20.3.13

Las desgarraduras del amor

Viñeta

Zulema Hernández fue localizada el 17 de diciembre del 2008 dentro de la cajuela de un auto Bora azul, en el Estado de México. Una nota periodística señaló: "(...) la mujer presenta marcada la letra "Z" en distintas partes del cuerpo. Las letras fueron marcadas con objetos punzo cortantes, así como con pintura de color negro en los glúteos, espalda, ambos senos y abdomen".
El gran amor de Zulema fue el mismo amor que la llevó a la muerte. Zulema no conoció a su padre y la relación con su madre estuvo inscrita en actos de violencia desde antes de que ella naciera, según lo que refirió su madre.

Del amor cortés a los “cortes” del amor

El amor romántico es una invención que surge en los intersticios del medievo y la modernidad. Tiene su más próximo antecedente en el amor cortés.
En el amor cortés, los amantes están imposibilitados del contacto físico y de una relación corporal: sólo entran en contacto a través del lenguaje; entre ellos se ha construido una vigilancia y un control extremo en términos culturales, físicos y técnicos. Ante esta imposibilidad, la conquista amorosa se realizaba únicamente a través de la palabra, del lenguaje, de la música y de la poesía. La inspiración del amor cortés inventa una erótica que se fundamenta en la idealización de la dama, quien a través del juego y del imaginario, conduce al trovador hacia la sublimación y la creación. Así, el amor cortés resuelve los grandes misterios de la sexualidad, del amor, de la vida, de la creación -de todo lo que puede convocar el enigma del ser mujer-, a través de esta forma que es el amor cortés.
Ahora bien, ¿cómo se teje, en la actualidad, el amor en Occidente? ¿Cómo se construye? ¿Cómo amamos en estos tiempos, ya no de enfermedades, de epidemias, de cólera, de indiferencia, sino de miedo, de terror, de violencia, de exterminio, de muerte?
El profundo mecanismo de construcción de una subjetividad individualista, ensimismada, temerosa e impotente para alcanzar las metas sociales de prestigio, de reconocimiento, de ascensión, de status social, inevitablemente lleva a la violencia extrema entre unos y otros.
La clínica psicoanalítica orientada a niñas, mujeres y adolescentes rescatadas de secuestradores, proxenetas o traficantes impacta por sus historias de amor y de dolor, (muy similares a las de Zulema); la mayoría proviene de familias enraizadas en discursos de violencia y desamor, donde las funciones y el orden en la familia están no sólo desdibujados, sino denigrados, agraviados, deshonrados, devaluados o con grandes ausencias y vacíos de las figuras y referentes que ordenan y estabilizan la subjetividad, y que conceden un lugar en el mundo de lo simbólico y del lazo social con la cultura.
Quienes deciden seguir la ruta infame de la prostitución, lo hacen reproduciendo u ”obedeciendo” un discurso familiar que proviene del padre o de la madre; no vislumbran en su nueva actividad un delito o un peligro, a veces es una forma de asegurar, piensan ellas, una “mejor” vida para sus hijos, o para que sus padres se sientan orgullosos de ellas. Lo más enigmático, inexplicable, ininteligible, confuso, difuso, ominoso, es explicar el vínculo que se construye entre (no quiero hablar de víctima y victimario) el hombre que las somete a quedar atrapadas en los discursos, y los mismos dispositivos de la prostitución, de la trata de mujeres, del crimen organizado, del tráfico de estupefacientes. Vínculo mortal que termina, las más de las veces, en un acto violento: el feminicidio.
La mayoría de estas mujeres establecieron algún vínculo amoroso con el agresor, y si aceptamos que toda relación implica una demanda de amor, en este caso, la demanda es fallida. Parece que estas mujeres están imposibilitadas de sostener una demanda de amor “adecuada, lo que las lleva a malinterpretar el maltrato y/o los celos como signos pasionales o de interés. Es como la reedición de lo que se llamó el síndrome de Estocolmo. Esta demanda de amor fallida se convierte en un síntoma de estas mujeres, y el síntoma es signo de que algo ha quedado atrapado en el cuerpo y en el alma, generando un malestar físico y emocional. El síntoma, por supuesto, no puede ser aliviado por procesos o trámites jurídicos; por ello es necesario explicar, pero desde otro lugar, esta situación en la que muchas mujeres están atrapadas.
Habría que considerar como trascendente que la ruptura entre lo público y lo privado se está desvaneciendo. Lo privado se desdibuja, lo que lo constituye está cayendo cada vez más en el ámbito de lo público: el control de la natalidad, el control del cuerpo, el ejercicio de la sexualidad, las definiciones sexuales, el divorcio, la educación … Todo el ámbito de lo privado, es decir, la estructura de la familia, las relaciones de pareja, los vínculos afectivos, las funciones fundantes de la subjetividad, las funciones parentales, se modificaron, por lo cual participamos de una crisis en estas funciones, provocadas por el mismo sistema.
La figura paterna ya no se sostiene en el ideal, ni tampoco posibilita el vínculo con lo social, sino que se presenta, en el caso de la referencia al padre, como un padre perverso y autoritario, o bien ausente y débil, y esta declinación de la figura paterna, de la función que garantizaba el orden, la transmisión de valores, de estabilidad económica, etc., tiene sus consecuencias.
Sucede de igual forma en el ámbito del espacio de lo público, de los ideales, a partir de los cuales también se constituye la subjetividad. Las figuras patriarcales están en total decadencia, el padre cae en la lógica del perverso que se apropia del derecho a poseer a todas las mujeres, incluyendo a las hijas, como el gran padre de la horda primitiva, quien al crecer los hijos los expulsaba de la horda, para que él pudiera quedarse con todas las mujeres. El padre se atribuye el derecho no sólo de agredirlas físicamente, sino de violarlas e incluso matarlas, y lo mismo puede hacer el novio, el esposo, el maestro, el jefe, o cualquier “autoridad” patriarcal; desde el padre de familia, pasando por el padre de la iglesia, hasta el mismo presidente.
Esta declinación de las figuras patriarcales tiene, además, otras consecuencias. Desde el psicoanálisis el padre es el referente, el garante de la ley, de la transmisión del orden de lo simbólico, del lenguaje, de la cultura. Su imposibilidad de sostenerse en este lugar ha generado el debilitamiento o la ausencia de estos mecanismos, del lenguaje, que es lo que nos permite constituirnos en sujetos, y éste está cada vez más ausente de nuestra práctica, cada vez más recurrimos a señales, a símbolos; pensemos en los mecanismos de comunicación en internet, o los ademanes o señas del #132, o el tipo de propaganda utilizado por los medios de comunicación, más invadidos por imágenes que por el lenguaje, y aquí quiero referirme también a ese emblema de “No más sangre”; esto, en términos del psicoanálisis, se llama denegación: si le quitamos el No, se lee “más sangre”, porque el ICC niega la negación, es decir terminas utilizando signos, símbolos, emblemas que resultan equívocos.
Esta ausencia del orden de lo simbólico, del lenguaje, lleva a expresar sobre otro lugar, sobre otro territorio, lo que no puede ser nombrado con la palabra. Sobre el cuerpo inscribimos aquello que no podemos poner en palabra, porque el lenguaje ya no nos es concedido, desde que nuestro cuerpo ha sido marcado con la ausencia, con la violencia.
Históricamente el cuerpo siempre ha sido marcado, pero, a diferencia de las sociedades tribales donde el tatuaje y las incisiones eran símbolo de status social, o bien, el cuerpo representaba un espacio sociosimbólico en el cual se inscribían historias, leyendas, mitos, recuerdos y deseos.
En esta época, las heridas y los tatuajes se inscriben en el cuerpo como marcas, como heridas en la carne, que remiten a una ausencia, que nos proporcionan una referencia, una pregunta sin respuesta, un enigma sin solución. Como los cortes infringidos en el cuerpo de Zulema, que evidentemente reflejan una violencia extrema no sólo contra ella, sino contra todo el ser de la feminidad, que parece rodear la pregunta que desde el principio de los tiempos no ha podido ser descifrada: ¿qué es una mujer? Interrogante que ya no se realiza en el análisis, en la literatura, en la pintura, en la poesía, sino en lo real del cuerpo: a la mujer se le interroga aniquilándola, destazándola.

por Ruth Betancourt

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