También las
mujeres pueden
aunque nos duela
aceptarlo
lo digo aquí y
donde quiera
porque pude
comprobarlo
que como un
hombre se mueren
y eso no hay que
dudarlo.
Los Tigres del Norte.
“También las mujeres pueden”.
En su estudio “Jefe de jefes. Corridos y
narcocultura en México”, José Manuel Valenzuela Arce destaca el hecho de que en
el narcocorrido la mujer presenta nuevos campos de acción, diferentes a los que
solía presentar en los corridos de la Revolución Mexicana. Según Valenzuela, en
los corridos del narco ya no estamos únicamente en presencia de la mujer
acompañante, de la “Rielera” que sigue a su “Juan” y se conforma con ser su
vida mientras él sea su querer. La mujer en el narcocorrido adopta un papel
“activo”, convirtiéndose en la protagonista de algunos relatos gracias a su
condición de “Jefa de Jefas” o “Chacalosa”: epítetos dados a las mujeres que
adquieren poder y ocupan cargos importantes en una actividad presumiblemente
masculina. Parece ser que los narcocorridos quieren traducir, de alguna manera,
cierto “empoderamiento” femenino, de allí que en varias canciones escuchemos el
grito: “También las mujeres pueden, plebes”. Precisamente, al escuchar esta
proclama de la igualdad lanzada al calor del acordeón y la tambora, me
pregunto: ¿qué es lo que las mujeres pueden? ¿Y gracias a qué o a quiénes
pueden? Tales son las cuestiones que trataré de discutir a lo largo de esta
disertación, tomando como punto de referencia las subjetividades expresadas en
los productos culturales cargados de sentido llamados narcocorridos.
¿Qué
es lo que las mujeres pueden?
Según algunos narcocorridos, las mujeres
pueden adquirir y demostrar poder dentro del negocio del narcotráfico. La adquisición
de poder femenino se da a partir de la destreza desplegada en actividades
relacionadas con los negocios del narco, principalmente: el tráfico de drogas,
el manejo de armas y de “trocas” o el ajusticiamiento de los rivales. De
acuerdo con los narcocorridos, el despliegue de estas destrezas es posible
gracias a que las mujeres muestran ciertas cualidades o valores relacionados “naturalmente”
con la masculinidad. No debemos olvidar que en la lógica de la cultura
patriarcal —que ha hecho una división genérica a partir de las cualidades
“naturales” entre hombre y mujer— al hombre se le han adjudicado cualidades
“activas”, que pueden permitirle sobresalir en el ámbito de lo “externo” o lo
social, mientras que a la mujer se le han endilgado características “pasivas”,
propias de su condición reproductora y “protectora” del orden doméstico.
Observa Pierre Bourdieu en La dominación
masculina:
Corresponde a los hombres, situados en el campo de
lo exterior, de lo oficial, de lo público, del derecho, de lo seco, de lo alto,
de lo discontinuo, realizar todos los actos a la vez breves, peligrosos y
espectaculares […] por el contrario a las mujeres, al estar situadas en el
campo de lo interno, de lo húmedo, de abajo, de la curva y de lo continuo, se
les adjudican todos los trabajos domésticos, es decir, privados y ocultos,
prácticamente invisibles o vergonzosos, como el cuidado de los niños y de los
animales, así como todas las tareas exteriores que les son asignadas por la
razón mítica, o sea, las relaciones con el agua, la hierba, con lo verde (como
la escardadura o la jardinería), con la leche, con la madera, y muy
especialmente los más sucios, los más monótonos y los más humildes.
Así, virtudes o cualidades morales tales
como la valentía, el honor, la astucia, la temeridad o el cumplimiento de la
palabra empeñada han sido confiscadas por los hombres, quienes presumiblemente
necesitan exhibirlas en el ámbito público para obtener el reconocimiento y el
respeto para ellos y su prole (o, en
el caso de los narcotraficantes, para ellos y su cártel). Se acepta, pues, como algo “natural” que sea el hombre
el que porte y exhiba dichos valores en los narcocorridos. Por ello, cuando la
mujer, en los relatos contenidos en los cantos, por alguna razón ingresa (o
intenta ingresar) al mundo del narcotráfico, debe exhibir las cualidades que
“naturalmente” ha confiscado el macho dentro de la cultura patriarcal, pues
hacerlo le garantiza el respeto que necesita si es que acaso pretende ser
reconocida por los otros y que sus
órdenes se acaten. Canta Ely Quintero en “La patrona”: “La patrona es pesada/
muy valiente y decidida/ es dura con los traidores/ con su gente agradecida/ si
ella les da una orden/ seguro que está cumplida”. Por medio de esta estrofa
podemos ver que la mujer del narcocorrido se aleja de los estereotipos de la
mujer abnegada y sufrida (aunque también las hay en los cantos), adquiriendo
para el correcto desarrollo de su actividad mafiosa "nuevas" cualidades,
genéricamente identificadas como masculinas, según la cultura patriarcal. En
consecuencia, no es extraño escuchar a Los Tigres del Norte cantar lo
siguiente: “También las mujeres pueden/ y además no se andan con cosas/ cuando
se enojan son fieras/ esas caritas hermosas/ y con pistola en la mano/ se
vuelven re’ peligrosas”.
Ahora bien, llevar a la práctica dichos
valores no es condición suficiente para que la mujer adquiera poderío y
respeto; es necesario que junto a estas actitudes, el personaje femenino
demuestre un virtuosismo en el manejo de las armas, las “trocas” y los aparatos
de comunicación indispensables para el buen desarrollo de su actividad. Como si
estuvieran enmarcadas dentro de una lógica de aprendizaje significativo, las
mujeres deben mostrar habilidades y competencias satisfactorias y pertinentes
en el manejo de sus “herramientas de trabajo”. Insertos en esa lógica, Los
Tigres del Norte cantan en “También las mujeres pueden”: “Con un motor muy
rugiente/ llegaron quemando llanta/ en una trocona negra/ pero la traían sin
placas/ dos muchachas que venían/ del Barrio de Tierra Blanca”. La destreza en
el manejo de los vehículos es complementada con el virtuosismo en el manejo de
las armas, otra condición indispensable para que las mujeres “las puedan”.
Canta Jenni Rivera en “La Chacalosa”: “Los amigos de mi padre/ me enseñaron a
tirar/ me querían bien preparada/ soy primera al disparar/ las cachas de mi
pistola/ de buen oro han de brillar”. ¿Y qué decir de los “gustos” que se debe
dar todo narco? La naturalización del alcoholismo y la drogadicción, la vida en
la parranda y la “loquera”, exaltada por los narcos, también es aceptada y
naturalizada por las mujeres del narco. Canta Violeta en “La plebe parrandera”:
“Me dicen la parrandera/ y me encanta la loquera/ me gustan las emociones/ me
gusta mirar de cerca/ de a gramo cada suspiro/ y así no hay ni quien lo
sienta”.
Así pues, ante la pregunta ¿qué es lo
que pueden las mujeres? podemos inferir, a partir de los narcocorridos, que lo
que las mujeres pueden es obtener poder y jerarquía dentro del negocio del
narcotráfico, siempre y cuando adquieran una serie de cualidades y desplieguen
acciones relacionadas “naturalmente” con el temperamento y el comportamiento
“masculino”. En ese sentido, la mujer puede someterse a un proceso de
“masculinización”, aparentemente indispensable para que sus órdenes se cumplan,
para que le muestren respeto y, en última instancia, para entrar en los juegos
del poder.
¿Gracias
a qué o a quiénes pueden las mujeres?
Me
buscan por “chacalosa”
Soy
hija de un traficante
Conozco
bien las movidas
Mi
crié entre la mafia grande
De
la mejor mercancía
Me
enseñó a vender mi padre.
Jenni Rivera,
“La Chacalosa”
En el narcocorrido “La Chacalosa”, Jenni
Rivera nos introduce a la cuestión sobre gracias a quiénes las mujeres pueden.
Aquí, el narcocorrido sigue al pie de la letra la lógica patriarcal, según la
cual es gracias a la mediación de los hombres que las mujeres pueden adquirir adiestramiento,
educación y, en última instancia, cultura. Recordemos que dentro de la razón
patriarcal, los hombres se
inscriben en el ámbito de lo cultural debido a que, por medio de las
actividades que realizan, pueden transformar la naturaleza creando cultura,
mientras que las mujeres quedan confinadas al ámbito de la naturaleza. Al
respecto, Marcela Lagarde y
de los Ríos reflexiona críticamente en Los
cautiverios de las mujeres: madresposas, monjas, putas, presas y locas:
Si el trabajo de la mujer no existe como separación
creativa de la naturaleza, entonces sólo una parte de la humanidad evoluciona
socialmente: los hombres. La otra parte, las mujeres, no sólo está más ligada a
la naturaleza y permanece sin evolucionar, sino que es naturaleza.
En los narcocorridos, la “mujer
naturaleza” abreva del conocimiento del “hombre creador de cultura” para
desarrollar una personalidad acorde con la actividad del narcotráfico. Como si
se tratara de un rito de iniciación, en los narcocorridos es el hombre el que
posibilita el acceso de la mujer a un campo de acción masculino. Canta Jenni
Rivera en “La Chacalosa”: “Los amigos de mi padre/ me enseñaron a tirar/ me
querían bien preparada/ soy primera en disparar/ las cachas de mi pistola/ de
buen oro han de brillar”. De acuerdo a lo expresado en el canto es gracias a la
mediación del hombre que la mujer puede adquirir destrezas y habilidades. En
ocasiones, esas aptitudes incluso son heredadas, gracias a la filiación de la
mujer, que es hija de un “Gran Señor” o “Chaca”. En el mismo narcocorrido,
Rivera hace gala de su filiación: “Me buscan por chacalosa/ soy hija de
traficante/ conozco bien las movidas/ me crié entre la mafia grande/ de la
mejor mercancía/ me enseñó a vender mi padre”. Ser hija de un traficante, pues,
redunda en una serie de aptitudes cuasi innatas, que pueden referirse a
habilidades para el negocio, pero también a actitudes determinadas, tales como
la temeridad y el valor; así en “Jefa de Jefas”, Jenni Rivera se envalentona y
presume su linaje: “No rajármele a cualquiera/ es herencia de mi padre”.
Incluso cuando la mujer no es propiamente una narcotraficante, pero se mueve
dentro de una sociedad en la que el narcotráfico es un referente, es gracias a
su filiación como puede ser “respetada”. Canta la Revolución Norteña en su
corrido “Plebitas High Class”: “En las mejores colonias/ ahí tienen su
residencia/ sus padres son poderosos/ por eso se les respeta/ las plebes están
bien blindadas/ así que no las ofendan”.
Podemos desprender de lo anterior que es
gracias a la mediación de un hombre que estas mujeres “las pueden” o son
respetadas. Por ello, en el narcocorrido “La Reina del Sur”, de los Tigres del
Norte, se hace constante referencia a los personajes masculinos de la novela de
Arturo Pérez Reverte, y en muchos casos es gracias a su intervención que el
personaje femenino cobra vida y despliega acciones. Veamos: “El Güero le dijo a
Tere/ te dejo mi celular/ cuando lo escuches prietita/ no trates de contestar/
es porque ya me torcieron/ y tú tendrás que escapar”. En esta estrofa, es a
partir de la ejecución del Güero Dávila que Teresa Mendoza cobra conciencia de
la particularidad de su vida; es decir: si antes del ajuste de cuentas del
Güero, Teresa vivía fundida con su hombre, es a partir de la ejecución de éste
que Teresa toma conciencia de sí. Existe una ruptura violenta en la simbiosis
amorosa entre Teresa y el Güero: auténtico desgarre que arranca a Teresa de su
estado de “naturaleza” y la arroja a un mundo (masculino) violento.
Por si fuera poco, y toda vez que ha
sido arrojada violentamente al mundo, es otro hombre el que le da vida a
Teresa. Veamos: “Dijo Epifanio Vargas/ Teresa vas a escapar/ tengo un amigo en
España/ allá te puedes quedar/ me debe muchos favores/ y te tendrá que ayudar”.
Epifanio Vargas se erige, pues, en una autoridad patriarcal que decide perdonar
la vida de Teresa y gracias a ese gesto, produce un “segundo nacimiento” del
personaje. El hombre es, por tanto, el gran patriarca que dispone la vida o la
muerte de la mujer. Al perdonarle la vida, don Epifanio, además, decreta para
Teresa su inserción en un nuevo ámbito sociocultural, que de cualquier forma
responde a la misma lógica patriarcal, pues en España será otro hombre,
Santiago Fisterra, el que acogerá a Teresa y quien la introducirá en la
dinámica del narco europeo. Dice el narcocorrido: “Cuando llegó a Melilla/
luego le cambio la suerte/ con don Santiago Fisterra/ juntaron bastante gente/
comprando y vendiendo droga/ para los dos continentes”.
Así,
en el narcocorrido La Reina del Sur, como en muchos
otros, es el personaje masculino el que posibilita la vida y la acción del
personaje femenino. No es casual que el propio Arturo Pérez Reverte haya
reparado en las particularidades de la inmersión de Teresa en un mundo
eminentemente masculino. En una entrevista del 2002, Pérez Reverte, dijo
Hay que
considerar que ella [Teresa] se mueve en el mundo del narco, donde los códigos
son muy masculinos, más que en otros ámbitos. Ahí reside el contraste. Podía
haberla ubicado en la Sociedad Filarmónica, o en Wall Street, o en Viena, o en
el mundo de la moda, ya que en todas partes hay lucha, pero en este mundo del
narco esa lucha era más evidente sin duda, todos los símbolos eran mucho más
acusados, y para mí el escenario era, por tanto, mucho más potente.
De tal manera, la lucha de Teresa, como
la de otras mujeres dentro del narcocorrido, tiene su origen en la
imposibilidad de ingresar al narcotráfico sin otra investidura que los
atributos “masculinos”, y sin otra guía, mano, supervisión, filiación y
educación que no sea la de un varón. Las mujeres del narcocorrido, entonces,
esperan siempre la llegada de su Rousseau de la sierra; un varón que las eduque
para llevar a cabo, competentemente, una actividad propia de “hombres bragados”: el narcotráfico.
Es precisamente la posibilidad de
demostrar cualidades relacionadas “naturalmente” con lo masculino, de desplegar
destrezas identificadas con el "ser" del hombre y de exhibir comportamientos
relacionados con la jactancia machista, lo que podría llevar a pensar a más de
una y de uno que existe, efectivamente, un “empoderamiento” femenino en los
narcocorridos. Sin embargo, considero que ésta es una ilusión creada desde los mismos discursos de la cultura dominante (machista), pues no existe
tal “empoderamiento”. Al contrario, en la lógica que presentan los
narcocorridos, las mujeres se subordinan, una vez más, a la dinámica del
comportamiento patriarcal, pues es en ese marco de referencia dentro del cual
ellas actúan y al que quieren, afanosamente, pertenecer.
por Jaime Magdaleno
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