4.6.13

Fin de viaje

El viaje salvaría nuestro matrimonio. Con esa intención planeamos el recorrido por la Costa Michoacana. Cada uno financió la mitad del costo del viaje. Juntos compramos los boletos en la Central Caminonera Poniente, una semana antes de partir de la ciudad. El día indicado en el boleto, abordamos el autobús. Para no marearnos y conjurar el vómito en el camión, decidimos viajar de noche. Llegamos al puerto “Lázaro Cárdenas” al amanecer. Todavía viajamos un par de horas más hasta llegar a “Caleta de Campos”. Allí, alquilamos una habitación de 400 pesos. Con escasa convicción y deseo, fornicamos en una de las camas dobles del cuarto (el hotel carecía de habitaciones sencillas). A las tres de la tarde, salimos a comer productos del mar. Vimos a turistas extranjeros practicar deportes acuáticos con relativa destreza. Estuvimos en la playa hasta el anochecer, bebiendo cerveza y mirando el mar. Ocasionalmente, algunas parejas pasaban frente a nosotros tomadas de la mano o dándose un beso. De vuelta en nuestra habitación, quisimos hacer de nuevo el amor, pero ni ella consiguió lubricarse ni yo logré una completa erección. 

Cinco días después, regresamos a la Ciudad de México. Al permanecer la mayor parte del viaje en silencio, ella preguntó: “¿qué tanto piensas?”. Sucedió lo que me temía desde que planeamos las vacaciones: a pesar de haber convivido durante tanto tiempo en la Costa Michoacana, me sumergí en la más absoluta indiferencia y me quedé callado al no saber qué carajo responderle. 
 

Dos días más adelante, pedí el divorcio. 

Ahora fue ella la que no contestó. 

por Jaime Magdaleno

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