Zulema
Hernández fue localizada el 17 de diciembre del 2008 dentro de la
cajuela de un auto Bora azul, en el Estado de México. Una nota
periodística señaló: "(...) la mujer presenta marcada la
letra "Z" en distintas partes del cuerpo. Las letras fueron
marcadas con objetos punzo cortantes, así como con pintura de color
negro en los glúteos, espalda, ambos senos y abdomen".
El
gran amor de Zulema fue el mismo amor que la llevó a la muerte.
Zulema no conoció a su padre y la relación con su madre estuvo
inscrita en actos de violencia desde antes de que ella naciera, según
lo que refirió su madre.
Del
amor cortés a los “cortes” del amor
El
amor romántico es una invención que surge en los intersticios del
medievo y la modernidad. Tiene su más próximo antecedente en el
amor cortés.
En el amor cortés,
los amantes están imposibilitados del contacto físico y de una
relación corporal: sólo entran en contacto a través del lenguaje;
entre ellos se ha construido una vigilancia y un control extremo en
términos culturales, físicos y técnicos. Ante esta imposibilidad,
la conquista amorosa se realizaba únicamente a través de la
palabra, del lenguaje, de la música y de la poesía. La inspiración
del amor cortés inventa una erótica que se fundamenta en la
idealización de la dama, quien a través del juego y del imaginario,
conduce al trovador hacia la sublimación y la creación. Así, el
amor cortés resuelve los grandes misterios de la sexualidad, del
amor, de la vida, de la creación -de todo lo que puede convocar el
enigma del ser mujer-, a través de esta forma que es el amor cortés.
Ahora
bien, ¿cómo se teje, en la actualidad, el amor en Occidente? ¿Cómo
se construye? ¿Cómo amamos en estos tiempos, ya no de enfermedades,
de epidemias, de cólera, de indiferencia, sino de miedo, de terror,
de violencia, de exterminio, de muerte?
El
profundo mecanismo de construcción de una subjetividad
individualista, ensimismada, temerosa e impotente para alcanzar las
metas sociales de prestigio, de reconocimiento, de ascensión, de
status social, inevitablemente lleva a la violencia extrema entre
unos y otros.
La
clínica psicoanalítica orientada a niñas, mujeres y adolescentes
rescatadas de secuestradores, proxenetas o traficantes impacta por
sus historias de amor y de dolor, (muy similares a las de Zulema); la
mayoría proviene de familias enraizadas en discursos de violencia y
desamor, donde las funciones y el orden en la familia están no sólo
desdibujados, sino denigrados, agraviados, deshonrados, devaluados o
con grandes ausencias y vacíos de las figuras y referentes que
ordenan y estabilizan la subjetividad, y que conceden un lugar en el
mundo de lo simbólico y del lazo social con la cultura.
Quienes
deciden seguir la ruta infame de la prostitución, lo hacen
reproduciendo u ”obedeciendo” un discurso familiar que proviene
del padre o de la madre; no vislumbran en su nueva actividad un
delito o un peligro, a veces es una forma de asegurar, piensan ellas,
una “mejor” vida para sus hijos, o para que sus padres se sientan
orgullosos de ellas. Lo más enigmático, inexplicable,
ininteligible, confuso, difuso, ominoso, es explicar el vínculo que
se construye entre (no quiero hablar de víctima y victimario) el
hombre que las somete a quedar atrapadas en los discursos, y los
mismos dispositivos de la prostitución, de la trata de mujeres, del
crimen organizado, del tráfico de estupefacientes. Vínculo mortal
que termina, las más de las veces, en un acto violento: el
feminicidio.
La
mayoría de estas mujeres establecieron algún vínculo amoroso con
el agresor, y si aceptamos que toda relación implica una demanda de
amor, en este caso, la demanda es fallida. Parece que estas mujeres
están imposibilitadas de sostener una demanda de amor “adecuada,
lo que las lleva a malinterpretar el maltrato y/o los celos como
signos pasionales o de interés. Es como la reedición de lo que se
llamó el síndrome de Estocolmo. Esta demanda de amor fallida se
convierte en un síntoma de estas mujeres, y el síntoma es signo de
que algo ha quedado atrapado en el cuerpo y en el alma, generando un
malestar físico y emocional. El síntoma, por supuesto, no puede ser
aliviado por procesos o trámites jurídicos; por ello es necesario
explicar, pero desde otro lugar, esta situación en la que muchas
mujeres están atrapadas.
Habría
que considerar como trascendente que la ruptura entre lo público y
lo privado se está desvaneciendo. Lo privado se desdibuja, lo que lo
constituye está cayendo cada vez más en el ámbito de lo público:
el control de la natalidad, el control del cuerpo, el ejercicio de la
sexualidad, las definiciones sexuales, el divorcio, la educación …
Todo el ámbito de lo privado, es decir, la estructura de la familia,
las relaciones de pareja, los vínculos afectivos, las funciones
fundantes de la subjetividad, las funciones parentales, se
modificaron, por lo cual participamos de una crisis en estas
funciones, provocadas por el mismo sistema.
La
figura paterna ya no se sostiene en el ideal, ni tampoco posibilita
el vínculo con lo social, sino que se presenta, en el caso de la
referencia al padre, como un padre perverso y autoritario, o bien
ausente y débil, y esta declinación de la figura paterna, de la
función que garantizaba el orden, la transmisión de valores, de
estabilidad económica, etc., tiene sus consecuencias.
Sucede
de igual forma en el ámbito del espacio de lo público, de los
ideales, a partir de los cuales también se constituye la
subjetividad. Las figuras patriarcales están en total decadencia, el
padre cae en la lógica del perverso que se apropia del derecho a
poseer a todas las mujeres, incluyendo a las hijas, como el gran
padre de la horda primitiva, quien al crecer los hijos los expulsaba
de la horda, para que él pudiera quedarse con todas las mujeres. El
padre se atribuye el derecho no sólo de agredirlas físicamente,
sino de violarlas e incluso matarlas, y lo mismo puede hacer el
novio, el esposo, el maestro, el jefe, o cualquier “autoridad”
patriarcal; desde el padre de familia, pasando por el padre de la
iglesia, hasta el mismo presidente.
Esta
declinación de las figuras patriarcales tiene, además, otras
consecuencias. Desde el psicoanálisis el padre es el referente, el
garante de la ley, de la transmisión del orden de lo simbólico, del
lenguaje, de la cultura. Su imposibilidad de sostenerse en este lugar
ha generado el debilitamiento o la ausencia de estos mecanismos, del
lenguaje, que es lo que nos permite constituirnos en sujetos, y éste
está cada vez más ausente de nuestra práctica, cada vez más
recurrimos a señales, a símbolos; pensemos en los mecanismos de
comunicación en internet, o los ademanes o señas del #132, o el
tipo de propaganda utilizado por los medios de comunicación, más
invadidos por imágenes que por el lenguaje, y aquí quiero referirme
también a ese emblema de “No más sangre”; esto, en términos
del psicoanálisis, se llama denegación: si le quitamos el No, se
lee “más sangre”, porque el ICC niega la negación, es decir
terminas utilizando signos, símbolos, emblemas que resultan
equívocos.
Esta
ausencia del orden de lo simbólico, del lenguaje, lleva a expresar
sobre otro lugar, sobre otro territorio, lo que no puede ser nombrado
con la palabra. Sobre el cuerpo inscribimos aquello que no podemos
poner en palabra, porque el lenguaje ya no nos es concedido, desde
que nuestro cuerpo ha sido marcado con la ausencia, con la violencia.
Históricamente
el cuerpo siempre ha sido marcado, pero, a diferencia de las
sociedades tribales donde el tatuaje y las incisiones eran símbolo
de status social, o bien, el cuerpo representaba un espacio
sociosimbólico en el cual se inscribían historias, leyendas, mitos,
recuerdos y deseos.
En
esta época, las heridas y los tatuajes se inscriben en el cuerpo
como marcas, como heridas en la carne, que remiten a una ausencia,
que nos proporcionan una referencia, una pregunta sin respuesta, un
enigma sin solución. Como los cortes infringidos en el cuerpo de
Zulema, que evidentemente reflejan una violencia extrema no sólo
contra ella, sino contra todo el ser de la feminidad, que parece
rodear la pregunta que desde el principio de los tiempos no ha podido
ser descifrada: ¿qué es una mujer? Interrogante que ya no se
realiza en el análisis, en la literatura, en la pintura, en la
poesía, sino en lo real del cuerpo: a la mujer se le interroga
aniquilándola, destazándola.
por
Ruth Betancourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario