21.6.13

Las dos duermen

Un departamento envuelto entre humo de cigarro nubla la vista y sofoca desde el primer momento. El tapiz de flores se torna amarillento por la nicotina; y las alfombras verdosas, aunadas a una decoración de muebles con tintes dorados, simulan una falsa elegancia de nuevo rico patética. En aquel lugar, dos niñas, una de seis años y la otra de ocho, habitan el departamento junto con su madre.

La familia

Es domingo, día “familiar,” el cual está a punto de culminar sin haberlo sido, ya que el padre jamás llegó a recogerlas por la mañana para llevarlas a desayunar, a comprar fruslerías para compensar su abandono y a pasear al cine, al parque o al zoológico. A cualquiera de esos lugares que las familias “felices” suelen frecuentar los domingos.
Al contrario, ese padre prefirió quedarse con la amante en turno a embrutecerse de sexo y alcohol hasta hartarse. Por lo que a la madre no le queda más que cumplir mecánicamente con la función de ser precisamente eso: “madre”, y realizar la rutina diaria de llevar a las niñas a dormir después de un encierro de más de 12 horas.
La hija mayor obedece las indicaciones de la madre y ahora duerme profunda e inocentemente; ésta la mira añorando un poco de su paz, mientras que la otra niña, la pequeña, siempre vigilante, la observa.

La madre

La madre es una silueta deforme que mira pasar las noches, los días y las risas de unas hijas que no le provocan satisfacción o realización alguna. Según la percepción de la hija menor, a veces esa madre forma parte ya del papel tapiz y del humo de aquella casa, debido a las horas que transcurren sobre ella, siempre mirando hacia la ventana, fumando cigarrillo tras cigarrillo o ingiriendo pastillas para el dolor de cabeza.
De repente, la madre atisba la presencia de la pequeña quien jamás ha logrado conseguir el sueño inmediato a diferencia de su hermana y le pregunta si esas pastillas que observa en la mano son otra vez para el dolor de cabeza. La madre asiente, toma a la niña entre sus brazos, la recuesta en su cama, le acaricia los rizos y la duerme.

La mujer

Duerme, duerme, duerme, duerme. Durmamos hoy, profundamente, tranquilamente. Ya no quiero estar sola, ni triste, ya no quiero estar”.
Después de un rato, la niña por fin ha conciliado el sueño. Para la mujer es inusual tal hecho como el de la sensación de que el tiempo avanza deprisa.
La mujer quiere escribir, pero está vacía.
Los pensamientos se disuelven entre los efectos de las pastillas que consumió.
Se ha arrepentido.
Nadie la escucha, ni siquiera ella misma puede escuchar su voz.
Tiene náuseas, no puede vomitar. Es demasiado hastío para vomitarlo todo en una noche.
Intenta nuevamente escribir, pero ya nada tiene sentido.
Se hace legible un adiós, lo demás son líneas… líneas tan débiles como su alma, vacías y huecas como su mirada, como su vida misma.

Madre e hija

La niña despierta por un momento. Siente a su madre a un lado. Acomoda su oído en el brazo de ésta con la finalidad de escuchar su palpitar mientras reconcilia ese sueño profundo que la madre finalmente ha obtenido.
Por fin, las dos duermen.

por Claudia Montes de Oca Iglesias

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