28.3.14

Cliché negro


¿A qué hora vendrá alguien a vernos?


Ha pasado mucho tiempo ya desde que todo quedó en silencio y la oscuridad se hizo más pesada; desde que la sala se convirtió en una esfera pequeña habitada sólo por la voz de Facundo y por cientos de puntos brillantes que tiritan bajo mis párpados cerrados, con lágrimas. 
 

¿Por qué estoy llorando? 
 

Porque tengo miedo. Estoy temblando pues a pesar de que Facundo está desatado haciendo bromas y contando chistes en su programa, lo que pasó hace un rato me ha dejado tirado, con algo así como un globo que se desinfla en mi estómago y una roca pesada en mi garganta. 
 

¿Cómo es esto?

¿Cómo así? 
 

Digamos que mi papá hoy venía con muchas ganas de interpretar su papel de mujeriego castigador.

Digamos que mi mamá hoy ya no quiso cargar con su rol de mujer engañada, estilo Laura León.

Digamos que yo no presté atención, tan divertido como estaba mirando un sketch de Omar Chaparro y la buenota de Dorismar en la tele.

Digamos que mamá le reclamó algo a papá y por alguna razón a él se le ocurrió hablar de su otra familia. 
 

Fue extraño: ese tema nunca se tocaba en casa. Quizá papá venía borracho o a lo mejor venía de estar con su otra mujer, quién sabe, pero nomás fue cosa de que mi mamá le reclamara algo, para que él se soltara y respondiera: “¡Uta madre! Para no soportar tus pendejadas, mejor ni hubiera venido. Mejor me hubiera quedado donde estaba”. Mi mamá, que siempre estaba dispuesta a perdonar todo, pero no que papá tuviera otra mujer y otros hijos, respondió: “¿dónde pues?”. Y mi papá: ”Pos donde ya sabes, pendeja. Con mi otra vieja”.


Allí fue cuando todo valió verga. 
 

Quién sabe cómo mi mamá agarró un cuchillo largo y filoso (el que usaba para cortar los pellejos del pollo) y se lo enterró a mi padre, creo que primero en la panza y luego en la garganta. Y digo creo porque la tele apenas y me permitió ver y escuchar, distraído como estaba con los albures de Omar Chaparro y las nalgas de Dorismar. Después, toda poseída, mi mamá se me abalanzó y me clavó dos veces el cuchillo, las dos en la panza. Y luego ella se degolló. Creo que me dijo algo antes de desplomarse pero no le entendí ni la escuché, pues el volumen de la tele siempre se sube cuando salen comerciales, principalmente cuando son de productos de la farmacia. Lo recuerdo claramente: cuando mamá se desplomó, estaban anunciando las cremas antivarices Goicoechea. 
 

¿A qué hora vendrán a recogernos? 
 

En las noches, siempre se aparece alguien por aquí, ya sea la comadre de mamá que viene a contarle un chisme o a pedirle varo, el compadre de papá que viene a sonsacarlo con unas chelas o el cabrón mantenido de mi primo Federico, que viene a que mi mamá le calme el hambre. El que sea debe apurarse y llegar ya, pues siento que el globo que tengo en la panza termina por desinflarse y bajo mis párpados cada vez hay menos puntos luminosos que puedan acompañarme. Carajo, hasta la voz y las risas de Facundo ya no se oyen. 

por Jaime Magdaleno

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