I
La
sociedad EMOcional es un término seguramente ya creado por alguien
(en este mundo nada es nuevo: todo lo que piensas ya fue creado por
alguien, posiblemente en Norteamérica o tal vez en Timbuctú) para
describir el regodeo de la sociedad contemporánea en la
contemplación de su yo. Un yo cuya interioridad generalmente yace
vapuleada, vencida, ensimismada con base en derrotas emocionales,
lacrimosamente padecidas y sobrellevadas. Corporeicemos la debacle
emocional: una representante de esta estirpe de la amargura se viste
de azul hospitalario y se pone un cubre boca que la proteja, no sólo
de bacterias y gérmenes patógenos, sino de las partículas de la
soledad y la miseria humana. ¿Su nombre? Grey.
Grey
es un personaje de televisión convertido en ícono popular y punto
de referencia de los vencidos, de los abandonados por otros
vencidos-abandonados que, a su vez, han sido abandonados y vencidos
por algunos más de ese círculo social de escasa solidaridad y
empatía humana. ¡Ay! La soledad y el desamor en Grey son tan
profundos, tan inaguantables, que verdaderamente dan ganas de llorar.
—¡Güey,
pero lo que da más lástima, es que TODOS nos hEMOS sentido así
alguna vez! —exclama, con desesperación afectiva, mi amiga la
güerita que está bien buena y que toma té helado de canela y
flores en un establecimiento de la colonia Condesa.
II
Algún
vivales de esa Norteamérica creadora de nuevos productos, a
dilucidar cuál más estrafalario y/u oportunista, etiquetó un tipo
de música —que supuestamente intersecta el punk con el hard core y
el metal lacrimoso—con el nombre EMO, derivación del sustantivo
abstracto EMOTIONAL; “nuevo” género que comercializa una música creada por adolescentes
perturbados y repletos de EMOciones decadentistas, dispuestos a GRITAR
su bancarrota emocional entre rabietas espasmódicas y síncopes de
dolor. Niños cursis
ensimismados en su soledad, conmocionados por decepciones amorosas,
frustrados en sus intentos por ser aceptados por sus semejantes, encontraron en esa música —y la moda que la acompañaba—
una vía para comunicar sus emociones deprimidas a partir de
balbuceos, gemidos, gritos y lloriqueos, amplificados por el
micrófono y adornados por copetes, alargados deliberadamente para
esconder el dolor, así como por maquillaje escrupulosamente negro
que denote lo fúnebre del ánimo de quien lo porta.
III
Haruki
Murakami es el autor predilecto de esta sociedad EMOcional, que
incluye lo mismo a los fanáticos de Grey que a los seguidores de las
letras EMO, aunque no sólo a ellos, sino a todo un espectro social
que encuentra en su obra los temas sin los cuales es imposible
comprender los inicios del siglo XXI: muerte, soledad, frustración
amorosa, imposibilidad de comunicación, encuentros ocasionales,
pérdidas definitivas y existencias a la deriva. El éxito del
escritor japonés radica en su capacidad para urdir historias
aderezadas por estos ingredientes; temáticas compartidas lo mismo
por japoneses o franceses que por gringos, españoles o mexicanos a
fuerza de GLOBALIZACIÓN económica, cultural y social,
principalmente… Escribí “principalmente”, aunque la
globalización no es garantía de éxito para Murakami; al menos, no
tanto como la condición señalada previamente: es la utilización de
diversas temáticas en un sólo volumen lo que lleva a distintos
lectores a identificarse, por lo menos, con una de las tramas o
subtramas presentes en la obra: gozo del primer amor, pérdida del
primer amor, aventuras sexuales ocasionales, pérdida del núcleo
familiar, maduración emocional dolorosa o necesidad de afirmación
de la personalidad en un mundo uniformado. Toda vez urdido el anzuelo
politemático, el libro es tirado al mar del consumo por la
mercadotecnia que explota la bancarrota EMOcional, aquella que es
frecuentada por los vapuleados emocionales, quienes intercambiarán
impresiones acerca de la validez y universalidad de los
planteamientos de Murakami desde el susurro de un Twitter o desde la
vitrina de exhibición morbosa que es Facebook.
Por lo anterior, la
obra politemática de Murakami se globaliza (se conoce, se vende, se
disfruta en cualquier parte del orbe, quiero decir), gracias a un
perfil de consumo determinado (la sociedad EMOcional) y a los medios
de comunicación de los que disponen sus adeptos para socializar su
lectura. Así, las temáticas lacrimosas de Murakami llegan hasta
lectores tales como mi amiga la güerita; sí, ésa que está bien
buena y toma té helado de canela y flores en la Condesa, quien es
fanática del escritor japonés, ya que: “neta, güey, ese tío
expresa el vacío y la imposibilidad de amor y de comunicación de
nuestros tiempos, por eso le deberían dar el Nobel”.
—¿Imposibilidad
de comunicación? Como puedes sentirte identificada con temáticas así,
si te la pasas todo el día comunicándote vía Twitter o Facebook.
—No
me refiero a eso.
—¿Imposibilidad
de amor? Pero si tienes un chingo de pretendientes que darían todo
por ti, yo entre ellos.
—¡Ash,
morro! Contigo no se puede, no entiendes.
—No,
no te entiendo. Y tampoco entiendo la cursilería de Murakami. ¿No te he dicho que ese güey me caga?
—No.
—Pues
me caga. Lo siento. Espero que ahora esté claro.
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