29.5.14

Tétricas narrativas


En las noticias de esta semana:
Un niño muere víctima de bullying en el estado de Tamaulipas.
Una niña termina en el hospital después de recibir una golpiza por usar lentes, en el estado de Puebla.
Un joven es asesinado por reclamar que le hayan faltado al respeto a su vecina de trece años, en Morelos.
Y en el Estado de México, una mujer es apresada después de que se descubriera que su novio golpeaba brutalmente a su hijo, de tan sólo cinco años.
Frente a noticias como esta —transmitidas las más de las veces por las redes sociales, pues la televisión mexicana está bastante ocupada difundiendo los pormenores del próximo Campeonato Mundial de Futbol— la sociedad clama justicia. Se indigna.
Y ya puesta a reflexionar, suelta frases como esta:
Puki AD Hace 5 días: antes había muchas personas analfabetas pero muchas a pesar de esto tenían esa educación que ni es solamente instrucción y también tenían valores, sabían respetar, trataban a las personas con dignidad y sin groserías. Muchos abuelos o bisabuelos sabían como educar, y muchos padres de hoy no lo hacen o no lo quieren hacer, aunque ya tengan los hijos, no lo hacen, ahi andan silvestres, dejando que la internet, el celular, los videojuegos y la tv los eduque, ah, y la música de narcocorridos”. 
O ésta: “Patricia 22/05/2014 a las 4:20 pm. Responder: Esto es culpa de la insensibilidad que hay ante situaciones como estas, el medio en el que los niños crecen no es el mismo en el que crecimos los que somos adultos jóvenes (20-28 años). Los niños crecen carentes de valores y de metas, están sobre protegidos, faltos de comunicación con sus padres; esto da como resultado lo que hemos visto en todos estos casos. ¡Educación es lo que necesitamos!”.
Como es evidente, la palabra EDUCACIÓN es invocada en cada una de las anteriores admoniciones. Ante lo cual, cabe preguntarse, ¿qué entenderán estas personas por educación?
De acuerdo al contexto, es probable que se refieran a la transmisión de una serie de valores humanos y cívicos que permitan una convivencia social armónica. En el imaginario de estas personas podría anidar la idea de una educación que pudiera volcar sobre los estudiantes una serie de preceptos que les permitieran determinar qué es correcto y qué no.
Pero, ¿es así? ¿La educación servirá para dotar a la sociedad de estos valores? Sobre “los contenidos de la enseñanza”, Fernando Savater reflexiona:
Lo primero que la educación transmite a cada uno de los seres pensantes es que no somos únicos, que nuestra condición implica el intercambio significativo con otros parientes simbólicos que confirman y posibilitan nuestra condición 1

Esto es: el saber presupone a los otros en su conformación, sea a partir del reconocimiento de que recibimos el conocimiento ideado por otros, o de que lo recibimos gracias a que nos es transmitido también por otros. Entre muchas, una de las finalidades de adquirir conocimiento estaría sustentada en la necesidad de aprender a convivir con esos otros que cohabitan en un mismo espacio-tiempo, llámese a éste sociedad, comunidad, ciudad, estado, país, nación, sistema mundo, aldea global o humanidad.
Ahora bien, en su texto “La mente narrativa”, el recientemente fallecido Federico Campbell nos recuerda que “todo en nosotros, los animales humanos, es narrativa”. Siguiendo al lingüista norteamericano Mark Turner, Campbell expone que:
Para entendernos unos a otros, y para explicarnos el mundo y la vida, necesitamos contarnos historias. La capacidad narrativa, como actividad mental, es esencial en el pensamiento humano, que está en movimiento, en sucesión temporal, en secuencia, como todas las historias contadas 2
De acuerdo con la tesis anterior, el conocimiento humano estaría transmitido a partir de relatos. No importan las características del conocimiento ni su filiación a alguna de las ciencias humanísticas o físicas, la narración sería el medio utilizado para darle orden, coherencia y sentido al conocimiento que queremos comunicar. La educación sería el medio por el cual los humanos transmitimos esos relatos en nuestras sociedades, con la finalidad de buscar cierto “bienestar” (sí, bienestar: si la palabra te suena rara es porque vives en México, pero la educación busca el bienestar, aunque te cueste trabajo entenderlo).
Las sociedades que se miran a sí mismas como plurales y tolerantes, idean y transmiten relatos en los que el otro está incluido como presencia importante, determinante del propio “yo”. Ese otro no es sólo el científico que puso las bases para entender el sistema gravitacional de los planetas o el marinero que se embarcó un día hacia el occidente del Pacífico para “descubrir” un continente inédito. Lo otro tampoco es solamente la teoría que me indica que los humanos hemos evolucionado a partir de un largo y complejo proceso de hominización ni el aforismo que señala que el hombre es el lobo del hombre y por ello hay que crear instituciones que garanticen la vida de los hombres y el respeto a los bienes ajenos. El otro es también (y quizá sobre todo) ése que está sentado al lado mío. Lo otro es también (y quizá sobre todo) lo que me circunda y afecta la circunstancia en la que estoy inmerso. Si es cierta la tesis de que los relatos han servido para modelar el conocimiento, es indispensable que esos mismos relatos también recreen e influyan la idea que tengo del otro que está a lado mío, así como de lo otro que me circunda.
¿Cuál podría ser la naturaleza de ese relato que incluye al otro y lo otro y que posibilitaría mi interrelación armónica, respetuosa, tolerante con los demás para experimentar cierto bienestar social? Para empezar, habría que hacer una crítica a la “naturaleza” de la pregunta antes expuesta, pues no existe algo así como una “naturaleza” en los asuntos humanos. Existen, sí, múltiples factores que deberían converger en la búsqueda de respuestas a la complejidad de la educación. Aclarado ese punto, y reconociendo que otras múltiples respuestas pueden darse al momento de intentar entender la violencia escolar, en este texto quiero escribir que los relatos fundantes de la educación en México deben partir del reconocimiento de lo que somos: una sociedad diversa que vive un proceso de expoliación por parte de una clase hegemónica rapaz, cuyo proyecto de educación pasa por el desconocimiento de la humanidad en los otros. Para esta clase, los otros son sirvientes, maquiladores, obreros y gentuza digna de ser oprimida, razón por la cual los planes y programas de estudio sólo deben trabajar en ellos ciertas “competencias” de lecto-escritura, para que medio sepan leer las cláusulas que hipotecan su libertad y para que las firmen acríticamente. No se trata de dotar al estudiante de interés alguno por ideales de humanidad, civilidad, solidaridad, conciencia histórica, razón crítica o curiosidad por el conocimiento científico; se trata de despojarlo de todo aquello que pueda despertar en él un interés por el conocimiento del otro y de lo otro. Así, despojado de la posibilidad de encontrar humanidad en el otro y de buscar una salida a su problemática de pobreza y marginación por vía del estudio: un niño muere víctima de bullying en una escuela de Tamaulipas, una niña termina en el hospital después de recibir una golpiza por usar lentes en el estado de Puebla, un joven es asesinado por reclamar que le hayan faltado al respeto a su vecina de trece años en Morelos y en el Estado de México, una mujer es apresada después de que se descubriera que su novio golpeaba brutalmente a su hijo, de tan sólo cinco años.

1 Fernando Savater. El valor de educar. Instituto de Estudios Sindicales de América, México, 1997. p. 42.
2 Federico Campbell, “La mente narrativa”, en Revista de la Universidad de México: http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/2306/pdfs/96-97.pdf


por Jaime Magdaleno

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