18.7.14

Mimetismo

Estaba preocupado. Sí: preocupado pues su hermano no se había comunicado por teléfono desde hacía quince días. ¿O ya habían pasado tres semanas? Era probable; aunque, como fuera, había pasado mucho tiempo desde su última conversación vía telefónica, y no saber nada de su hermano lo tenía así: preocupado.

¿O acaso el sueño le produjo tal inquietud?

Quiso despejar la interrogante aunque, de pronto, se encontró con esta madeja: ¿había sido el sueño el causante de la preocupación por su hermano o la preocupación por su hermano se había colado en el sueño? Le daba vueltas al asunto y no sacaba nada en claro. Al final, lo que terminaba por imponerse era esa piedra en el centro de su estómago que no tenía volumen ni ocupaba espacio pues se sentía hueca, como un hoyo negro que arrasaba con su tranquilidad. 

+++

Despertó sobresaltado. De inmediato pensó que debía retener ese sueño, no olvidarlo como tantos otros que había querido apresar, y en el instante mismo en que volvía a caer dormido, se esfumaban hasta perderse en la evanescencia de lo onírico. Para retenerlo, lo repasó tres o cuatro veces hasta que, gradualmente, los párpados se le cerraron y volvió a dormir.

+++

Su hermano había sido un peleonero. Era bajo de estatura, pero tenía unos músculos rotundos y unos puños cuyos huesos formaban un entramado de concreto, que había hecho caer o trastabillar hasta al más alto de la colonia.

En Santa María la Ribera no había nadie más alto que “Alma Grande”.

A “Alma Grande” le apodaban de esa manera porque era idéntico al personaje de la historieta homónima.

Su hermano le había contado esta anécdota una y otra vez: una ocasión, estando sentado sobre uno de los escalones del Kiosko Morisco, se había armado de palabras con “Alma Grande”, pues éste era aficionado del América de Carlos Reynoso y su hermano simpatizaba con los equipos de medida tabla, tipo el Zacatepec o los Potros de Hierro del Atlante. Y allí estaba su hermano, insultando al América, a Carlos Reynoso y de paso a Emilio Azcárraga, diciendo que tanto el equipo como Carlos Reynoso y su dueño podían irse a chingar a su madre por comprar árbitros y partidos. “Alma Grande” sintió la afrenta como propia y le cantó un tiro al chaparrito mamado que osaba insultar a su América. Sin menoscabo, su hermano dijo “papas” y comenzaron la pelea.

“Alma Grande” era un bruto. Tenía fuerza, sí, pero la desperdiciaba en fanfarronadas del tipo levantar a su oponente y dar con él en el suelo o farfullar demasiado, todo el tiempo. Su hermano, en cambio, era paciente: sabía que su única oportunidad con “Alma Grande” consistía en cansarlo para, entonces sí, comenzar a soltar golpes. Así fue la pelea: “Alma Grande” se esforzaba por golpear a su hermano, quien esquivaba los puñetazos una y otra vez. Al no poder conectarlo, “Alma Grande” se abalanzaba y lo levantaba para caer sobre él. La ventaja que tuvo su hermano fue que estaba con varios de sus amigos, quienes al verlo debajo de su oponente, quitaban de encima a “Alma Grande”. Le decían: “hey, hey, es un tiro derecho, deja que se pare, cabrón”.

Y ahí iban, para arriba otra vez.

La estrategia funcionó: después de unos minutos, “Alma Grande” se cansó y entonces su hermano aprovechó para contraatacar. Se le pegó al cuerpo y desde allí le conectó varios ganchos que hicieron que “Alma Grande” empequeñeciera, casi al nivel de su hermano. En esa postura, fue más fácil conectarle a “Alma Grande” algunos puñetazos en la nariz para desorientarlo y, al final, un golpe en la mandíbula que lo mandó de nalgas al suelo.

+++      

Sin embargo, lo más importante no había sido la pelea sino el resultado: gloria y fama para su hermano; odio y deseos de venganza de “Alma Grande”.

+++

Lo buscaron y lo encontraron en la casa de su novia en turno. Uno de los vecinos de ella le advirtió a “Alma Grande” que lo habían visto entrar al departamento de Marisol, así que rápido reunió a algunos amigos con los cuales enfrentarlo. Su hermano iba saliendo de la casa cuando los vio venir. Ágil, echó a correr hacia las escaleras del edificio. Escaló los peldaños hacia la azotea. Ya en ella, buscó esconderse detrás de los tinacos del agua, mientras “Alma Grande” con sus amigos buscaba desesperado a la presa. Su hermano trastabilló y cayó al vacío de seis pisos. Para su fortuna, una de las ventanas estaba abierta, así que alcanzó a sujetarse del marco metálico. También tuvo suerte de que el dueño del departamento estuviera en ese momento, pues con sorpresa y con dificultades lo ayudó a entrar. Allí se escondió su hermano por horas. Carlos, el vecino, subió a la azotea con el pretexto de recoger los calcetines que había lavado su madre por la mañana. Se dio cuenta de que “Alma Grande” ya no estaba y se lo comunicó a su hermano, quien se despidió diciendo: “gracias, manito, te debo una”.

+++     

El sueño:

Él vio a un hombre agarrado a una viga de acero, a punto de caer al vacío.

Alguien, a sus espaldas, dijo: Mira, éste es el hermano del que madreó a “Alma Grande”.

El hombre que estaba colgado cayó.

Cuando él se acercó se dio cuenta de que no era otra persona sino él mismo. La mímesis se dio de pronto, sin ningún intervalo.

Se levantó y se llevó una mano al costado: advirtió que tenía una larga herida cosida con hilo grueso, negro.

Por alguna razón, no tenía camisa.

Como enjambre, súbitamente se arremolinaron contra él muchos hombres.

De pronto, se desvanecieron.

Él miró a su costado y se dio cuenta de que tenía una nueva herida, al lado de la que ya había visto.

Era larga, profunda: un destajo en canal, como si fuera una res.

Se derrumbó. En el suelo, se produjo otra mímesis: ya no era él el que agonizaba sino su hermano, quien mostraba un sonriente rictus de dolor.

Lo vio morir, mientras él estaba de pie y su hermano desaparecía, diluido en la sangre de la herida.

+++

Estaba preocupado. Sí: preocupado pues su hermano no se había comunicado por teléfono desde hacía quince días. ¿O ya habían pasado tres semanas? Era probable; aunque, como fuera, había pasado mucho tiempo desde su última conversación vía telefónica, y no saber nada de su hermano lo tenía así: preocupado. Sin embargo, esa mañana sonó el teléfono. Contestó:

¿Bueno?

¿Cómo estás, hermano?

Ah, eres tú, me tenías preocupado, cabrón. Qué bueno que hablas. ¿Por qué no habías marcado?

Es que me di en la madre con unos cabrones de acá dentro y me mandaron a la bartolina, manito. Estuve encerrado un chingo de días. Pero me la pelaron y ya salí. Y ya chingué: unos güeyes bien macizos del dormitorio seis me vieron rifarme y ahora quieren que pertenezca a su grupo, que según como sicario, jajaja. Le voy a entrar para ganarme la lana que tú me envías, manito. Ya no quiero ser una carga para ti.

¿Estás loco, cabrón? Tú ya estás ruco, ya no estás para esos trotes ¿Quieres terminar muerto, todo tasajeado, cualquier día de estos?

Nel, a mí me la pelan todos estos güeyes. Es más, cuando salga vas a ver que voy a ser todavía más cabrón que cuando entré. ¡La de bisnes que voy a hacer, manito! Tú nomás aguántate y vas a ver.



por Jaime Magdaleno     

No hay comentarios:

Publicar un comentario