21.2.13

A mí sólo me dan miedo los perros


—Mira, Claudio, un perrito.
—¿Habrá luna llena el viernes?
— ¿Y eso a quién diablos le importa?
—A mí no me gustan los perros, Daniela.
—¡Ah, el viernes es tu cumpleaños!
—Sí, cumplo veinte, ¿es necesario que lo repitas?
—Todo transcurrirá en medio de droga, alcohol: no sabes vivir de otra manera. Eso es malo, muy malo. Tu vida es limitada, muy limitada, Claudio. Lo mejor sería que te liberaras de todo eso, ¿entiendes?

El parque México está oscuro. El follaje de los árboles cae hacia el suelo y le da al lugar mayor densidad. La banca es la misma de siempre: desde aquí miramos el estanque donde los patos duermen. La cabeza la tengo sobre sus piernas. Daniela me revuelve el pelo. Cuando acerca la cabeza para besarme, la punta de su cabello pica mis ojos o mi nariz.

—¿Estarás conmigo el viernes, Daniela?
—No lo creo. Ya sabes: me caga ver a tus amigos borrachos metiéndose polvo, polvo y más polvo.
—Ok, ese día no inhalaremos: nos fumaremos la coca.
—¡Tampoco! No me gusta. La verdad es que se ven muy nacos allí, armando la base y fumando piedra como si de eso dependiera su vida.
—Es que de eso depende, tú lo sabes.
—¡No mames! Si de eso depende, entonces están jodidos.
—Sí, lo estamos.

Dentro de un rato iré a casa de Mongo. Allí estará él, seguramente muy ebrio, en compañía de Vanessa y Erika. El cuarto se llenará de humo. La bruma apenas nos dejará ver. O quizá la visión borrosa se deberá al efecto producido por la mota.

—¿Tú fumas mota, Daniela?
—Sí.
—¿Desde cuándo?
—Hace poco.
—¿Y?
—No me gusta.
—A ti nada te gusta, de cualquier forma.
—En realidad lo hice para ver qué se sentía.
—¿Y?
—Pues no sentí nada.
—¿Nada?
—Nada.

Daniela no siente nada. Nunca lo ha hecho y nunca lo hará. Ella dice que mi vida es muy limitada y yo digo sí, estoy de acuerdo, pero, a ver, qué pasa con ella. Es hermosa, es joven y, bueno, ésos son dos puntos a su favor. Estudia, es inteligente, sí, y eso es algo más que tiene a su favor. Su familia es de varo, posee contactos importantes, roce social, y ése es otro bono más a su favor. Tiene mundo, es culta, habla varios idiomas, ha leído a los autores que todo ser humano que se respete debe leer y sí, tenemos que agregarle cuatro puntos más…

—Oye, Daniela, ¿qué estás haciendo aquí?
—¿Cómo?
—¿Que qué estás haciendo aquí, conmigo?
—¿Qué no ves? Estoy tomándote el pelo y mirando a los patos del estanque.
—Dirás: tocándome el pelo.
—Tocándotelo, tomándotelo: es lo mismo.
—Quiero estar contigo el viernes, Daniela. Pero también quiero meterme coca.
—Debes escoger. No pienso ir a ver cómo te drogas con tus amigos.
—Entonces, nos vemos el sábado.
—Como quieras… Al final, el que le toma el pelo al otro siempre eres tú, ¿te das cuenta?
—¿Y eso qué?
—Que eso me da miedo.
—Pensé que tú no sentías nada.
—¿Nada?
—¿Sabes? A mí sólo me dan miedo los perros.
—¿Por qué?
—Porque siempre mueren muy rápido y al final te quedas más solo.
—Al final. Al principio: siempre estamos solos.
—Es cierto, Daniela. Desgraciadamente, es cierto.     
   

por Jaime Magdaleno

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