Las ruedas giran. Las playas de Los
Ángeles, California, se llenan de adolescentes sedientos de
reconocimiento: después de todo, ser el mejor con los patines no es
cualquier cosa. Yo observo desde mi Mustang 57. Miro el trasero
perfecto, suculento y jugoso de un patinador. Pero él mira
insistentemente a su pareja, otro acróbata de las cuatro ruedas.
Tal parece que tiene planes muy serios con él. Seguramente, planea
cogérselo. De tal manera, mis ansias amorosas quedan excluidas de
ese culito. ¿Dónde podré meter la verga?
Es un problema tener la verga tan grande.
Bueno, es un problema y una virtud pues de eso vivo: de mi descomunal verga que queda muy bien a cuadro, tanto en película como en video. Soy conocido en toda esta zona de Los Ángeles como Gerry, el Pitón de California. Y cuando digo que soy conocido no estoy exagerando, estoy siendo literal porque la gente de Los Ángeles (putas, padrotes, lesbianas, homosexuales, pedófilos) me reconoce. Me saluda y me reconoce en las calles, por eso rara vez salgo de casa o de mi Mustang.
Y ahora camina frente a mí una anciana.
Una anciana negra y gorda. Con lonjas desparramadas por todos lados. Jamás se me ocurriría meter la verga allí, pero a lo mejor ella es la opción: kilos y kilos de carne negra podrían ser la contención perfecta a éstas mis ganas por evacuar el semen acumulado.
Pero mejor no.
Me contendré.
No debe tardar ese llamado de Doug, mi director de cabecera, para que de nueva cuenta el Pitón de California vuelva a ondular. Será mejor reservarme para que en la próxima película salgan de mí ríos de semen con el cual hipnotizar a mis fans. Mejor me largo.
Llegaré a casa. Saludaré a Coca. Le pediré que me mame la
verga. Aunque me queda claro que primero deberé llenar su plato con
croquetas. Le daré agua fresca. Así su lengua estará fría al
momento de recorrer mi glande que, eso sí, reservará su semen para
mi próxima película.
Por favor, no dejen de verla.
por Jaime Magdaleno
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