Iba en un tren,
leyendo un libro que mi madre me prestó para el trayecto, un libro sobre los
sueños, cuando de repente me dio sopor y comencé a bostezar. Tomé mis cosas y
las guardé. Las puse debajo de mi brazo. Recliné mi asiento y, antes de
quedarme dormido, vi que faltaban varias horas para llegar a casa de mi
prometida.
Mi sueño comenzó
en un lugar muy colorido. Había mucho color sobre las paredes… Me parecía muy
sexy la presencia del color, la verdad. En eso, dos personas con capas rojas de
seda aparecieron. Me encendieron. Hicieron volar mis hormonas. Un hombre de
brazos fornidos, velludos, me tomó por la cara y comenzó a besarme. Sus besos
eran tan intensos, de una duración inimaginable. Sentía su lengua, su barba,
sus manos tocando mi cara. De pronto, me palpó la mano de otra persona. Era una
mano tierna y pequeña: la mano de mi futura esposa. Ella comenzó a acariciarme,
aunque yo no le ponía mucha atención pues la tenía fija en el hombre, cuyas
manos comenzaron a tocar mi cuerpo bruscamente. Mi pecho. Mis hombros y mis
nalgas. Sentía una presión excitante. Oh, Dios, su mano tosca: la sentí tocando
mi pene. En ese momento dejé de responder los besos en la boca, pues comenzó a
besarme el cuello. ¡Oh, una lengua gruesa (y con una perforación) en mi cuello!
Apenas y sentía las caricias de mi mujer. Le quité la camisa al hombre: mi
vista se comió unos pectorales fornidos, duros. Le besé sus pezones, que al
instante se pusieron duros. Él me quitó la playera y frotó mi pene. No sé cómo
pasó: sentí su miembro ya erecto y con desesperación le quité el cinturón. Me
dieron ganas de chuparlo, pero él me detuvo. Se agachó y empezó a morder mi
pene, ya deseoso de su lengua, por fuera del pantalón. “Oh, oh, qué rico”,
decía.
Bajó mi
pantalón. Siguió hasta que me despojó del bóxer. Comenzó a lamer mi glande. ¡Oh,
Dios, morí al sentir la perforación de su lengua sobre mi glande! Sacaba y
metía el pene de su boca. ¡Era un experto! Después de unos minutos, lo dejó y
comenzó a subir recorriéndome el cuerpo con la lengua. Pero ahora bajé yo.
Llegué hasta su miembro, largo y grueso como una boa. Lo metía y lo sacaba de
la boca… Cuando de repente, un movimiento brusco del tren hizo que mi cabeza
pegara contra el vidrio. Desperté. Mi pantalón estaba mojado. Mi pene, erecto.
Debo admitir
que, a pesar de que ha pasado un año desde ese sueño, todavía quiero
completarlo o bien hacerlo realidad.
por Andrea
Machorro
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