-¿Cómo
soy? –preguntó.
-Eres
flaco e inexpresivo.
-¿Y
qué más?
-Eres
elegante.
Siempre
me gustó cómo caminaba, el sonido de sus tacones bajos, un sonido leve
pero firme. Unos kilos más le habrían ido bien, sin embargo para mí nunca lucía
mal. Y además siempre olía delicioso.
Después
de llenar nuestras bolsas con vodka ruso y preservativos llegamos al “Hotel
República”. Al entrar, la madera chilló un poco al recibir mi peso. Cosme era
tan delgado, que ni pío cantó la duela.
Yo
esperé atrás, me observé en el espejo y pensé que el cabello recogido
resaltaba mi cuello largo.
-Me
da una habitación -alzó su voz grave, era tan atractivo el sonido que hacía
que todos mis miembros suspiraron.
-¿Con
televisión o sin televisión? -la recepcionista era una vieja con el
cabello naranja y canas.
Subimos
a paso despistado. El edificio era antiguo, oscuro y taciturno.
Llegamos
a la habitación “215”. No fue buena mi impresión al ver el cuarto amarillento y
sin mucho espacio.
Una
cama, dos muebles, una televisión a color y un espejo. Un cuarto de baño
con azulejos blancos y la mayoría rotos, un inodoro gastado y una diminuta
pila.
Dejé
mi bolsa, unas cuantas monedas y mi chamarra de piel en uno de los muebles.
Se
acercó a mí, abrió los labios y me besó. Mis manos se posaron en su espalda. Podía
sentir sus huesos y la piel que los cubría, cada disco de su columna vertebral
eran mío por ese día, mi lengua danzaba con la suya en un juego de ver quien
aguantaba más sin desnudarse; mi cuerpo, trémulo a causa del vaho que
enardecían mis ganas.
Me
despojé de la ropa para ducharme, tanto caminar me había dejado un sabor salado
en la piel, un sabor desagradable.
Salí
del cuarto de baño y me recosté en la desgastada cama. Nos unimos en caricias y
besos en los rincones más íntimos. “Te quiero, te quiero”, jadeaba a mi oído.
No tardé mucho en deshacerme en sus brazos y terminé por entregarme.
Entre
las húmedas sábanas nos envolvíamos y arañábamos, penetraba y salía, lo
complacía con lo que pedía. Terminamos juntos, elevados en el más exquisito de
los placeres. Flotábamos, y poco a poco caímos a la realidad de una cama cruel.
Me
hacia falta un cigarro. Coss encendió el televisor y recargó el control en
su pecho huesudo, me metí de nuevo a la regadera y volví a su lado, no
hablamos mucho. Él respiraba y limpiaba su nariz de vez en cuando, yo lo
observaba, su espesa barba y reducido bigote me atrapaban, sintió mi mirada.
-¿Me
estás viendo? -preguntó a secas.
No
le respondí, no tenía tiempo para tonterías, deseaba a ese hombre más que nada
en este mundo, o eso sentía en ese momento. El fuego salía de mis uñas, mis
dedos estrujaban su espalda mientras lo hacía sobre mí, levantando mis piernas,
sacudiéndolas. Sin más la crisis llegó trayendo consigo más convulsiones.
Me
levanté y dejó de importarme que viera mi espalda desnuda, llena de cicatrices.
Di unos tragos al vodka directo de la botella. El baño estaba a unos
pasos de la cama y a oscuras entré en él, bebí del grifo, me lavé la cara y las
manos y volví junto a su delicado cuerpo.
Metía
la barriga y yo le decía: "Eres un delgado. Eres lo más flaco que he tenido". Me
sonreía. Siempre había una sonrisa para mí. Follamos en el baño, nos pusimos la
ropa y nos fuimos oyendo gemidos y cómo desperdiciaban agua.
Bajamos
las rechinantes escaleras y sin decir más salimos del lugar
.
Caminábamos
arrastrando los pies, se detuvo y se despidió de mí con un beso en la mejilla.
Siempre
hay alguien que te saca del pozo dándote la mano; y ya que te tiene
bien sujeta y dependes sólo de su brazo fuerte para no caer de nuevo, te mira a
los ojos, te besa, te mete la lengua en la boca y te suelta.
Suspiras
de regreso al pozo de mierda en el que caga la vida.
por B. Medellín
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