Si
grito me sacan.
Si
grito me madrean.
Si
grito: alguien vendrá y me sacará de aquí o me meterá la voz a
punta de madrazos.
Si
grito.
Está oscuro y estoy acuclillada. Acobardada.
Aunque
hay una luz, ésa que se cuela por la ventana y me hace pensar:
Si
grito me sacan.
Si
grito me madrean.
Si
grito: alguien vendrá y me sacará de aquí o me meterá la voz a
punta de chingadazos.
Tengo hambre.
Tengo
frío.
¿Alguien
vendrá a darme una galleta? ¿Alguien vendrá y me tenderá una
cobija?
Alguien.
Quiero que resuenen sus pasos.
Que se escuchen llegar
hasta aquí.
Quiero
que me posea.
Que suba y se arremoline
sobre mí.
Quiero
que gima.
Que
haga lo que su chingada madre quiera de mí, pero que venga a traerme
comida. Un trapo con el que cobijarme, pues tengo frío y no soy un
perro.
Aunque mis papás me hayan dejado aquí.
Aunque
me hayan vendido en diez mil, no soy un perro.
Un perro estaría más cómodo.
Un
perro se enrollaría para darse calor.
Un
perro sí comería.
Encontraría
huesos grandes para roer, porque seguro hay huesos enterrados aquí.
Huesos de perras.
De otras perras que se animaron a gritar
o a
no coger
o a
protestar
o a
intentar huir y por eso las mataron.
Chingados: debo salir de aquí, pero, ¿cómo?
Si
grito me cachan.
Si
grito me madrean.
Si
grito me matan y termino enterrada, convertida en un montón de
huesos.
Será mejor que me convierta en perra, que ladre.
por Jaime Magdaleno
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