Antonio
no estaba concentrado, parecía lejano en el encuentro. Perdía el
balón con facilidad, no podía gambetear como de costumbre. Apenas
y recordaba la desesperación sentida días antes, ansiando que
llegara la mañana del sábado, para enfrentarse con los Pumitas,
acérrimo rival del Atlético Colonia, equipo de la cuadra en el
que jugaba. Era un honor en la cuadra ser seleccionado y jugar en
él. Ahora Antonio era de los pocos afortunados en pasar las
pruebas del equipo que consistían, básicamente, en comprarle una
caguama al entrenador y realizar unos cuantos tiros a la portería
sin guardameta. Cuando era más chico veía pasar a sus vecinos más
grandes yendo al partido, con el flamante uniforme rojo brilloso, y
flechas blancas en las mangas, al puro estilo del Real Madrid.
Pasaban junto a él, como dioses guerreros listos para la batalla.
Cuando sus vecinos regresaban del partido iba corriendo a
recibirlos. Le gustaba escuchar las pláticas desbordadas después
de grandes tragos de caguamas, donde se revelaban las intrépidas
barridas, los cañonazos al portero y jugadas de fantasía. Y sí
tenía suerte podía escuchar sobre alguna que otra trifulca.
Pero
ese día no estaba concentrado, parecía distraído, no tenía ánimo
para seguir la jugada, hacer una pared o pedir el balón. Ni las
amenazas de su entrenador el Pepe con sacarlo del juego lo motivaban
a seguir la jugada. Miró de reojo a Lupita, la prima del Flamas, al
verla se puso más nervioso. Sabía que iba a venir a ver el juego, el mismo Flamas se lo había dicho en el salón de sexto grado, en
la primaria donde iban juntos. Aunque el Flamas jugaba en los Pumitas,
en la escuela eran amigos. Recordó cuando se lo dijo: “El sábado
va ir mi prima la Lupis, la que te gusta, no más que va a ir a
verme a mí, después de que nos los chinguemos en el partido, me la
voy a coger”. Sintió ganas de pegarle un putazo, pero se contuvo y
se dijo a sí mismo que: el sábado lo humillaría en el campo, que
aquí en el salón eran amigos, pero que el sábado se lo iba a
chingar.
Taciturno
miraba cómo jugaban el esférico en campo contrario. Antonio era
defensa, último hombre, era un orgullo, nadie lo pasaba, era una
pared en la defensa. Se había ganado el sobrenombre de Capitán
Furia, defensa de las Águilas del América. Pero hoy todos lo
pasaban. Los gritos del entrenador lo despertaron del pensamiento:
“Pinche Antonio pendejo, ve a la bola”. Corrió tras ella, pero
los tacos de futbol no le respondían, le pesaban. Su rival se quitó
su barrida, lo pasó y tiró a la portería. Se escuchó el grito de
gol. Los gritos de su entrenador se escucharon también: -“¡Eres
un pendejo! ¡Cambio! ¡Cambio!”. Corrió a la banca y se sentó
callado. Tal vez fueron los tacos prestados que no tenían magia
-pensó. Tal vez los nervios de verse observado por la Lupis, tal
vez el recuerdo de su mamá al no llegar a casa toda la noche, o
simplemente la cruda que tenía, pues un día anterior había
bebido por primera vez hasta ponerse ebrio.
La
noche anterior había bebido vodka hasta el amanecer con sus vecinos
de la vecindad, dos o tres años mayores que él. Esa noche había
sentido algo distinto, sintió que pertenecía a alguien, que era parte
de algo. Miró a la Virgen de Guadalupe en el altar del patio de la
vecindad más luminosa. Las series de colores eran más elocuentes
y relumbrantes. Las paredes con grietas de color amarillo le
parecieron polvorones gigantes que lo invitaban a descubrir otra
realidad. Tal vez ya era parte de esa vecindad. Sintió una erección
al ver a Mariana, su vecina del siete en calzones, con senos
demasiados grandes para un corpiño chico y desgastado. Corrió
rápido al pasillo más escondido de la vecindad. Se masturbó por
primera vez frente a los tanques de gas, entre calzones y fondos
blancos tendidos. Los miraba e iluminaban infinitas maravillas en la
noche. Al ver la vecindad en estado etílico le daba al entorno un
tinte brillante transparente, como al color a vodka barato que estaba
tomando. Al ver la ropa volando entre los tenderos, entre el viento
nocturno y el olor que emanaban los tanques de gas, se excitó aún
más. El líquido blanco cayó en su tenis roto, que apenas había
heredado de Javier, su hermano mayor, y que él iba a heredárselos a
Luis, su hermano menor. Después de haber eyaculado salió y siguió
bebiendo con sus amigos hasta que el sol disipó la noche invitando a
la claridad.
Se
paró de la banca y se fue en un caminar tranquilo a la vecindad,
tenía ganas de sentir lo mismo de ayer, de darle una razón a su
vida. En el trascurso hacia la vecindad se topó con el Sopas, que le
dijo:
–¡Qué pedo pinche
Antonio ayer te pusiste hasta la madre! ¿Nos la curamos puto?
-¡Va!, contestó Antonio.
por Jaime Martínez
Prof. Me gustó bastante, no sé si sea buena mi interpretación, pero creo que capta muy bien la transición de ser y tener emociones de niño, a las de un hombre que empieza a descubrirse. Algo de lo más cotidiano pero esencial para la auto definición. :)
ResponderEliminarFelicidades y espero poder leer más te ti.
Está muy padre profe. Los sentimientos y experiencias que va presentando Antonio se entienden muy bien. De la noche a la mañana cambiaron sus deseos. El de niño anhelaba ese partido y quien iba a decir que por experimentar cosas que hace un "hombre" iba a ser mas feliz. Dejo a un lado los gritos y regaños del entrenador, el simplemente queria sentirse bien, repitiendo las cosas que una noche antes le habian cambiado la forma de ver las cosas. A final de cuentas lo que soñamos de niños, cambia cuando "crecemos".
ResponderEliminarMuy buen relato. Felicidades