En
las noticias de esta semana:
Un
niño muere víctima de bullying
en el estado de Tamaulipas.
Una
niña termina en el hospital después de recibir una golpiza por usar
lentes, en el estado de Puebla.
Un
joven es asesinado por reclamar que le hayan faltado al respeto a su
vecina de trece años, en Morelos.
Y
en el Estado de México, una mujer es apresada después de que se
descubriera que su novio golpeaba brutalmente a su hijo, de tan sólo
cinco años.
Frente
a noticias como esta —transmitidas las más de las veces por las
redes sociales, pues la televisión mexicana está bastante ocupada
difundiendo los pormenores del próximo Campeonato Mundial de Futbol—
la sociedad clama justicia. Se indigna.
Y
ya puesta a reflexionar, suelta frases como esta:
“Puki
AD Hace 5 días: antes había muchas personas analfabetas pero muchas
a pesar de esto tenían esa educación que ni es solamente
instrucción y también tenían valores, sabían respetar, trataban a
las personas con dignidad y sin groserías. Muchos abuelos o
bisabuelos sabían como educar, y muchos padres de hoy no lo hacen o
no lo quieren hacer, aunque ya tengan los hijos, no lo hacen, ahi
andan silvestres, dejando que la internet, el celular, los
videojuegos y la tv los eduque, ah, y la música de narcocorridos”.
O
ésta: “Patricia
22/05/2014 a las 4:20 pm. Responder: Esto es culpa de la
insensibilidad que hay ante situaciones como estas, el medio en el
que los niños crecen no es el mismo en el que crecimos los que somos
adultos jóvenes (20-28 años). Los niños crecen carentes de valores
y de metas, están sobre protegidos, faltos de comunicación con sus
padres; esto da como resultado lo que hemos visto en todos estos
casos. ¡Educación es lo que necesitamos!”.
Como
es evidente, la palabra EDUCACIÓN es invocada en cada una de las
anteriores admoniciones. Ante lo cual, cabe preguntarse, ¿qué
entenderán estas personas por educación?
De
acuerdo al contexto, es probable que se refieran a la transmisión de
una serie de valores humanos y cívicos que permitan una convivencia
social armónica. En el imaginario de estas personas podría anidar
la idea de una educación que pudiera volcar sobre los estudiantes
una serie de preceptos que les permitieran determinar qué es
correcto y qué no.
Pero,
¿es así? ¿La educación servirá para dotar a la sociedad de estos
valores? Sobre “los contenidos de la enseñanza”, Fernando
Savater reflexiona:
Lo primero que la
educación transmite a cada uno de los seres pensantes es que no
somos únicos,
que nuestra condición implica el intercambio significativo con otros
parientes simbólicos que confirman y posibilitan nuestra condición 1
Esto es: el saber
presupone a los otros
en su conformación, sea a partir del reconocimiento de que recibimos
el conocimiento ideado por otros, o de que lo recibimos gracias a que nos
es transmitido también por otros. Entre muchas, una de las
finalidades de adquirir conocimiento estaría sustentada en la
necesidad de aprender a convivir con esos otros que cohabitan en un
mismo espacio-tiempo, llámese a éste sociedad, comunidad, ciudad,
estado, país, nación, sistema mundo, aldea global o humanidad.
Ahora bien, en su texto “La mente narrativa”, el recientemente fallecido Federico Campbell nos recuerda que
“todo en nosotros, los animales humanos, es narrativa”. Siguiendo
al lingüista norteamericano Mark Turner, Campbell expone que:
Para entendernos
unos a otros, y para explicarnos el mundo y la vida, necesitamos
contarnos historias. La capacidad narrativa, como actividad mental,
es esencial en el pensamiento humano, que está en movimiento, en
sucesión temporal, en secuencia, como todas las historias contadas 2
De acuerdo con la
tesis anterior, el conocimiento humano estaría transmitido a partir
de relatos. No importan las características del conocimiento ni su
filiación a alguna de las ciencias humanísticas o físicas, la
narración sería el medio utilizado para darle orden, coherencia y
sentido al conocimiento que queremos comunicar. La educación sería
el medio por el cual los humanos transmitimos esos relatos en
nuestras sociedades, con la finalidad de buscar cierto “bienestar”
(sí, bienestar: si la palabra te suena rara es porque vives en
México, pero la educación busca el bienestar, aunque te cueste
trabajo entenderlo).
Las sociedades que
se miran a sí mismas como plurales y tolerantes, idean y transmiten
relatos en los que el otro está incluido como presencia importante,
determinante del propio “yo”. Ese otro no es sólo el científico
que puso las bases para entender el sistema gravitacional de los
planetas o el marinero que se embarcó un día hacia el occidente del
Pacífico para “descubrir” un continente inédito. Lo otro
tampoco es solamente la teoría que me indica que los humanos hemos
evolucionado a partir de un largo y complejo proceso de hominización
ni el aforismo que señala que el hombre es el lobo del hombre y por
ello hay que crear instituciones que garanticen la vida de los
hombres y el respeto a los bienes ajenos. El otro es también (y
quizá sobre todo) ése que está sentado al lado mío. Lo otro es
también (y quizá sobre todo) lo que me circunda y afecta la
circunstancia en la que estoy inmerso. Si es cierta la tesis de que
los relatos han servido para modelar el conocimiento, es
indispensable que esos mismos relatos también recreen e influyan la
idea que tengo del otro que está a lado mío, así como de lo otro
que me circunda.
¿Cuál podría ser
la naturaleza de ese relato que incluye al otro y lo otro y que
posibilitaría mi interrelación armónica, respetuosa, tolerante con
los demás para experimentar cierto bienestar social? Para empezar,
habría que hacer una crítica a la “naturaleza” de la pregunta
antes expuesta, pues no existe algo así como una “naturaleza” en
los asuntos humanos. Existen, sí, múltiples factores que deberían
converger en la búsqueda de respuestas a la complejidad de la
educación. Aclarado ese punto, y reconociendo que otras múltiples
respuestas pueden darse al momento de intentar entender la violencia
escolar, en este texto quiero escribir que los relatos fundantes de la educación en México deben partir del
reconocimiento de lo que somos: una sociedad diversa que vive un
proceso de expoliación por parte de una clase hegemónica rapaz,
cuyo proyecto de educación pasa por el desconocimiento de la
humanidad en los otros. Para esta clase, los otros son sirvientes,
maquiladores, obreros y gentuza digna de ser oprimida, razón por la
cual los planes y programas de estudio sólo deben trabajar en ellos
ciertas “competencias” de lecto-escritura, para que medio
sepan
leer las cláusulas que hipotecan su libertad y para que las firmen
acríticamente. No se trata de dotar al estudiante de interés alguno
por ideales de humanidad, civilidad, solidaridad, conciencia histórica, razón
crítica o curiosidad por el conocimiento científico; se trata de
despojarlo de todo aquello que pueda despertar en él un interés por
el conocimiento del otro y de lo otro. Así, despojado de la
posibilidad de encontrar humanidad en el otro y de buscar una salida
a su problemática de pobreza y marginación por vía del estudio: un
niño muere víctima de bullying
en una escuela de Tamaulipas, una niña termina en el hospital
después de recibir una golpiza por usar lentes en el estado de
Puebla, un joven es asesinado por reclamar que le hayan faltado al
respeto a su vecina de trece años en Morelos y en el Estado de
México, una mujer es apresada después de que se descubriera que su
novio golpeaba brutalmente a su hijo, de tan sólo cinco años.
1 Fernando Savater. El valor de educar. Instituto de Estudios Sindicales de América, México, 1997. p. 42.
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