6.11.12

Préstala pa’ no chambear


Habíamos bebido demasiado, pero no lo suficiente. Si había algo que disfrutara más que masturbarme con las hediondas y diminutamente provocativas bragas de mi hermana menor, eran las noches consagradas a beber un par de caguamas con chorros que servíamos alternativamente Guillermo y yo, hasta que el incipiente y nunca hastiado cachondeo nos arrojaba a un éxtasis burro, producido por los tragos desesperados que nos embuchábamos al arribar al diminuto cuarto que él rentaba con su miserable salario como operador de ventas, o una mierda similar, de una prestigiada compañía telefónica.

Una noche, tras el mencionado par etílico -¿o quise decir: etéreo par?- y una deliciosa mamada que acometí en su casa, la cual provocó una copiosa corrida que recorrió raudamente desde mis ávidos labios hasta mis trémulos senos, mi novio continuó con la verga enhiesta y palpitante, que parecía una mazorca transgénica. Deseaba devorarla una vez más cuando Guillermo, con los ojos desorbitados, comenzó a masturbarse, me miró con cierta incredulidad, sonrió desvergonzado y me preguntó: -¿Con cuántos hombres te has cogido? ¿Quién tiene la verga más grande que yo? ¿Se las has mamado como a mí?-.

Intuí que era una mala idea responder, sin embargo, insistió bastante, no mucho porque pronto comencé a relatar algunos tórridos romances con los hombres con quienes había follado. Poco a poco sentí los sospechados cosquilleos y el irremediable humedecimiento de mi coño, entonces decidí recostarme en el colchón mugroso para acariciarme mientras Guillermo continuaba con nuevas e incendiarias preguntas. Contesté porque me intrigaba su enfermiza faz de excelsa satisfacción, su verga orgullosamente erguida; no imaginaba que mis historias desencadenarían dos profusas eyaculaciones.

No había terminado de contar mis fortuitas experiencias cuando su rostro se cubrió de amargura y dolor. Inmediatamente después, se desplomó llorando sobre la cama, ocupando el espacio que me correspondía. Supe que había arruinado nuestra relación. Le pedí que me mirara y explicara qué sucedía, ¿qué no era, acaso, lo que quería escuchar? Sus ojos desorbitados se habían convertido en ojos recelosos, furiosos; sollozaba como un párvulo desesperado. Enardecido, gritó: ¡Maldita puta! Se dio la vuelta y dejó libre un lugarcito para que cupiera mi desvelado y completamente beodo cuerpo.

Pensé, mientras intentaba dormir: ¿Puta? Debí cobrarles a cada uno de esos desgraciados. Ahora tendría para pagarme un hotel o una caguama más para Guillermo y para mí. Esperé a que se le bajara la peda y durmiera; que soñara con las mujeres que jamás poseería, o con la luna, o con un mejor empleo, como el de los fotógrafos de la revista H.

Por la mañana, me despertó un intento de penetración por el culo y un cándido beso en la mejilla izquierda. Di la vuelta para escudriñar la mirada de Guillermo, quien enamorado, aseveró: Por eso es que follas tan bien, eres una puta, pero ahora eres mi puta. Te amo.

por Alejandra Medellín 

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