En
aquella esquina desierta, lo encontró.
"Un
minuto será suficiente", pensó al valorar el costo de la llamada.
Segundos
antes de insertar las monedas en el teléfono, miró de reojo: un taxi Volkswagen
pasaba a su costado mientras él, impaciente, esperaba la voz de su amada Karla
del otro lado del auricular. Pero ella no contestó.
Sigilosamente,
el taxi se estacionó frente a él. Semi oculto detrás de la cabina del teléfono,
pudo ver dos sombras. Incluso escuchó el tronar de unos besos lascivos. Llamó de nuevo a Karla, pero una vez más no
tuvo respuesta.
—¿Para
qué tiene celular si no contesta? ¡Carajo! —exclamó, mientras observaba cómo
aquella chica, dentro del taxi, se agitaba: se colocaba encima del taxista
deslizando la parte superior de su vestido, dejando al descubierto unos pechos firmes,
de pezones extasiados. Con la escasa luz emitida por el alumbrado público,
apreció el brillo del cabello de la mujer, quien con movimientos frenéticos
provocaba los gemidos del taxista, rendido al placer más deseado por la fauna
nocturna.
—¿Bueno,
Karla?
—¿Qué
paso, Ernesto, si vas a venir?—sintió alivio al escuchar la voz del otro lado
del auricular.
—¿En
dónde estás?
—Estoy
en el metro Azcapotzalco. Te espero aquí, ¿ok?
—Perfecto,
llego como en unos veinte minutos… no me creerás lo que estoy viendo.
—Apresúrate,
Ernesto. Te quiero.
La
llamada se cortó sin que pudiera decirle lo cerca que quería estar de ella.
Excitado, Ernesto colgó la bocina para ir a encontrarse con Karla. Al escuchar los
tacones de la mujer descender del taxi, vio sus piernas y una minifalda que se
oscurecía, tanto como esa noche que apenas comenzaba.
por
Francisco Limas “Frank”
No hay comentarios:
Publicar un comentario