Desgarra
el tapiz con meticulosidad esquizofrénica: la hipersensibilidad le
inyecta furia en las garras.
Aprieta los dientes asumiendo la ficción
del que la observa.
Despavorida,
la rata chilla por miedo a las imágenes que proyecta el que la mira
desgarrando el tapiz.
Éste no tiene miedo, aunque sus dedos sangran
y ha perdido las uñas.
Incluso
rechina los dientes para mostrarle a esa rata cómo se emprenden las
cosas.
“Carajo,
mira,
es
así”.
Y
rasga
y
rasga
y
mueve la cola
y
corre por la habitación
rebotando
entre los muebles
y
chocando
contra la pared,
mientras
la rata no lo ve,
ni lo
escucha,
ni lo
siente,
porque
abandonó la tarea de horadar el muro,
conformándose
con
habitarlo.
por Lala Bermúdez
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