Él
había dado un show de Stand Up bastante mediocre y ahora se despedía
cantando “Debut y despedida”, de los Ángeles Negros. Mirándome a
los ojos, interpretó: “Quédate sentada donde estás, hasta el
final de la canción, como si nada”. ¿Qué mierda significaba eso?
¿Y cómo había yo, Ivonne Valdemar, llegado hasta allí, hasta esa
mesa justo frente al escenario? Era un misterio. Aunque misterio no
enigmático, sino casual: quizá había pasado frente al lugar y al
ver la oferta de tragos, decidí refrescarme la garganta (irritada)
en el “IU” de la colonia Condesa, sin sospechar que esa noche
había un espectáculo de aficionados a la comedia barata y zafia.
Quizá.
El
caso es que Héctor Hendz estaba en mi mesa. Vaya nombre. Le
pregunté: “¿es tu nombre real o el artístico?”, y en un
desplante de snobismo, contestó: “es mi nombre real, nena, no hay
nada falso en mí”. Desde entonces, ya estaba un poco borracho.
Héctor Hendz bebía algo en las rocas, presumiblemente vodka. Yo
estaba feliz con mi Margarita. Para nada me apetecía que me invitara
algo más, pero lo hizo. Y mi garganta cerrada, por el desgaste que
le ocasionó la argolla en el glande de Ricardo Solano, se lo
agradeció.
Bebimos.
No sé cuánto, pues nunca he sido remilgosa al momento de aceptar
tragos y de permitir que las cosas tomen el rumbo que deban seguir,
pero bebimos bastante. Yo consumí la mayor parte de las bebidas de
la coctelería y él tomó sólo vodka y ron. Ah, y una cerveza
argentina, pues se declaró fanático del futbol.
Justo
cuando pidió su “Quilmes”, debí alejarme.
Pero
no, todavía cometí la estupidez de bailar con él, nada más y nada
menos que una canción de Rayito Colombiano, que decía algo así:
“He pecado, he tracionado, la confianza, que mis padres me habían
dado. Pero niña ya no llores, por favor ya no llores, la, lalala,
lala, la”. ¡Háganme ustedes el favor!
Totalmente
ebrios, salimos del lugar. Resultó que no tenía coche (¡Dios, qué me pasó, por qué no lo abandoné en el acto!), así que abordamos
un taxi. En el asiento trasero, me besó y palpó mi vagina. No le fue
difícil hacerlo pues no soy remilgosa y, además, esa vez traía
puesta una minifalda. Yo le agarré la verga. Pasé la palma por
ella, a través de su pantalón, para cerciorarme de que no tenía
ningún tipo de argolla o perforación. Al comprobar que no era el
caso, dejé que me llevara a donde quisiera.
Resultó
que el cómico Hendz ni a su casa me quiso llevar. ¿Dónde viviría,
el muy pelagatos? Fuimos al hotel Roosevelt, de Avenida Yucatán e Insurgentes. En la recepción, por lo menos tuvo la decencia de pedir
una habitación con cama king size y dos botellas de vino tinto
español. Ya en el cuarto, acabamos con las botellas, entre besos y
caricias que nos dejaron desnudos. Y justo cuando estaba por
arrodillarme para mamársela, se puso a llorar y a lamentarse por “el
estado actual de la poesía, Ivonne: es triste, siniestro,
patético, por eso mejor soy un payaso”. Ante mi sorpresa, sólo
atiné a decir: “no puede ser tan mala la situación de la poesía,
pues ya murió Octavio Paz”, y entonces lloró aún más y me dijo:
“eres una pendeja e ignorante, ¿qué no sabes que “Piedra de
Sol” es uno de esos milagros de la lengua que sólo ocurren una
vez? Te pareces a mi ex, Carmela, siempre tan dispuesta a coger pero
tan pendeja e ignorante en cuanto a la poesía se refiere”. Y
entonces se puso a llorar por ella, por Carmela, diciendo que a pesar
de todo la extrañaba y que quería que estuviera allí, en lugar de
mí. Yo pensé: “este güey opina eso porque todavía no ha probado
mi lengua de no-poeta”, y acto seguido, me arrodillé para mamarle
la verga. Le lamí los cojones, el glande, el pene, pero más tardé
en ensalivar su miembro, que él en venirse en mi boca.
¡¡¡Maldición!!! ¡¡¡Con lo
que me caga que se vengan en mi boca!!!
Allí
sí enfurecí, y más porque sus calzones traían rotulados ¡¡¡EL
ESCUDO DEL CRUZ AZUL!!! En verdad, no estoy haciendo metáforas ni
probando suerte con alegorías: el muy naco traía unos calzones
con el escudo del Cruz Azul. Entonces me di cuenta de lo pendeja
que había sido al atreverme a salir con un hombre que hacía Stand
Up (chafa) en un antro de la Condesa, un imbécil que añoraba la
poesía de Octavio Paz y, peor aún, le iba al peor equipo del mundo:
el Cruz Azul. Como desquite, sólo atiné a morderle la verga. Se la
mordí bien pero bien fuerte, para dejarlo tirado y chillando, ahora
sí, por algo que valiera la pena.
Me
vestí rápidamente, y aunque quise olvidar a Héctor Hendz en el acto, todo el
tiempo, durante el trayecto del hotel Roosevelt hasta mi casa en el
Centro, escuché su estúpida voz interpretando la canción de los Ángeles Negros: “Soy como un
contrato que se archiva, una noche de debut y despedida”.
por Jaime Magdaleno
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