29.8.14

Grey, los emos, Murakami y mi amiga la güerita que está bien buena


I
La sociedad EMOcional es un término seguramente ya creado por alguien (en este mundo nada es nuevo: todo lo que piensas ya fue creado por alguien, posiblemente en Norteamérica o tal vez en Timbuctú) para describir el regodeo de la sociedad contemporánea en la contemplación de su yo. Un yo cuya interioridad generalmente yace vapuleada, vencida, ensimismada con base en derrotas emocionales, lacrimosamente padecidas y sobrellevadas. Corporeicemos la debacle emocional: una representante de esta estirpe de la amargura se viste de azul hospitalario y se pone un cubre boca que la proteja, no sólo de bacterias y gérmenes patógenos, sino de las partículas de la soledad y la miseria humana. ¿Su nombre? Grey.
Grey es un personaje de televisión convertido en ícono popular y punto de referencia de los vencidos, de los abandonados por otros vencidos-abandonados que, a su vez, han sido abandonados y vencidos por algunos más de ese círculo social de escasa solidaridad y empatía humana. ¡Ay! La soledad y el desamor en Grey son tan profundos, tan inaguantables, que verdaderamente dan ganas de llorar.
—¡Güey, pero lo que da más lástima, es que TODOS nos hEMOS sentido así alguna vez! —exclama, con desesperación afectiva, mi amiga la güerita que está bien buena y que toma té helado de canela y flores en un establecimiento de la colonia Condesa.
II 
Algún vivales de esa Norteamérica creadora de nuevos productos, a dilucidar cuál más estrafalario y/u oportunista, etiquetó un tipo de música —que supuestamente intersecta el punk con el hard core y el metal lacrimoso—con el nombre EMO, derivación del sustantivo abstracto EMOTIONAL; “nuevo” género que comercializa una música creada por adolescentes perturbados y repletos de EMOciones decadentistas, dispuestos a GRITAR su bancarrota emocional entre rabietas espasmódicas y síncopes de dolor. Niños cursis ensimismados en su soledad, conmocionados por decepciones amorosas, frustrados en sus intentos por ser aceptados por sus semejantes, encontraron en esa música —y la moda que la acompañaba— una vía para comunicar sus emociones deprimidas a partir de balbuceos, gemidos, gritos y lloriqueos, amplificados por el micrófono y adornados por copetes, alargados deliberadamente para esconder el dolor, así como por maquillaje escrupulosamente negro que denote lo fúnebre del ánimo de quien lo porta. 
III 
Haruki Murakami es el autor predilecto de esta sociedad EMOcional, que incluye lo mismo a los fanáticos de Grey que a los seguidores de las letras EMO, aunque no sólo a ellos, sino a todo un espectro social que encuentra en su obra los temas sin los cuales es imposible comprender los inicios del siglo XXI: muerte, soledad, frustración amorosa, imposibilidad de comunicación, encuentros ocasionales, pérdidas definitivas y existencias a la deriva. El éxito del escritor japonés radica en su capacidad para urdir historias aderezadas por estos ingredientes; temáticas compartidas lo mismo por japoneses o franceses que por gringos, españoles o mexicanos a fuerza de GLOBALIZACIÓN económica, cultural y social, principalmente… Escribí “principalmente”, aunque la globalización no es garantía de éxito para Murakami; al menos, no tanto como la condición señalada previamente: es la utilización de diversas temáticas en un sólo volumen lo que lleva a distintos lectores a identificarse, por lo menos, con una de las tramas o subtramas presentes en la obra: gozo del primer amor, pérdida del primer amor, aventuras sexuales ocasionales, pérdida del núcleo familiar, maduración emocional dolorosa o necesidad de afirmación de la personalidad en un mundo uniformado. Toda vez urdido el anzuelo politemático, el libro es tirado al mar del consumo por la mercadotecnia que explota la bancarrota EMOcional, aquella que es frecuentada por los vapuleados emocionales, quienes intercambiarán impresiones acerca de la validez y universalidad de los planteamientos de Murakami desde el susurro de un Twitter o desde la vitrina de exhibición morbosa que es Facebook.
Por lo anterior, la obra politemática de Murakami se globaliza (se conoce, se vende, se disfruta en cualquier parte del orbe, quiero decir), gracias a un perfil de consumo determinado (la sociedad EMOcional) y a los medios de comunicación de los que disponen sus adeptos para socializar su lectura. Así, las temáticas lacrimosas de Murakami llegan hasta lectores tales como mi amiga la güerita; sí, ésa que está bien buena y toma té helado de canela y flores en la Condesa, quien es fanática del escritor japonés, ya que: “neta, güey, ese tío expresa el vacío y la imposibilidad de amor y de comunicación de nuestros tiempos, por eso le deberían dar el Nobel”.

—¿Imposibilidad de comunicación? Como puedes sentirte identificada con temáticas así, si te la pasas todo el día comunicándote vía Twitter o Facebook.
—No me refiero a eso.
—¿Imposibilidad de amor? Pero si tienes un chingo de pretendientes que darían todo por ti, yo entre ellos. 
—¡Ash, morro! Contigo no se puede, no entiendes. 
—No, no te entiendo. Y tampoco entiendo la cursilería de Murakami. ¿No te he dicho que ese güey me caga?
—No. 
—Pues me caga. Lo siento. Espero que ahora esté claro.

por pequeño bastardo.    



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