Papá
tiene nueva novia. Culo nuevo otorga personalidad nueva, eso lo sabemos todos,
pero no así papá, quien hace unos meses había jurado no volverse a distanciar
de nosotros, sus amados hijos. Según él, jamás una mujer iba a interceder de
nueva cuenta en nuestra relación, que de un tiempo a esta parte era de
convivencia constante, amigable, pero he aquí que ha llegado la colombiana y
con ella todo el sexo de tierras húmedas y calientes que pueda esperarse, y nos
ha desplazado de nueva cuenta a un nivel secundario, en el que nuestro turno en
los afectos es opacado por esas nalgas suculentas que son la delicia poco
saboreada aún por papá. Yo lo entiendo: está solo, se siente viejo, supone que
a su verga pronto la exprimirá el desierto, por lo que la oportunidad que le
otorgan no es para desperdiciarse. Hasta allí todo está claro, pero lo que me
caga es que su urgencia por picar culo nuevo lo lleve a marginarnos a nosotros,
sus hijos.
Yo
soy Ana. Escribo a nombre mío y además del de mis hermanos: Julieta y Carlos. Ellos
también lamentan el desplazo del que hemos sido objeto pero no tienen el valor
de expresarlo. Esto también lo comprendo. Carlos es un niño de 12 años al que
le hace falta una reverenda putiza que le quite ese temperamento afeminado que
tiene -¡pinche maricón!- y Julieta está más preocupada por sobrellevar su vida
de recién casada que por expresar su odio. Y es que la colombiana no la traga a
ella ni a su esposo. No pregunten por qué, pinches chismosos, que ésos son
pedos de familia en los cuales ustedes no tienen cabida. Lo que sí vale decir
es que a mí la tipa esa no me cae tan mal. Comprendo hasta cierto punto su
interés por mi padre -veinte años mayor que ella-, ya que es él quien patrocina
la cadencia de ésas, sus nalgas paradas -bien paraditas-, aunque no completamente;
no, porque ella también trabaja; o sea, no es güevona. ¿A que no me van a creer
que es teibolera? En serio, putos, ella es teibol, y supongo que eso es lo que
excita al viejo y lo incita a olvidar a sus cachorros. Ahora ya saben cómo va
la historia: ella exprime a papá, exprime a los clientes, gana varo, por lo que
el día menos pensado, dirá: “ahí nos vemos, chao”. Y aunque jura que ama a papá
–ha llegado al grado de celarlo, y no es que quiera ser chismosa (los chismosos
son ustedes, de lo contrario no estarían leyendo esto, pinches jodidos) pero incluso
el otro domingo, mientras él jugaba futbol en los llanos de Cuemanco, ella
encontró en el celular de papá un recado de una de sus compañeras de teibol, en
el cual le decían algo, más o menos, así: “daría la mitad de mi vida por estar
con usted”, y entonces ella se enojó y aventó el celular y después le hizo un
drama a papá que terminó entre gemidos y lloriqueos de los dos, adentro de la camioneta Explorer- la verdad todos la sabemos
porque eso se ve: el día menos pensado, después de exprimirle los últimos varos (que a nosotros nos hacen falta porque, por ejemplo, a mí me gustaría estudiar
letras para ser escritora de libros como los que leen ustedes), lo va a mandar
al carajo. Y entonces sí de nueva cuenta él regresará con nosotros, sus hijos,
a tratar de reconquistar nuestro cariño; aunque no el mío porque el mío siempre
lo tiene: como digo: yo lo comprendo; y otra vez jurará que no va a volver a
permitir que ninguna mujer nos distancie. Pero repito: culo nuevo otorga personalidad
nueva, y basta con saber que después de la colombiana sigue la del recado del
celular para no esperar mucho de esas palabras, malditas sean.
Pinches
viejas.
Pobre
de papi.
por Jaime Magdaleno
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