Todos
me decían Negro.
Que
Negro pa’llá, que Negro pa’cá, que Negro ven y haz esto, que no
te hagas pendejo Negro y ponte a hacer aquello.
Así
todo el día. Muele y muele.
Hasta
que de plano un día me encabroné y me desquité con un güey de
rastas pintadas de güero al que le decían Blanquito Man, según
esto porque se parecía a un cantante.
A
mí me valió verga.
Estaba
de castroso con que yo tenía que hacer esto, que yo daba el ancho en
aquello, que para qué le encargaban eso si estaba re maje y sólo yo
podía hacerlo, así todo el día. Muele y muele.
Entonces
me reteemputé por quererme tener de gato y le metí un mega madrazo
entre sus ojos color gargajo y su narizota de águila pedorra. El
güey se quedó bailando, todo apendejado, así que de plano me
agasajé y le metí otros putazos y cuando se fue de nalgas todavía
me lo agarré a patadas. Pinche Blanquito. Si no es por el Indio que
llega a separarnos, me lo habría echado nomás de puro enchilado que
estaba por andarme chingue y chingue.
Desde
allí ya no me dicen Negro.
Ahora
se andan con cuidado.
Que
si Negrito por aquí y Negrito por allá y qué necesita mi Negrito y
lo que quiera mi Negrito que acá le hacemos el paro.
Nomás
fue cuestión de mostrar güevos y ahora se sientan en la recia.
(En
la recia grandota y negra, jaja).
Por
eso le digo al Indio: no se me apendeje, pariente. Dele en su madre
al pinche Blanquito Man o a cualquiera de los otros cabrones que ya
lo agarraron de bajada.
Todo
el día lo andan chingando: que pinche Indio pa’llá, que pinche
Indio pa’cá, que pinche Indio ven y haz esto, que no te hagas
pendejo pinche Indio y ponte a hacer aquello.
Así
todo el día.
Muele
y muele al pariente.
por Jaime Magdaleno
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