16.5.14

Esclavo y amo



–Y de repente que se suelta a gemir y a llorar. Me dijo: “espérate, para”. Pero nel, ni madres, yo no le hice caso y le seguí dando tupido, más pinche duro para que llorara con ganas.

–A lo mejor le estaba doliendo. 

–Lo mismo pensé yo al principio y la neta eso me hizo sentir bien; no por nada siempre he sido bien cabrón pa'las viejas. Pero cuando volteó a verme y me fijé que no estaba llorando porque le doliera sino porque se había acordado de algo, me encabroné. Sentí como si le diera asco estar conmigo. O como si me estuviera deteniendo porque no le gustaba cómo me la estaba cogiendo y eso me hizo requetemputar, así que la amachiné bien cabrón de las caderas y comencé a meterle más duro la verga. Nomás se escuchaban los chasquidos de sus nalgas cuando chocaban con mis güevos. Dijo: “por favor detente, me siento mal”, y pensé: ni madres, pinche golfa, ahora aguantas la recia. Se me ocurrió agarrar la chela que había dejado sobre el buró y se la eché sobre las nalgas. Con el culo empapado, comencé a pegarle hasta que se le pusieron rojas las nalgas a la desgraciada. Empezó a gritar. Me encabroné más y entonces la agarré de la nuca y le metí la jeta en la almohada para que la cabrona se callara o se ahogara.

–Te pasas de verga. 

–Pérate, todavía no acabo: como intentaba zafarse, le apliqué la “Guillotina”, la especialidad de mi compadre el Cerdo. 

–¿Y ésa cuál es?

–¿Cómo que “y ésa cuál es”? Mmmta, no te digo: estás tierno, mi'jo. Pero para eso me tienes: para enseñarte. Ahí te va: primero pones en pinole a la vieja y ya cuando la tengas bien empinada, pum: le metes de un chingadazo la verga por el ano y luego le pegas en las costillas para que se le frunza el culo y te la ahorque bien rico. 

–No mames. Eso está enfermo.

–Oh, chingá. Usted aplíquela para que salga chingón como su mero padre. Bueno, pues le apliqué la Guillotina y no me vine: a pesar de que sentí bien rico cuando me ahorcaba, no me vine. Y es que tenía una cruda de días. Ya sabes que cuando uno anda crudo de días pues aguantas bien cabrón; hasta ocho sin sacate, como decía mi compadre el Jaime. Total: ella seguía llorando. Soltaba tamaños lagrimones: pinches lágrimas de Magdalena que le cruzaban los cachetes hasta dejárselos empapados. O a lo mejor era que llevábamos bastante tiempo dándole al asunto y nomás no acabábamos. 

–¿Y luego?

–La volteé para tenerla de frente y mirarla a la cara, pero la muy puta cerraba los ojos para no verme. Entonces le metí unas pinches bofetadas para que los abriera y sí: medio que los abría, pero los cerraba luego luego. Eso me dio más coraje, así que empecé a escupirla. Toda la cara le quedó embarrada con mis gargajos y mi saliva y eso me prendió bien cabrón, tanto como para venirme. Le saqué la verga del coño, me masturbé en putiza y le aventé todos mis mecos sobre las chichis y sobre la cara. Ahhh, nomás de acordarme de lo rico que me vine, hasta me dan ganas de ensartártela a ti, mi tierno, jajajaja. 

–Estás igual de enfermo que tu compadre el Cerdo. Bueno, ¿y ella qué hizo?

–Pues nada. Cuando acabé me dio la espalda y así se quedó un ratote hasta que de pronto empezó a hablar. Me preguntó: “¿por qué me tratas así, César? ¿Yo qué te hice?” Le respondí que me había cagado que se pusiera a llorar a medio palo, como si le diera asco estar conmigo o no me la estuviera cogiendo rico. Le dije: “si a mí las viejas hasta me ruegan para que me las tire, mi'ja, como para que me vengas con tus mamadas” Sin voltear a verme, me contó que su mamá le puso el cuerno a su papá durante un chingo de tiempo, hasta que el ruco se enteró y la corrió de la casa. Dijo: “lo peor de todo es que mi mamá ni siquiera le pidió que la perdonara y no hizo el menor esfuerzo por quedarse o por llevarnos con ella a mí y a mi hermana. Nada más agarró sus cosas y se fue, la muy perra”. 

–No mames, eso está bien culero ¿y luego?

–Ella se quedó a vivir con su hermana y su papá, pero fue una chinga pues el ruco agarró la jarra. A pesar de que siguió trabajando en su taller, y más o menos atendió a sus hijas, cada que tenía tiempo libre se ponía hasta atrás en su casa. Ella y su hermana lo tenían que soportar bien pedo, llorando, poniendo rolas en el tocadiscos, sobre todo una de los Pasteles Verdes, la de “Esclavo y amo”, ¿la ubicas?

–No. 

–No te digo: estás morro, todavía mojas el pañal. Ahí te va, es una que dice: “No sé/ qué tienen tus ojos. No sé/ qué tiene tu boca. Que dominan mis antojos. Y a mi sangre vuelve loca”. 

–Nel, no la topo. 

–Mmmta, mi tierno. El caso es que desde entonces ella juró, con su hermana, que nunca le pondrían el cuerno a un cabrón. Dijo: “y mira lo que estoy haciendo, César: poniéndole el cuerno a mi güey contigo. Por eso lloro, no porque no quiera estar contigo, sino por eso. Y tú te portas como un hijo de puta. Chingada madre, soy una pendeja. No debería estar aquí”. 

–Puta, qué mal pedo, ¿y luego?

–Como que “¿y luego?”. Pues me encabroné y ni siquiera la volteé: allí mismo, de espaldas como estaba, volví a penetrarla para que supiera la cabrona que a mí esas cursilerías me valen verga. Le metí un par de palos más y cuando terminé, me levanté, me puse la ropa y me vestí para largarme de allí. Para no tener que soportar más sus lagrimitas piteras.

Eres un hijo de tu puta madre, César.

–Lo sé, mi tierno. Pero más te vale aprender para que las viejas no te agarren de pendejo. No quiero verte después chillando, escuchando rolas de los Pasteles Verdes. ¿Sí me entiendes, verdad?

por Jaime Magdaleno

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