23.10.12

Libera tu erecto deseo

Iba en un tren, leyendo un libro que mi madre me prestó para el trayecto, un libro sobre los sueños, cuando de repente me dio sopor y comencé a bostezar. Tomé mis cosas y las guardé. Las puse debajo de mi brazo. Recliné mi asiento y, antes de quedarme dormido, vi que faltaban varias horas para llegar a casa de mi prometida.

Mi sueño comenzó en un lugar muy colorido. Había mucho color sobre las paredes… Me parecía muy sexy la presencia del color, la verdad. En eso, dos personas con capas rojas de seda aparecieron. Me encendieron. Hicieron volar mis hormonas. Un hombre de brazos fornidos, velludos, me tomó por la cara y comenzó a besarme. Sus besos eran tan intensos, de una duración inimaginable. Sentía su lengua, su barba, sus manos tocando mi cara. De pronto, me palpó la mano de otra persona. Era una mano tierna y pequeña: la mano de mi futura esposa. Ella comenzó a acariciarme, aunque yo no le ponía mucha atención pues la tenía fija en el hombre, cuyas manos comenzaron a tocar mi cuerpo bruscamente. Mi pecho. Mis hombros y mis nalgas. Sentía una presión excitante. Oh, Dios, su mano tosca: la sentí tocando mi pene. En ese momento dejé de responder los besos en la boca, pues comenzó a besarme el cuello. ¡Oh, una lengua gruesa (y con una perforación) en mi cuello! Apenas y sentía las caricias de mi mujer. Le quité la camisa al hombre: mi vista se comió unos pectorales fornidos, duros. Le besé sus pezones, que al instante se pusieron duros. Él me quitó la playera y frotó mi pene. No sé cómo pasó: sentí su miembro ya erecto y con desesperación le quité el cinturón. Me dieron ganas de chuparlo, pero él me detuvo. Se agachó y empezó a morder mi pene, ya deseoso de su lengua, por fuera del pantalón. “Oh, oh, qué rico”, decía.

Bajó mi pantalón. Siguió hasta que me despojó del bóxer. Comenzó a lamer mi glande. ¡Oh, Dios, morí al sentir la perforación de su lengua sobre mi glande! Sacaba y metía el pene de su boca. ¡Era un experto! Después de unos minutos, lo dejó y comenzó a subir recorriéndome el cuerpo con la lengua. Pero ahora bajé yo. Llegué hasta su miembro, largo y grueso como una boa. Lo metía y lo sacaba de la boca… Cuando de repente, un movimiento brusco del tren hizo que mi cabeza pegara contra el vidrio. Desperté. Mi pantalón estaba mojado. Mi pene, erecto.

Debo admitir que, a pesar de que ha pasado un año desde ese sueño, todavía quiero completarlo o bien hacerlo realidad.


por Andrea Machorro   

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