Terminó
de lavar el piso del local y, con los dedos todavía mojados,
encendió un cigarro Marlboro. Ésa era su mejor recompensa después
de la faena de limpieza diaria: ya había guardado el pollo sobrante
en el congelador, había pasado el trapo de lino húmedo por el
mostrador de mosaico blanco. Ahora tenía que descansar. Se quitó el
overol. Jaló una caja de plástico y se sentó sobre ella. Alcanzó
el control remoto de la televisión que estaba a un lado de la caja
registradora. Apretó el botón de encendido. Deambuló por los
canales locales sin decidirse por ningún programa. En ese momento,
se acordó: el “Güero” le había dejado una película mexicana
para que la viera. Se decidió a ponerla porque quería distraerse y,
además, aparecía la actriz que más le gustaba: Martha Higareda.
El
“Güero” no le había mentido: la película transcurría justo en
la esquina que forman las calles en donde también se ubica la pollería:
López y Vizcaínas, en el corazón del Centro Histórico. En la
pantalla aparecía la vecina vinatería “La Divina”,
así como la paletería “La Michoacana”, de la contraesquina. La
pollería ocasionalmente ocupaba un lugar en el cuadro, pero siempre
de refilón. Se lamentó por no haber sido captado por la lente.
Definitivamente, era una lastima, pues de haber sido así podría
haberles presumido a sus familiares triquis de Oaxaca que él, Miguel
Santiago, había salido en una película con Martha Higareda.
Allí
estaba ella, enseñando sus chichitas. Tuvo una erección inmediata y
quiso ir al baño a masturbarse, pero la trama lo había atrapado.
Vio a Demián Bichir fumar una y otra vez un cigarro Marlboro, por lo
que hizo lo mismo. Contempló los edificios “Lux” y “Victoria”,
por los que había pasado una y otra vez al ir a entregar pedidos de
pollo. Sintió familiaridad con la película. Tal vez la historia que
le contaban era cierta. O quizá no, pero qué importaba: lo esencial era que esa película se había filmado justo donde él
vivía y trabajaba, y si eso había sucedido, significaba que el
lugar no carecía de interés, encanto y cierta belleza.
Terminó
la película al mismo tiempo que él con sus cigarros. Se sintió
contento y aprovechó que debía comprar una nueva cajetilla para
salir a andar por las calles de su barrio. Pensó en caminar como
Demián Bichir lo hacía en la película. Incluso buscó el gorro de
invierno del “Güero”, que era muy parecido al que usaba Bichir
en la cinta. Se lo puso y se miró en el espejo. Vio su piel morena
brillar por la luz que le llegaba del foco. Incluso miró sus ojos
negros como redondos frijoles prietos. No quiso contrastar su
apariencia con la de Bichir y mejor salió a la calle en busca de su
cajetilla Marlboro.
¿Y si
se encontraba a Martha Higareda? ¿Era probable? No, para nada:
Martha Higareda sólo era una actriz que representaba el papel de una
niña de barrio, pero era de suponerse que, al concluir su trabajo,
jamás volvería a poner un pie en la calle de López esquina con
Vizcaínas. Instintivamente, fue a “La Divina”. Tuvo que esperar
pacientemente su turno, pues al ser viernes de quincena, muchos de
sus vecinos de otros locales estaban allí, comprando el pomo con el
cual sobrellevar la noche. Mientras lo atendían, trató de
distinguir entre las mujeres que recorrían el lugar a alguna que
tuviera un parecido, por lo menos elemental, con Martha Higareda. No
vio a ninguna chica con esas características. Pero sí divisó
inmediatamente a la “Cronchis”, quien desde la calle opuesta le
gritaba y agitaba una mano para saludarlo. De mala gana, Miguel
contestó el saludo. Eso convenció a la “Cronchis” para cruzar
la calle no sin algunas dificultades, por el esfuerzo que suponía
arrastrar sus cien kilos de peso. Al llegar ante Miguel, la
“Cronchis” lo saludó con un beso. Al mismo tiempo, llegó su
turno para ser atendido en “La Divina”. Cuando el hombre detrás
del mostrador le preguntó: “¿qué vas a querer, paisa?”, Miguel se
quedó callado, pues su mirada se concentró por varios minutos en la
vitrina del expendio, que le devolvía su imagen de pollero prieto y
la imagen de la “Cronchis”, una mujer de 20 años con cien kilos
de peso.
por Jaime Magdaleno
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