Una etimología relaciona las
palabras amar con arar, y ello aunque parezca no decir nada,
supone una relación simbólica que se está perdiendo de vista en nuestras
grandes colonias de asfalto y cemento, donde pululan habitantes que emiten frases-perlitas:
“¡Ábrete! “¡Ábrelo! “Me abrieron como pistache!” “Me abrieron a la verga”... En
el entrecruce de los códigos amatorio y agrícola, además del digestivo (¡buen
provecho!), destacan significaciones que recaen en el orden sexual, y eso no es
“malo”. Lo nefasto está dejar de lado el carácter tradicional que la imagen
simbólica presenta naturalmente, y enfocarla desde un punto de vista retrógrado,
carente de una valoración abierta, expresado en aquellas frases.
Los místicos de todos los tiempos
vieron en el acto de amar la feliz herencia de un creador omnipresente, y la
cifraron en los misterios sagrados por medio de un lenguaje agrario. La unión
de cielo y tierra, entre el sol y la tierra, se consideró un acto de siembra y
cosecha, que inicia desde el acto de penetrar la tierra con el arado para abrir
el surco y sembrar la semilla. No es casual en este sentido que las palabras
griega y latina sperma y semen signifiquen “semilla”.
Cosmológicamente, el coito supone el abrazo cálido que el sol da a la tierra
con sus rayos al penetrar las nubes, para fecundarla durante los ciclos de
fertilización en los periodos de lluvia.
La rivalidad, tan cara al
pensamiento, de una visión profana con una visión sagrada, se resume en la
distinción de las palabras y en el uso que se les dé, en razón de lo cultivado
que esté el emisor, porque el misterio es asumir la vida como parte de un
ritual planificador, en que se repite el acto cósmico de la creación, gracias
al buen cultivo (= cuidado), y desconfiando de la ambigüedad implícita en todo
ejercicio vital, como hablar y amar.
por Juan Guerra
No hay comentarios:
Publicar un comentario