Habíamos bebido demasiado, pero no lo suficiente. Si había algo
que disfrutara más que masturbarme con las hediondas y diminutamente provocativas
bragas de mi hermana menor, eran las noches consagradas a beber un par de
caguamas con chorros que servíamos alternativamente Guillermo y yo, hasta que
el incipiente y nunca hastiado cachondeo nos arrojaba a un éxtasis burro,
producido por los tragos desesperados que nos embuchábamos al arribar al
diminuto cuarto que él rentaba con su miserable salario como operador de ventas,
o una mierda similar, de una prestigiada compañía telefónica.
Una
noche, tras el mencionado par etílico -¿o quise decir: etéreo par?- y una
deliciosa mamada que acometí en su casa, la cual provocó una copiosa corrida
que recorrió raudamente desde mis ávidos labios hasta mis trémulos senos, mi
novio continuó con la verga enhiesta y palpitante, que parecía una mazorca
transgénica. Deseaba devorarla una vez más cuando Guillermo, con los ojos
desorbitados, comenzó a masturbarse, me miró con cierta incredulidad, sonrió desvergonzado
y me preguntó: -¿Con cuántos hombres te has cogido? ¿Quién tiene la verga más
grande que yo? ¿Se las has mamado como a mí?-.
Intuí
que era una mala idea responder, sin embargo, insistió bastante, no mucho porque
pronto comencé a relatar algunos tórridos romances con los hombres con quienes
había follado. Poco a poco sentí los sospechados cosquilleos y el irremediable
humedecimiento de mi coño, entonces decidí recostarme en el colchón mugroso
para acariciarme mientras Guillermo continuaba con nuevas e incendiarias
preguntas. Contesté porque me intrigaba su enfermiza faz de excelsa
satisfacción, su verga orgullosamente erguida; no imaginaba que mis historias
desencadenarían dos profusas eyaculaciones.
No
había terminado de contar mis fortuitas experiencias cuando su rostro se cubrió
de amargura y dolor. Inmediatamente después, se desplomó llorando sobre la cama,
ocupando el espacio que me correspondía. Supe que había arruinado nuestra
relación. Le pedí que me mirara y explicara qué sucedía, ¿qué no era, acaso, lo
que quería escuchar? Sus ojos desorbitados se habían convertido en ojos
recelosos, furiosos; sollozaba como un párvulo desesperado. Enardecido, gritó: ¡Maldita
puta! Se dio la vuelta y dejó libre un lugarcito para que cupiera mi desvelado
y completamente beodo cuerpo.
Pensé,
mientras intentaba dormir: ¿Puta? Debí cobrarles a cada uno de esos
desgraciados. Ahora tendría para pagarme un hotel o una caguama más para
Guillermo y para mí. Esperé a que se le bajara la peda y durmiera; que soñara
con las mujeres que jamás poseería, o con la luna, o con un mejor empleo, como
el de los fotógrafos de la revista H.
Por la
mañana, me despertó un intento de penetración por el culo y un cándido beso en la
mejilla izquierda. Di la vuelta para escudriñar la mirada de Guillermo, quien
enamorado, aseveró: Por eso es que follas tan bien, eres una puta, pero ahora
eres mi puta. Te amo.
por Alejandra Medellín
muy buen trabajo, esperemos seguir leyendo cosas tan buenas
ResponderEliminar