Buena tarde. Ante
todo, quiero agradecer al Comité Organizador de las JALYS
la oportunidad que me brinda de hablar en estas XI Jornadas
Antropológicas de Literatura y Semiótica. Es para mí un placer
estar entre todos ustedes. Gracias a quienes hicieron esto posible.
Quiero comenzar mi
participación aclarando que he decidido dividir ésta en dos partes.
En la primera de ellas, comentaré el origen del texto que estoy por
presentarles; génesis que tiene que ver con la publicación de mi
primera novela y una palabra (NALGAS), cuya inclusión en el título
ha despertado toda clase de reacciones, desde la hilaridad jocosa
hasta el desagrado despectivo. Debo confesar que, para digerir las
reacciones del público hacia el título de la novela, he recurrido a
un par de conceptos: al de “Horizonte de expectativas”, tal y
como está definido desde la Teoría de la Recepción de Robert Hans
Jauss; y al de “Canon”, pero no en la versión esteticista
(reducida) de Bloom, sino desde las ampliaciones que han hecho del
término teóricos como Henryk Markiewicz o Josu Landa.
En la segunda parte
de mi intervención solicitaré de todos ustedes el uso de su
imaginación para que convoquemos a esta sala a un par de teóricos,
nostálgicos de la Era de la Distinción y las Certezas Sólidas:
Zygmunt Bauman y Harold Bloom.
Haremos aparecer aquí a Bauman y a Bloom para comentar con ellos
sus conceptos de “cultura líquida” y “canon occidental”, con
la finalidad de comprender las dinámicas que se ponen en juego al
momento de establecer cánones literarios. Mi presentación tiene
como título: “Puentes sobre caudalosos ríos: los cánones
literarios”, pues parto de la idea de que podemos entender la
literatura como un río en el cual nunca vemos pasar las mismas
aguas; hay un caudal inagotable de obras y autores que fluyen frente
a
nuestra
vista y, ante este hecho, los cánones literarios, más allá de
convertirse en mecanismos de poder o en marcas de certeza acerca de
lo que es
la literatura, pueden convertirse en los puentes que nos permitan
atisbar los cauces sobre los que corren obras y autores.
“Nalgas” no
es una palabra literaria. ¿Y qué es una palabra literaria?
En mayo del 2012
publiqué una novela cuyo título Diatriba
(para tus nalgas) en Bildungsroman,
motivó toda serie de reacciones; desde la extrañeza por el
significado de las palabras “Diatriba” o “Bildungsroman”
hasta la risa cómplice o el gesto reprobatorio por el uso de la
palabra “nalgas”. Un compañero del trabajo, profesor de
filosofía y escritor él mismo, cuestionó airado, “¿quién se
atreve a poner esa palabra en el título de una novela?”. Con
desenfado, respondí que yo lo había hecho, y no por “atrevimiento”,
sino por el simple hecho de que la palabra, según creo, está
sugerida por la corporalidad y la sexualidad subyacentes en el texto
mismo. Con displicencia, pontificó que “nalgas” no era una
palabra que pudiera aparecer en ningún título. Ante semejante
sentencia, sospeché que la resistencia hacia la palabra se debía
más a los prejuicios que tiene mi compañero acerca de la
literatura, que a consideraciones nacidas de la lectura de mi texto,
el cual estaba rechazando de antemano.
Precisamente, la
Teoría de la Recepción nos da cuenta de la aceptación o el rechazo
que hacemos de un texto a partir de nuestro “horizonte de
expectativas”, concepto trabajado por Hans Georg Gadamer y retomado
por Robert Hans Jauss, quien lo define como:
un sistema referencial, objetivable, de expectativas que surge para cada obra, en el momento histórico de su aparición, del conocimiento previo del género, de la forma y de la temática de la obra, conocidos con anterioridad así como del contraste entre el lenguaje poético y el lenguaje práctico (Sánchez Vázquez, 2005).
Esto es: el lector
de una obra es alguien que pone en juego toda una serie de
consideraciones, prejuicios u horizontes al momento de aceptar o
rechazar esa obra. Estas consideraciones, prejuicios u horizontes se
encuentran modelados, a su vez, por las relaciones que el lector ha
tenido previamente con otros textos. De lo anterior podemos
desprender que en ocasiones existe una recursividad entre el
horizonte de expectativas de los lectores y la creación de obras. Es
decir: el horizonte de expectativas de los lectores puede motivar a
un escritor a crear obras cuyas características formales y temáticas
se apeguen a ese horizonte. A su vez, es la obra concreta, divulgada
entre el gran público y revestida de prestigio a partir de una
recepción positiva, la que modela el horizonte de expectativas de
los lectores. Por lo tanto, considerar que una palabra como “nalgas”
es “apta” o no para aparecer en un título tiene que ver con los
prejuicios de los lectores, construidos a partir de su horizonte de
expectativas, el cual puede estar determinado por las prácticas
literarias canónicas de una sociedad determinada.
Ahora bien: como se
sabe, lo canónico
generalmente está relacionado con intenciones
normativas o con
prácticas de
selección de elementos entre un grupo heterogéneo. Henryk
Markiewicz en su ensayo “Sobre los cánones de la literatura” nos
recuerda que:
La palabra “canon” (de procedencia hebrea) significaba inicialmente junco o vara y, más tarde, entre otras cosas, mira; después, en sentido traslicio, regla, norma, pero también modelo o conjuntos de tales reglas, normas o modelos (Markiewicz, 2010).
Me parece
interesante rescatar esta definición de la palabra canon, pues apela
a la normativa que observa todo canon. Normativa que, dentro de la
crítica literaria, suele referirse a la selección de un grupo de
obras a partir de ciertos criterios, algunos de los cuales expondré
a continuación.
Las palabras son
puentes: construcción de cánones literarios
Zygmunt Bauman, te
convocamos a esta sala
Harold Bloom, te
convocamos a esta sala.
Zygmunt Bauman y
Harold Bloom, los convocamos a esta sala.
Sí, poco a poco
logramos verlos. Gradualmente están apareciendo un par de ancianos
con cabellos blancos y mirada acuosa. Hologramáticamente
ya están aquí, aunque ambos nos observan desde la seguridad de sus
cátedras en Leeds y Yale. Los gestos fruncidos que les asoman,
implacables, despiertan pavor en todos nosotros, por sus juicios
categóricos, rutilantes.
Los escuchamos. Si
no fuera porque nos hablan desde sus cómodos sillones forrados en
tweed, juraríamos que se trata de un par de bravucones de cantina.
Pero no, ellos son un par de “connoisseurs d’art” dictando
cátedra informal, enfática, entre breves sorbos al té. Sus voces
llegan hasta nosotros con un dejo de nostalgia por los tiempos idos,
en los que el disfrute del arte y la literatura eran actividades (y
los libros: objetos) que aportaban clase, distinción, y proveían de
signos y símbolos reconocibles a los cuales asirse.
Los invito a que los
miren y los escuchen. Pues aquí en las JALYS
tenemos, señoras y señores, nada más y nada menos que a Zygmunt
Bauman y Harold Bloom.
Imaginamos que
Bauman nos quiere hablar, por enésima vez, de su concepto de “lo
líquido”, aunque en esta ocasión para referirse al arte. A
grandes rasgos podemos entender que eleva una queja, pues en los
tiempos de la “modernidad líquida” ya no existen referentes
“trascendentes” ni “sublimes”, vamos, ni siquiera de
“utilidad social” que nos lleven a entender qué es arte o qué
no. Ahora los criterios se imponen a partir de la lógica del
mercado. Lamenta Bauman:
La cultura se asemeja hoy a una sección más de la gigantesca tienda de departamentos en que se ha transformado el mundo, con productos que se ofrecen a personas que han sido convertidas en clientes […] La élite cultural está vivita y coleando […] pero está tan ocupada siguiendo hits y otros eventos culturales célebres que no tiene tiempo de formular cánones de fe o convertir a otros (Bauman, 2013)
Cortedad de miras de
Bauman: ante la posibilidad de ampliar las nociones de lo artístico
gracias a la pluralidad de propuestas, él prefiere ver una saturada
oferta de productos culturales. Ante la posibilidad de dar cabida a
distintas miradas, diferentes voces, plumas diversas, incluso
antagónicas, que nos puedan brindar una mirada más profunda de la
inabarcable experiencia humana, Bauman opta por concentrarse en las
frivolidades del mercado. No extraña esta actitud en alguien que
mira lo “líquido” con desconfianza, con el recelo de quien
señala la pérdida de estructuras “sólidas” que aporten algo de
certeza. ¿Acaso ha olvidado Bauman que ¾ partes de la “Tierra”
son Agua? Que alguno de sus estudiantes en Leeds le recuerde, por
favor, que la crítica a la modernidad trajo el fin de los
universales, de los juicios categóricos, de las marcas de certeza.
¿O será que sus estudiantes forman parte de esa élite cultural “tan
ocupada siguiendo hits y otros eventos culturales que no tiene tiempo
de formular cánones de fe o convertir a otros”?
Pues entonces que
hable con Harold Bloom: todos sabemos que el incisivo, inteligente,
rústico… perdón, lúcido Harold Bloom postula la necesidad de un
canon literario, de un “Arte de la Memoria” por cuyo ingreso las
obras literarias y los autores se enfrentan unos contra otros.
Destilando un aroma a darwinismo cultural, Bloom afirma que las obras
literarias luchan por sobrevivir, lo cual logran sólo aquéllas que
irrumpen en el canon: “por fuerza estética, que se compone
primordialmente de la siguiente amalgama: dominio de lenguaje
metafórico, originalidad, poder cognitivo, sabiduría y exuberancia
en la dicción” (Bloom, 2013).
Bloom argumenta que los criterios que utiliza para instalar a obras y
autores dentro de su “Canon Occidental” son puramente estéticos
y no obedecen a las consideraciones sociológicas o de reivindicación
de las minorías que proponen los multiculturalistas, esos seres que
conforman la “Escuela del Resentimiento” y que quieren ampliar el
canon, para que en él exista algo más que autores “Varones
Europeos Blancos y Muertos”.
Sin duda, es de
admirarse el valor que muestra Bloom al seguir enarbolando ideales
estéticos en un tiempo que ha borrado juicios categóricos de todo
tipo. No obstante, con su apuesta no está inventando una manera de
hacer crítica literaria, pues la tentación de comparar, separar,
escoger, seleccionar, clasificar, canonizar es tan antigua como la
propia literatura (diría: como la propia cultura). Parece ser que la
cultura occidental desde siempre ha tenido una tendencia a la
canonización, entendida ésta como la acción de señalar y promover
la “excelencia” de unos autores sobre otros.
Por ello, Josu Landa
“reprocha” a quienes impugnan a Bloom, ya que los detractores:
“también comparten y activan, a su modo, ese impulso; también
ponen en marcha iniciativas de canonización, de signo diferente”
(Landa, 2010).
Esto es, los multiculturalistas, al tratar de ampliar el canon con
nuevas listas de obras y autores No Varones, No Europeos, No Blancos
y No Muertos, observan la misma dinámica de comparación, selección,
clasificación y canonización que sigue Bloom. Es decir: en las
listas que “amplían” el canon, alguien podría ver el mismo
gesto de “discriminación” y “exclusión” o, por lo menos,
podría argumentar la “limitación” del anti-canon.
Por lo anterior,
importan más las prácticas canonizadoras y no las listas canónicas.
Interesa el impulso que lleva a los críticos a canonizar a unos
autores sobre otros, siguiendo múltiples criterios. Haciendo a un
lado la nostalgia por las marcas de certeza “sólidas” a las
cuales uno puede asirse, parto del hecho de que el proceso de
resquebrajamiento de los universales no tiene vuelta. Es preciso
habituarse a mirar las aguas que cruzan una y otra vez frente a
nuestros ojos, sin nunca repetirse. Aunque, temerosos como somos los
humanos de lo indeterminado, de lo vago, de lo líquido que no tiene
orillas, propongo entender una de las maneras por medio de las
cuales, dentro de la crítica literaria, tratamos de establecer
puentes entre lo que fluye. La tesis que defiende este trabajo es que
todos tenemos una “tendencia” canonizadora, esto es: tratamos de
comparar, seleccionar, catalogar y canonizar por medios diferentes y
siguiendo distintos criterios. Los cánones literarios serían esos
puentes que nos permitirían mirar el curso del río sin sentir que
nos perdemos dentro de su cauce. Aunque, ojo: es indispensable que no
perdamos de vista que los cánones son puentes, esto es:
construcciones que para su ejecución requirieron de un tipo de
material y fueron diseñados siguiendo una estructura que puede
variar dependiendo de las necesidades, gustos, intereses, profundidad
o corteza de miras, filias, fobias, deseo de pertenencia o distinción
de quien los ejecuta. Así pues, echemos un vistazo a algunos
de los
recursos que utilizan esos “arquitectos de lo canónico” al
momento de erigir los “puentes” con los que pretenden mantenerse
a salvo del caudaloso río literario.
Canon y geografía
Josu Landa, en el
trabajo ya citado, entiende la “ciudad del canon” como un espacio
dentro del cual, protegidos por amplias y altas murallas, conviven y
habitan esos seres empeñados en exprimir la palabra llamados
escritores. Ahora bien, dentro de ella, los palacios y sus salones
amplios, retocados con gusto exquisito, estarían reservados para
“los mejores” entre ellos, aquéllos que la crítica de todos los
tiempos ha elegido y encumbrado como los “espíritus de altos
vuelos”. Las catacumbas estarían reservadas para los eternos
aspirantes a sucederlos, quienes mirarían con recelo las fiestas
pomposas que se celebran en los salones de “la excelencia
expresiva”, buscando afanosamente un resquicio por el cual colarse.
Por las calles de esta “ciudad del canon” deambularían millares
de seres grises, casi anónimos, los olvidados de la fortaleza
principal al no ser portadores de la “majestuosidad” de la
palabra. Y afuera de la ciudad, urdiendo planes para asaltarla en la
mejor ocasión, estarían los millones de resentidos, los marginados,
los excluidos de la palabra “bella”, aquellos que Bloom
identifica como la “Escuela del Resentimiento”. La “ciudad
canónica” se ofrece como un espacio festivo y agreste, bucólico y
yermo, paradisíaco e infernal, cuyo cancerbero o San Pedro es el
crítico literario: ese ser temido por el escritor, que daría
vueltas a su larga cola para señalar el círculo del infierno que le
corresponde padecer al que jamás vistió el símbolo distintivo de
la “belleza” u otorga la llave celestial al elegido, al portador
de la palabra “sacra”, para que pueda acceder a la corte de los
bienaventurados, aquéllos que hicieron de la “excelencia
expresiva” su santo y seña.
El crítico literario se erige, así, en la máxima autoridad y en el centro del mundo literario. Es aquél que decreta quien puede habitar el centro de la ciudad o condena a una vida en la periferia. Así, centro y periferia literarios estarían controlados por la aduana del crítico, quien supervisa que todo aquello que intente ingresar a la ciudad esté perfectamente procesado de acuerdo a sus gustos, a sus valores, a sus criterios supuestamente categóricos, universales, ideales, únicos. Ante un dictamen negativo de este supervisor de la palabra, nada puede hacer el escritor. O quizá sí: en términos de Bloom, puede ir a reunirse con otros excluidos para, desde su “resentimiento”, tratar de ingresar al canon por la vía de la argumentación sociológicamente demagógica.
Canon y tiempo
El crítico literario se erige, así, en la máxima autoridad y en el centro del mundo literario. Es aquél que decreta quien puede habitar el centro de la ciudad o condena a una vida en la periferia. Así, centro y periferia literarios estarían controlados por la aduana del crítico, quien supervisa que todo aquello que intente ingresar a la ciudad esté perfectamente procesado de acuerdo a sus gustos, a sus valores, a sus criterios supuestamente categóricos, universales, ideales, únicos. Ante un dictamen negativo de este supervisor de la palabra, nada puede hacer el escritor. O quizá sí: en términos de Bloom, puede ir a reunirse con otros excluidos para, desde su “resentimiento”, tratar de ingresar al canon por la vía de la argumentación sociológicamente demagógica.
Canon y tiempo
La literatura es
amplia, la vida breve: he allí otro de los criterios que siguen los
que justifican la necesidad del canon. En palabras de Joseph Brodsky
ya que todos somos moribundos y el leer consume tiempo, debemos desarrollar un sistema que nos proporcione una especie de economía […] en otras palabras, la necesidad de un atajo […] la necesidad de algún tipo de brújula que nos guíe en el océano de la literatura existente (Brodsky, 1992)
Sin mencionar al
canon por su nombre, ese atajo del que habla Brodsky no es otro sino
una lista de autores que permita “formarse un sólido
discernimiento literario”. La tentación canónica en Brodsky
estaría atizada por el miedo al tiempo, que todo lo vence, lo
corree, lo carcome, lo pudre, lo aniquila. Antes de morir, debemos
leer una lista más o menos considerable, pero sublime, de autores y
obras que “lleven el predicamento humano, en toda su diversidad, a
su máxima esencialidad posible” (Brodsky,
1992).
Mostrando una filiación intelectual y un temperamento parecidos a
los de Bauman y Bloom, Brodsky piensa en términos de esencialidad,
totalidad y universales, que serían los valores a partir de los
cuales se nutre lo canónico.
Estos universales
aseguran la existencia de “obras imperecederas”, aquéllos
“clásicos” (en términos de Ítalo Calvino) que llegan a serlo
pues sus lecturas se “actualizan” desde el instante mismo de
realizarlas. Canon y tiempo tendría así otra vertiente: la que
supone la selección de obras por su validez universal.
Canon y
excelencia
Si las obras
responden a “valores universales” y estos valores son los que
aseguran que una obra sea “imperecedera”, entonces la excelencia
estaría dada por la expresión que una obra realiza o no de esos
universales. La calidad, la “excelencia” de una obra estaría
determinada por la capacidad que tiene para expresar (crear) esos
valores que desde una cultura determinada se consideran universales.
Se dice que Dante o Shakespeare tienen la excelencia literaria en
Occidente porque con sus obras nutrieron el imaginario de toda una
civilización, dotándola a su vez de valores imperecederos. De allí
que ambos sean seleccionados una y otra vez para formar parte de los
múltiples cánones que han existido (Bloom, incluso, llega al
extremo de decir que Shakespeare es
el centro del canon de Occidente).
Ahora bien, la
excelencia literaria también radica en la pericia con la cual los
autores crean y/o manejan los recursos literarios. En ese sentido, el
arte literario de un autor consistiría en la capacidad que tiene
para crear, recrear o manejar los recursos estilísticos con los
cuales cuenta o dota a una literatura. Así pues, el autor que quiera
ser canonizado por su “excelencia” literaria tendría que
empeñarse en expresar valores universales y por manejar con pericia
los recursos lingüísticos con los cuales cuenta su tradición
literaria.
Canon y géneros
literarios
Un tanto relacionada
con el aspecto anterior, el asunto del canon también pasa por los
géneros literarios. Esto es: existen críticos que fundamentan la
excelencia de una obra, no sólo por los valores que expresa o la
pericia del autor en el manejo de sus recursos, sino por el género
literario desde el cual se expresa. Desde esta perspectiva, diversos
autores han postulado la primacía de la poesía por sobre otros
géneros, que consideran “inferiores” al no expresar, con toda
complejidad y polisemia, la “esencia” humana. Recurramos otra vez
a Joseph Brodsky:
siendo la forma suprema de locución humana, la poesía no es sólo la forma más concisa y condensada de trasladar la experiencia humana; ofrece, además, las mayores posibilidades para realizar cualquier operación lingüística, especialmente sobre el papel. Cuanta más poesía se lee, menos tolerante se vuelve uno ante la verborrea de cualquier clase […] (Brodsky, 1992)
De esta manera, para
Brodsky la poesía es la más alta expresión del espíritu, mientras
que la prosa es la “plebeya” de la literatura: aquél registro
por medio del cual la “verborrea” triunfa y nubla las formas
“concisas y condensadas” de “trasladar la experiencia humana”.
Aquél canónico que siga al pie de la letra las ideas de Brodsky,
tenderá a seleccionar a los poetas por sobre los narradores.
Canon y Resentidos
Canon y Resentidos
El criterio del
canon por la primacía del género, ¿podría generar una “Escuela
del Resentimiento” en, por ejemplo, los narradores? Es posible.
Aunque el sustantivo “Escuela del Resentimiento” fue acuñado por
Bloom para otro tipo de canonizadores, aquéllos que pugnan por
contrarrestar (o a ampliar) el canon
Europeo-Heterosexual-Masculino-De Autores Muertos, con otro No
Europeo-Sin Distinción de Género-De Autores Vivos.
Partiendo de ideas
surgidas dentro de la crítica a la modernidad, tales como las
múltiples subjetividades, la imposibilidad de afirmar un sujeto
único o la crisis de la episteme como única forma de conocimiento,
los críticos que combaten la idea del canon proponen el
descentramiento de la práctica y los juicios literarios. No existen
prácticas únicas dentro de la literatura, como tampoco criterios
válidos en todo tiempo y espacio para afirmar lo que ella es.
Lo que existen son prácticas contextualizadas que responden a
criterios dados en
y por
una cultura concreta. Según estos críticos del canon, la mayor
parte de los autores y de las obras erigidas en modelos, lo son
porque reproducen y perpetúan valores hegemónicos de culturas ídem.
De tal manera, los críticos del canon pugnan por desaparecer tal
categoría o, por lo menos, ampliarla para que incluya a todas
aquellas obras que, sin reproducir los valores hegemónicos de las
culturas dominantes, contienen una parte importante de la experiencia
humana. De allí que autores identificados con movimientos como el
poscolonial sean revalorados e, incluso, condecorados en los propios
centros de cultura, como J. M. Coetzee, galardonado con el Premio
Nobel.
Como puede verse,
las “tentaciones” para canonizar parten de consideraciones y
razones múltiples. Desde mi punto de vista, es inútil combatirlas,
pues siempre existirá alguien que, aun desde su interior, realice un
sistema de selección y clasificación de lo que considera valioso y
lo que no. Por ello, en este trabajo he postulado que es preciso
habituarse a la existencia del canon. En todo caso, lo que interesa
desentrañar son los criterios a partir de los cuales los críticos
literarios canonizan obras y autores. Estoy consciente de que estos
criterios pueden enriquecerse con muchos más, o que pueden prestarse
al debate. Aunque, independientemente de ello, pienso que lo escrito
anteriormente efectivamente nos lleva a considerar que todo canon es
parcial y responde a los intereses de los “arquitectos del canon”.
por Jaime Magdaleno
FUENTES
por Jaime Magdaleno
FUENTES
Bauman, Zygmunt. La
cultura en el mundo de la modernidad líquida.
Trad. de Lilia Mosconi. México, FCE, 2013. 101 págs.
Bloom, Harold. El
canon occidental. La escuela y los libros de todas las épocas.
Trad. de Damián Alou. Barcelona, Editorial Anagrama, 2011. 585 págs.
Brodsky, Joseph.
“Para elegir un libro”, en Biblioteca
de México.
Dir. Jaime García Terrés. S/A, Número nueve, Mayo-Junio de 1992.
p.p. 12-14.
Landa, Josu. Canon
City.
Puebla, Afinita Editorial, 2010. 345 págs.
Markiewicz,
Henryk. “Sobre los cánones de la literatura”, en Los
estudios literarios: conceptos, problemas, dilemas.
Selección y traducción de Desiderio Navarro. La Habana, Centro
Teórico-Cultural Criterios, 2010. p.p. 281-318.
Sánchez Vázquez,
Adolfo. De
la Estética de la Recepción a una Estética de la Participación.
México, F. F. Y L-UNAM, 2005. 130 págs.
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