo literario, lo que nos llevó a la categoría de traducción. Sobre esta y sobre la frontera sostiene Lotman:
(…) la frontera semiótica es la suma de los traductores-“filtros” bilingües pasando a través de los cuales un texto se traduce a otro lenguaje (o lenguajes) que se haya fuera de la semiosfera dada…” (Lotman 1996: 24)
Para no perder de vista la sinestesia, estos lenguajes pueden ser entendidos como nuestros sentidos que bajo la luz o luces de las fronteras semióticas constituyen filtros culturales de traducción, considerando lo que agrega Lotman sobre la frontera:
(…) En el nivel de la semiosfera, significa la separación de lo propio respecto de lo ajeno, el filtrado de los mensajes externos y la traducción de éstos al lenguaje propio, así como la conversión de los no-mensajes externos en mensajes, es decir, la semiotización de lo que entra de afuera y su conversión en información. (Lotman 1996: 26)
La ‘semiotización’ entendida como un proceso en el que se le da sentido a las cosas desde los diferentes niveles de intercambio semiótico que constituyen el encuentro entre semiosferas. Sin embargo, lo que sucede en términos del sujeto es que las sensaciones y percepciones completas de los fenómenos con los que entra en contacto ‘sinestésicamente’ suelen pensarse o concebirse de manera fragmentada. Es decir, se ve al sujeto como poseedor de una serie de lenguajes diferenciados. Volvemos a Lotman, quien sostiene:
Desde este punto de vista, todos los mecanismos de traducción que están al servicio de los contactos externos pertenecen a la estructura de la frontera de la semiosfera. La frontera general de la semiosfera se interseca con las fronteras de los espacios culturales particulares. (Lotman 1996: 26)
Evidentemente, estos son espacios también subjetivos, generadores permanentes de mecanismos de traducción, por ello componen los mapas de semiosferas intrincadas mediante fronteras amplias de intercambio.
Desde la línea de pensamiento que propone Lotman y que retoman algunos autores, entre ellos Navarro (1997) y Haidar (2006), reconocemos, al mismo tiempo, el entramado de categorías por modificar, ampliar y transmutar, en donde el sujeto adquiera un lugar decisivo, haciendo uso y desuso de las mismas categorías-conceptos (como procesos históricos). Esto, debido a que sólo el sujeto transporta discursos ajenos a lo propio para constituir nuevas historias, nuevos sentidos. Por eso, las prácticas intersubjetivas instituyen retóricas y formas de comunicación distintas. Sostiene Haidar:
[La práctica semiótico-discursiva]: “es una práctica subjetiva polifónica. Lo polifónico está integrado orgánicamente en las subjetividades que siempre están en los discursos y en las semiosis” (Haidar 2006: 74).
La propuesta de repensar lo discursivo en el campo literario como texto desbordado que constituye, a partir de su movimiento, una práctica, un proceder del sujeto y una compleja articulación del que-hacer, se funda en un devenir siempre determinado por una historia cultural, que es a su vez memoria intertextual compartida y construida a partir del diálogo intersubjetivo. Un diálogo, insistimos, establecido en los límites de periodos y culturas, es decir, en fronteras semióticas.
Pero al mismo tiempo, el campo literario asienta su legitimidad en el propio quehacer del escritor, tanto del aprendiz como del experto, en vínculo con todos los ‘agentes’ —instituciones y sujetos— dis-puestos en torno suyo, los cuales ratifican lo habitual de la práctica. En otras palabras, para tal legitimación es necesario el reconocimiento de sus interlocutores: textos, imágenes, rituales y la proyección de identidades en toda una gama de formas: un intercambio que fija, al mismo tiempo que modifica trayectorias.
Para los fines de esta discusión, recuperamos la categoría de ‘texto’. Lo textual aparece diluido en la práctica como otra de las razones del quehacer literario y como posibilidad de tejer nuevas literalidades.
El concepto de texto fue objeto de una transformación sustancial. Los conceptos iniciales del texto que subrayaban su naturaleza unitaria de señal, o la unidad indivisible de sus funciones en cierto contexto cultural, o cualesquiera otras cualidades, suponían implícita o explícitamente que el texto es un enunciado en un lenguaje cualesquiera. La primera brecha en esta idea que parecía obvia, fue abierta precisamente cuando se examinó el concepto de texto en el plano de la semiótica de la cultura. Se descubrió que, para que un mensaje dado pueda ser definido como «texto», debe estar codificado, como mínimo, dos veces (Lotman 1996 [1981]: 78).
Por ejemplo, desde esta visión o desde esta lógica, la naturaleza del grafiti es bilingüe. Porque el grafiti “es parte de la ciudad (…)” y es parte del mundo que la destruye o la transgrede, por lo menos en el imaginario colectivo. ¿Qué ocurre con la literatura? En el campo de las disciplinas y las academias (de los medios intelectuales, profesionales, universitarios, groso modo, de los medios institucionales, que suman una serie de condiciones fragmentadas histórico, social y culturalmente, atendiendo y concentrándose en un segmento del conocimiento con legitimidad y consenso, con una pseudo aceptación de las otras disciplinas), la literatura funciona, en ocasiones, del mismo modo que los movimientos sociales: es transgresora de ‘la ciudad de las disciplinas’, pero pertenece a las mismas, en un devenir que la con-funde (como arte, como ciencia, como teoría, como crítica). Pero es ante todo práctica (no en términos de lo empírico, mucho menos como empírea: celeste, divina, suprema), práctica como ‘hacer’: quehacer. En palabras de Haidar es una práctica semiótico-discursiva.
¿Cómo es bilingüe la naturaleza de la literatura?
La literatura es un medio de traducción de sistemas semióticos o de semiosferas. Sus fronteras están delimitadas. Es conceptual, en sus cánones, en sus reglas, en sus legitimaciones, en sus procesos de reconocimiento (en su institucionalización); ahí es más conceptual que categórica. Sin embargo, en sus formas, técnicas, modos, estilos y particularmente en sus rupturas, es decir, en los nuevos modelos de hibridación, en su experimentación, en los contenidos-sujetos, o sea, cuando se piensa al sujeto, cuando se impone el sujeto y se transforma la literatura, ahí la literatura es más categórica. En ambos casos es delimitada.
Pensamos en una literatura delimitada por fronteras claras por lo menos en torno a otras disciplinas. Sin embargo, existen vínculos que, en la actualidad, invitan a las disciplinas a imprimir su filosofía, sus formas, sus condiciones y modos en toda una serie de terrenos prácticos y del conocimiento. La antropología y la literatura son un ejemplo. El problema está en que cuando una disciplina (artística o científica, práctica o teórica) se abre a otras, parecería que se desvanece, se pierde. Esa es la grave implicación e impresión equivocada que ha dejado la especialización: si no perteneces a un territorio (a un terreno firme) no existes.
A pesar de ello, la literatura es bilingüe. En el sentido que propone Lotman, la literatura es traducible: mudable y penetrable. Lo que llama el propio Lotman ‘regiones con diversas mezclas culturales’ tiene pertinencia cuando pensamos en este escenario. Cuando pensamos en el sujeto (como posición socio-cultural-histórica determinada) que transitan de escuela en escuela, de lugar en lugar, de área o campo de conocimiento, y escucharnos un discurso híbrido. Cuando pensamos en esa ruptura de fronteras, ese intercambio y diálogo permanente, lo que llama Lotman: “dominios de formaciones de koiné y de estructuras semióticas creolizadas”, adquiere nuevas dimensiones y permite nuevos tránsitos ininteligibles.
Lotman sostiene:
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que, si desde el punto de vista de su mecanismo inmanente, la frontera une dos esferas de la semiosis, desde la posición de la autoconciencia semiótica (la autodescripción en un metanivel) de la semiosfera dada, las separa. Tomar conciencia de sí mismo en el sentido semiótico-cultural, significa tomar conciencia de la propia especificidad, de la propia contraposición a otras esferas. (Lotman 1996: 28).
En este sentido, “(…) de la posición del observador depende por dónde pasa la frontera de una cultura dada.” Aún así, optamos por conceder, al precio de nuestra libertad: el dominio de las sociedades a cambio del orden. Matamos nuestra espontaneidad para volvernos profesionales. Dice Julia Kristeva:
(…) se puede decir que saber demasiando impide escribir con espontaneidad. Pero cuando escribo ficción nunca pienso en todo lo que he leído ni me propongo resolver problemas teóricos. Pero simplemente por el hecho de haberlos conocido forman parte del aire que respiro, muchas cosas pasan por ahí, pero de manera inconsciente (D 2, Julia Kristeva 2005: 90).
En la lucha por adquirir un estilo propio, volver al principio y recobrar nuestra dignidad, toda profesión, oficio, quehacer o práctica asesina espíritus; algo de nosotros mismos muere para dejar nacer al ser que nos precisa, que tarde o temprano, nos concluye en otra especie de muerte lenta.
Los procesos de interacciones complejos en su ‘naturaleza’, que implican una serie de transformaciones constantes (continuas, pero también discontinuas) y una serie de condiciones provistas social-cultural, económica, política e históricamente son entendidos como una traducción intratextual e intradiscursiva que entra en juego en el intercambio de las semiosferas.
Como hemos sostenido, y a propósito de un macro-campo de las ciencias de la historia (que es, en primera instancia, crítico), el proceso histórico constituye en sí mismo un devenir de fuerzas de interpretaciones, en el triple sentido expresado por Pfister (2003, en Navarro 2004): traducción, performance y comentario. La historia se entiende como un suceder no causal, sino pensado (comúnmente premeditado, intencional y manipulado), complementado en función de las prácticas de los sujetos semiótico-discursivos, pero forzosamente construido a nivel colectivo.
El medio literario resulta básicamente un ambiente creado, una serie de esencias, existencias o modalidades del ser, que responde a mediatizaciones transversales fundadas y fundidas en un espacio cultural, por ello, el carácter territorial de este espacio sitúa o demarca zonas concretas que se visualizan claramente en términos espaciales (también corporales). Bajo una lógica similar, Lotman sostiene lo siguiente:
En los casos en que el espacio cultural tiene un carácter territorial, la frontera adquiere un sentido espacial en el significado elemental. Sin embargo, también cuando eso ocurre, ella conserva el sentido de un mecanismo buffer que transforma la información, de un peculiar bloque de traducción (Lotman 1996 [1984]: 27).
En este sentido, regresamos a la polifonía porque a partir de esta, en primer lugar, presuponemos una dialogicidad de los sentidos (el diálogo ineludible teórica-epistemológica y analíticamente); además, porque esta categoría permite una dimensión analítica en la que cabe un conjunto de sonidos simultáneos. En palabras de Foucault, capas arquetípicas de la realidad. Ecos que repercuten en la formación de los escritores constituyendo las prácticas semiótico-discursivas que legitiman al campo literario a partir de la filiación o admisión de voces, junto con la omisión o censura de otras.
Desde el proceso complejo de traducción que, suponemos, implica la conceptualización, la categorización y algo más, es decir, un encuentro, conflicto, contradicción, explosión y diálogo (un intercambio entre lo cerrado y lo abierto, entre fronteras, entre centros y periferias), reconocemos la sinestesia como un concepto-categoría que permite entender además de la ruptura de fronteras en el sujeto, que implica el encuentro e intercambio entre nuestros sentidos, también y necesariamente la sinestesia como una traducción constante y permanente.
Conclusión
En su repercusión sinestésica, la literatura como acto de lectura-escritura, práctica de sentido y, sustancialmente, contacto trascendente con el texto, permite concluir con la siguiente reflexión.
Nos fundimos y confundimos con el texto cuando lo perdemos de vista y se incorpora al ejercicio de nuestro pensamiento, creando lagunas ineluctables, necesarias, a veces imperceptibles, para anular la fragmentación de nuestros sentidos, los cuales se tornan sujeto-texto o, por decirlo de otro modo, nos convierten en textualidad.
Precisamente, en un acto sinestésico:
La vista atiende, descifra, traduce y representa, después entiende, comprende, reflexiona probablemente para desatarnos: para permitirnos pensar. Miramos el texto. / El oído nos proporciona resonancias, nos devuelve imágenes y se convierte en una voz con muchos ecos que después susurra ruidos estruendosos, voraces, quizá poderosos: inspira. Esas voces resuenan: silbamos el texto y nos cimbra, nos vibra. / Así es como pulsa. El tacto parece fuera de lugar, irrumpe la lectura, penetra pausando y acompasando, hoja con hoja, párrafo por párrafo, intervalo tras intervalo, deteniendo la extensión y la fluidez, pero es así como palpa y atrapa, de él depende si nos quedamos o no. El tacto enjuicia súbitamente al texto. / Ahora sí, el gusto podría considerarse la trampa fulminante, el regocijo, la red que garantiza permanecer en el texto, pero ese es otro gusto más extenso, más completo y complejo (socio-cultural [V. Bourdieu, 1979]). El saboreo o degustación también establece pausas, cronometrando las sutilezas, los enfados, la sorpresa y los disgustos, se pasa entre labios las palabras y traga saliva mientras digerimos. Por supuesto que paladeamos el texto. / Quizá entonces detecta el olfato, aunque todo el tiempo estuvo husmeando: olfateando nos aproximamos a inhalar lo que quiere decirnos el texto, por pura intuición. El texto huele y lo que olemos hurga (remueve: tienta, palpa, tantea, toca e incita): nos convierte en lectores vivos, respirando texto. / El orden de los sentidos es indeterminado, sólo una sugerencia (Cfr. Rolnik 2007). En conclusión, reconocemos que nuestros cinco sentido dificultan, obstruyen, normatizan, normalizan o canonizan la lectura, con ello a la literatura; podríamos decir, quizá, que traban, estorban e interrumpen el encuentro con los textos, pero son la única vía.
La percepción, en todas sus tonos, distingue entre objeto y sujeto (texto y lector) y entonces establece distancias; ya dijimos, marcar ciertas pausas. Diferenciándonos y discriminando ideas la percepción permite de-tenernos fuera de [el texto]. La sensación avanza hacia el otro, sostiene Rolnik: “(…) el otro constituye una multiplicidad plástica de fuerzas que pulsan en nuestra textura sensible, que se convierte así en parte de nosotros mismos, en una especie de fusión” (2007).

1 Barité Roqueta, Mario Guido. "La noción de "categoría" y sus implicancias en la construcción y evaluación de lenguajes documentales". Escuela Universitaria de Bibliotecología Universidad de la República Oriental del Uruguay (en la web).
2 La identidad, lo urbano, la estética, el arte, la literatura, la cultura, la memoria, la metáfora misma. Como condiciones categoriales y conceptuales emergentes de cruce y confluencia para un estudio transdisciplinario.

3 Particularmente de las ciencias del lenguaje, de la lingüística, de la comunicación o de las ciencias de la comunicación, de las áreas artísticas, específicamente de la teoría y la crítica literarias, de la psicología cultural, de la historia crítica, y, por supuesto del análisis del discurso y la semiótica de la cultura
  

por Rebeca Velasco

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