Jaime Magdaleno
Nos recibió en el Auditorio del plantel Del Valle de la UACM. Era el rector
interino de la Universidad, cargo al cual había llegado con el fin de mediar en
el conflicto que mantuvo en huelga a la institución durante varios meses en
2012. Su designación no obedeció a un impulso personal; antes bien, el respeto y
la admiración que producía su trayectoria académica llevaron a una buena parte
de la comunidad a solicitar su nombramiento. Él aceptó el cargo dado que hacerlo
suponía llevar a la práctica por lo menos dos aspectos de su pensamiento: la
búsqueda del consenso entre los radicalmente otros y el ejercicio del poder como
un servicio a la comunidad. Así que cuando decidí estudiar Filosofía e Historia
de las Ideas en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, él ya estaba ahí
como rector.
Decía que nos recibió en el Auditorio del plantel del Valle de la
UACM. Vestía un traje en color café oscuro, que contrastaba con chaleco y
corbata en tonos claros. Casi todas las veces que lo vi, estuvo vestido igual.
Nos dio un discurso de bienvenida a la generación 2013, en el que resaltó los
esfuerzos que la comunidad debía hacer para retomar las actividades aplazadas
durante meses, aunque con mayor brío. En su mensaje no dejaba de insistir en la
importancia de asumirnos como comunidad, en donde el trabajo colectivo era lo
preponderante para la formación de sujetos profundamente comprometidos con el
bien común y por lo mismo con su entorno. Me parece que en algún momento habló
de la educación como proyecto personal y colectivo en búsqueda de la felicidad
común y propia, lo cual me deslumbró pues en todos los años que fui estudiante
en la UNAM -en la ENP y la FFyL.- nunca, nadie, osó mencionar tal idea. A mí me
tocó (sobre)vivir en una UNAM en donde todo fue individualismo y competencia,
que puede entenderse invocando el "Método Álamo" que describe Roberto Bolaño en
Los detectives salvajes: "El método era idóneo para que nadie fuera amigo de
nadie o para que las amistades se cimentaran en la enfermedad y el rencor". En
contraste, en la ceremonia de bienvenida a mi segunda licenciatura, el rector
Dussel invocaba la felicidad individual y colectiva como fin de cualquier
proyecto educativo. Habrá sido por el mensaje, o porque el tono empleado en su
discurso era amigable, de camarada o de colega, por lo que desde entonces no
pude dejar de ver a Enrique Dussel como un sabio afectuoso, que difundía su
conocimiento como una forma de procurar la felicidad colectiva.
Me acostumbré a
verlo cotidianamente, tanto en los pasillos del plantel Del Valle como en la
entrada, con la correa de un portafolios cruzándole el pecho o sostenida por el
hombro. Tenía un aspecto ensimismado, serio, circunspecto, y sin embargo nunca
dejó de contestar el saludo en forma amable cuando alguno de nosotros se lo
brindaba. Más de una vez lo vi detenerse a platicar con algún estudiante o
recibir a personas de lo más disímbolas, a las cuales escuchaba con atención.
Afirmaba, negaba o sonreía, y seguía su paso.
También lo vi compartir mesa con
invitados a conferencias, coloquios o seminarios que acudían a su llamado.
Invariablemente, el invitado comenzaba su intervención agradeciendo el llamado y
manifestando su admiración por el "Dr. Dussel". De esta manera, el rectorado de
Dussel se caracterizó por la presencia de colegas o discípulos suyos que
acudieron a compartir su saber con nosotros, como una muestra de reconocimiento
y agradecimiento hacia nuestro rector.
Por supuesto, yo sabía que Enrique Dussel
era el referente de la Filosofía de la Liberación Latinoamericana. No obstante,
no había profundizado en su pensamiento dado que desconfiaba de su vertiente
teológica. Educado en el laicismo promovido por el Estado Mexicano (por lo menos
en el ámbito de la educación pública), siempre manifesté desconfianza a
cualquier asomo de religiosidad en la producción intelectual, por lo que la vena
de teólogo de Dussel me empujaba fuera del ámbito de su influencia; aunque,
francamente, estoy exagerando la expresión, dado que para estar dentro de su
radio de influencia mínimo debía haber leído alguna de sus obras, y hasta mi
incorporación a la UACM, eso no había ocurrido. Así pues, mi desconfianza a la
Filosofía de la Liberación Latinoamericana partía de un prejuicio antes que de
una lectura crítica.
En la UACM comencé, pues, a leerlo. Este texto no está
pensando para hacer un balance crítico de su obra. Lo que quiero resaltar aquí
es la importancia existencial que tuvo para mí su lectura crítica de la historia
universal de corte eurocéntrico, que me brindó la posibilidad de entender el
relato mediante el cual Europa, y posteriormente Estados Unidos, se han erigido
como centro y hegemonía y han condenado a la periferia, cuando no a la barbarie,
a cualquier otra civilización o manifestación cultural. Ese fue un aprendizaje
no enciclopédico sino vital, pues fue capaz de reconfigurar mi propio relato, el
cual estaba marcado por el rechazo a mi filiación otomí y por mi inclinación a
las ideas canónicas de la cultura occidental. Así pues, lo que me brindó Enrique
Dussel fue la posibilidad de encontrar mi lugar en el mundo -o uno de los
lugares desde los cuales leer el mundo-, situado en la realidad de un hijo de
inmigrantes otomíes con un pasado cultural negado, borrado, rechazado por la
omnipresencia epistémica-académica de la visión eurocéntrica, impuesta por las
élites culturales de la metrópoli y sus repetidoras colonizadas de la periferia.
Ese descubrimiento lo hice en la UACM y bajo el rectorado de Enrique Dussel. No
en la UNAM porque en la UNAM todo se resolvía leyendo por enésima vez a los
clásicos europeos e hispanoamericanos, así como entrando en la dinámica cuasi
monárquica, aristocrática, de sumisión ante la tradición y las jerarquías
(académicas, pero también de abolengo, raza y sangre) y menosprecio a las
diferencias (raciales, económicas y de clase). La UACM se convirtió para mí en
el espacio desde el cual leer y pensar otra realidad, descolonizada y
comunitaria, colectiva y generosa, amable y solidaria, en donde era posible leer
a los otros (¡que somos nosotros!) para mejor entendernos entre todos, desde
nuestra realidad expoliada aunque en vías de reconfiguración decolonial y
transmoderna.
De tal forma, hoy que Enrique Dussel ha muerto, siento y pienso
que fui afortunado por estudiar en la UACM y por tenerlo como rector, por leerlo
mientras lo veía caminar por los pasillos o platicar con estudiantes entusiastas
y sonrientes. Porque sí: en la UACM yo, como muchos otros compañeros, conocí la
felicidad que supone encontrar un sitio propio desde el cual emprender un
aprendizaje descolonizado, en colectivo y, no menos importante, solidario y
afectivo.
Texto publicado en el Dossier "De la filosofía a
la política de la liberación: en memoria de Enrique Dussel", de Intervención y Coyuntura:
https://intervencionycoyuntura.org/de-paso-como-en-la-vida-enrique-dussel-uacemita/
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