Un
cuarto en donde ha transcurrido una historia de amor es difícil de
soportar cuando el romance ha acabado: las paredes, las sábanas, la
cama en donde hiciste el amor, en fin, todo predispone tu ánimo al
recuerdo, a la nostalgia, por lo que el escape se presenta como única
vía posible. La evasión puede venir de diferentes formas: por medio
de un par de piernas, a través de una sesión de coca, o gracias a
la bebida. Yo preferí esta última opción. Pero antes de salir del
cuarto quise enfrentar el sentimiento de vacío alojado dentro de mí:
la voz de Juan Gabriel cumplió hábilmente su cometido de herir mi corazón: las lágrimas se asomaron por mis ojos y entonces supe que
era el momento de salir, de buscar compañía para ya no estar mal.
Los
amigos sirven para muchas cosas; entre otras, para hablar
estupideces mientras se saborea una cerveza. No tenía ganas de
comunicar mi rompimiento sentimental, no quería consuelo ni
compasión, lo único que buscaba era evasión: platicar de cualquier
cosa para ya no pensar, mirar a la gente pasar por la calle para ya
no observar su rostro, admirar los cuerpos de otras mujeres para ya
no desear el suyo. La bebida siempre me ha transportado a un estado
en el que todo se vuelve más amable, más ligero, más soportable.
Mi cabeza se sumerge en una alberca que la agita, la marea, la saca a
flote. Y naufraga.
Desde
la rocola, José José me recordaba que los perdedores somos legión.
Los gritos de los borrachos corroboraron mis pensamientos. La cantina
estaba colmada de personajes que lo mismo querían sufrir que
recordar o reír en compañía de unos amigos, de una bebida y su
indispensable botana. Frente a mí, las fichas de dominó se
extendían, incomprensibles. Mi juego no era bueno, mis compañeros
de mesa y juerga sonreían ante mi evidente mala suerte, y esto me
exasperó. Uno, en especial, se mostraba irónico, mordaz conmigo. Yo
no estaba para burlas, para comentarios hirientes: bastante tenía
con el sentimiento de fracaso ante mi incapacidad de retener a una
mujer, como para soportar, todavía, a un pendejo interesado en
burlarse de mí. Decidí enfrentarlo.
Sí,
yo provoqué la pelea. Yo tiré los primeros golpes. Yo hice que sus
párpados se hincharan. A cambio de esto, terminé el combate debajo
de mi oponente. El tiró golpes y golpes cuando estuvo encima de mí,
pero no conectó ninguno. Al menos mi rostro, al final de la pelea,
sólo sugería un rasguño. Algunos borrachos que habían salido de
la cantina para presenciar la madriza, volvieron a entrar cuando ésta
terminó, comentando los pormenores de la contienda. No sé por qué, me
pregunté: ¿quién protagonizaría la siguiente trifulca?
Mis
amigos me trajeron hasta mi casa. Me despedí de ellos no sin antes
preguntarles si tenía los párpados hinchados o morados. Contestaron
que no. Dije, mañana los veo, y ellos respondieron, está bien. Sentí miedo,
tristeza,
soledad,
vacío
al entrar al cuarto, por lo que encendí inmediatamente la televisión. La embriaguez y el cansancio producto de la pelea hicieron efecto rápido en mí: me tiré en la cama, recordé que aquí había cogido muchas veces con Judith, y me dormí.
tristeza,
soledad,
vacío
al entrar al cuarto, por lo que encendí inmediatamente la televisión. La embriaguez y el cansancio producto de la pelea hicieron efecto rápido en mí: me tiré en la cama, recordé que aquí había cogido muchas veces con Judith, y me dormí.
por pequeño bastardo
No hay comentarios:
Publicar un comentario