Esta intervención retoma “El concepto de clase
intelectual”, considerado por Enrique González Rojo Arthur como uno de sus
planteamientos filosóficos más relevantes, con la finalidad de realizar un par
de críticas: la primera de ellas a la práctica intelectual de ciertos
escritores aristocratizantes, adherentes pusilánimes a un canon, y la segunda,
a la práctica de la comunidad científica en la llamada sociedad del conocimiento; actividad científica que la más de las
veces responde a los intereses del capital antes que a las necesidades del
conjunto de la sociedad. Una vez expuesto el objetivo de mi intervención, paso
a desarrollarla.
En el texto titulado “La clase intelectual y su
presencia en la historia”, Enrique González Rojo Arthur nos informa sobre el
origen y el desarrollo de su concepto de clase
intelectual. Ahí expone y argumenta que, a partir de una lectura crítica de
la teoría marxista de las clases sociales, se ha propuesto ampliar la
concepción dualista de dicha teoría, que divide las clases sociales en dos:
burgueses y proletarios, para teorizar una concepción
ternaria de las clases sociales,
introduciendo el concepto de clase
intelectual. Si bien la división marxista de las clases sociales en
burgueses y proletarios se basa, como sabemos, en la posesión o no de los
medios de producción, González Rojo entiende la clase intelectual como aquélla que se caracteriza por la posesión
de los medios intelectuales de producción, que la colocan en un
estadio intermedio entre el explotador capitalista y el obrero explotado. Es
decir, González Rojo piensa que la clase
intelectual no posee los medios
materiales de producción, pero tampoco es explotada su fuerza de trabajo
manual; lo que caracteriza a la clase
intelectual es la posesión de unos medios
intelectuales de producción, por lo que realiza un trabajo teórico-conceptual, que puede poner al servicio del capital
o al servicio del proletariado. La clase
intelectual se erige, así, en una tercera
clase o en una clase media. En
ese orden, la clase intelectual se encuentra ante dos perspectivas: la primera: puede enclasarse, tendiendo a
hacerlo por medio de un movimiento empírico en
sí, convirtiéndose en
aristocracia intelectual, o por un movimiento histórico para sí, proyectándose como clase dirigente que desplace a la
burguesía; la segunda perspectiva: puede desclasarse, colocándose fuera de sí, ya sea aburguesándose, es
decir: adoptando los valores de los dueños de los medios de producción, o
proletarizándose, acompañando y convirtiéndose en un trabajador manual con
aptitudes intelectuales.
Corrigiendo a Gramsci, quien como sabemos divide en
dos a la clase intelectual: intelectual
orgánico de la burguesía e intelectual
orgánico del proletariado, clasificación que se apega a la concepción
marxista, dualista, de las clases sociales, González Rojo parte de una concepción ternaria de las clases sociales
para, después de ello, proponer su propia clasificación de lo que llama la tercera clase: la clase intelectual, la cual divide en dos: la intelectualidad desclasada y la intelectualidad enclasada. La intelectualidad desclasada se
caracteriza por encontrarse fuera de sí,
es decir, por abandonar su esencia o sus intereses de clase, ya sea porque: A) se desclasa
adquiriendo los intereses y poniendo sus conocimientos al servicio de la clase
burguesa, o porque: B) se desclasa adoptando los intereses o
poniendo sus conocimientos al servicio de la clase proletaria. En otras
palabras: el desclasamiento de la clase intelectual, su situarse fuera de sí, se realiza aburguesándose o proletarizándose. En cuanto a la segunda división: la
intelectualidad enclasada, ésta se caracteriza por enclasarse de dos manera posibles: A) ya sea por medio de un enclasamiento
empírico que la convierte en una “aristocracia intelectual”, que busca
deslindarse de la vulgaridad del burgués y de la ignorancia del proletario, o
bien, B) ya sea por medio de un enclasamiento histórico que pretende
un enclasamiento para sí que
posibilite, en última instancia y apoyada por la fuerza revolucionaria de la
clase proletaria, el desplazamiento de la burguesía.
De la anterior clasificación, me interesa retomar
para mi presentación las concepciones de la
intelectualidad desclasada aburguesada
y la intelectualidad
enclasada empíricamente, pues ello me permitirá perfilar mis críticas a
las prácticas artísticas literarias canónicas y a la actividad científica en la
sociedad del conocimiento. Vamos a ello:
Como vimos, la intelectualidad desclasada aburguesada
es aquélla que subordina sus saberes, su técnica, su adiestramiento, su
conocimiento a los intereses de la clase dueña de los medios materiales de
producción. Esta intelectualidad opta por desclasarse
hacia arriba, plegándose dócilmente a los intereses de la burguesía, abocándose
a servir a dicha clase y resignándose a ser explotada por la misma; de esta
manera, se aleja de los intereses y las necesidades de los de abajo, o sea, de
la clase explotada. La intelectualidad
desclasada aburguesada olvida incluso sus propios intereses de clase, de
ahí que se afirme su des-clasamiento, adoptando los intereses, los valores, la
ideología de la clase dominante, mismos que introduce en su práctica
intelectual. Similar al intelectual orgánico de la burguesía de Gramsci, el intelectual desclasado aburguesado
pondrá al servicio de dicha clase su saber y su práctica. Ahora bien:
tratándose de prácticas artísticas, en concreto, de literatura, el intelectual desclasado aburguesado soslayará
de su quehacer cualquier referencia a asuntos sociales; mirará con desdén,
cuando no con enfado y con desagrado, toda escritura que introduzca
reivindicaciones de la clase explotada o reflexiones que tiendan a cuestionar
la explotación. No obstante, su desdén y su desagrado no se expresarán de
manera franca: el intelectual desclasado
aburguesado disfrazará su desprecio con un discurso que aboga por la
“reflexión libre y crítica” y por la práctica de un arte no contaminado por las
ideologías, ¡como si este alejamiento no fuera ya una ideología! En otro campo,
tratándose de prácticas científicas, el intelectual
desclasado aburguesado desconfiará de cualquier reflexión sociológica sobre
el conocimiento científico, apelando a la autonomía de éste y señalando que el
saber científico no obedece a circunstancias sociales, de poder, o de clase,
dado que el conocimiento científico es un saber neutro, un saber en sí no
contaminado por disputas ideológicas.
Por otro lado, la intelectualidad enclasada
empíricamente es una intelectualidad en sí, es decir, una intelectualidad que se deslinda de las otras
dos clases pues ve en ellas la ignorancia y la barbarie. Permítanme, por favor,
que cite largamente a Enrique González Rojo, quien explica así las
características de esta clase:
La intelectualidad en ocasiones
lucha por deslindarse “de los que están arriba” (de los poderosos capitalistas)
y “de los que están abajo” (de los trabajadores físicos). Se trata, en efecto,
de la aristocracia intelectual, de los filósofos, científicos, hombres
de letras, eruditos de todos sabores y colores que, valorando sus
conocimientos, su inteligencia, su creatividad espiritual como el bien más
preciado, menosprecian o ven encima del hombro no sólo a los parias o a los
obreros sin cultura, sino a los capitalistas, comerciantes, banqueros a quienes
califican como vulgares y primitivos. En cierto sentido los intelectuales de
este género, enclasados empíricamente, tienen un enclasamiento relativo
y precario. Su máxima no es luchar contra el sistema, o, lo que viene a ser igual,
pugnar porque desaparezca la clase capitalista propietaria y porque la clase
trabajadora caiga bajo su control intelectual, sino esforzarse por crear un islote
espiritual incontaminado. La intención de esta intelectualidad es lograr la
difícil estrategia del aislamiento y la adaptación. Quiere
aislarse para proseguir con su práctica cultural aristocratizante; pero busca
la adaptación porque, medrosa, no quiere tomar riesgos, ni embarcarse en
aventuras. Esto nos explica por qué un buen número de intelectuales en sí,
o enclasados empíricamente, opta por el apoliticismo. Por todo ello, esta clase
intelectual está lejos de separarse en realidad del régimen capitalista y
constituir un peligro para éste. (González Rojo Arthur, en: http://www.enriquegonzalezrojo.com/pdf/claseintelectuall.pdf)
Así las cosas, la intelectualidad
enclasada en sí pretende aislarse de todo movimiento social por medio de
prácticas que no buscan la aprobación de la clase trabajadora, dado que la
considera ignorante y bárbara, en tanto que, si bien a la clase burguesa no la
puede soslayar, pues ésta detenta los medios de producción y por lo mismo la
riqueza, tampoco busca su aprobación en torno a sus prácticas artísticas, pues
mira en ella vulgaridad y poco saber. En todo caso, la intelectualidad enclasada aristocratizante busca la aprobación
de su propia clase, de ahí que afirme su estar en sí, presentándose como “aristocracia intelectual”.
Toda vez anotadas las características de la intelectualidad desclasada burguesa y de
la intelectualidad enclasada en sí o
aristocratizante, me permitiré comparar estos dos tipos de intelectuales
con ciertas prácticas artístico-literarias, y cierta actividad científica en la
sociedad del conocimiento.
La teoría literaria más o menos reciente ha acuñado
el término canon para referir lo mismo una lista de obras consideradas
relevantes por una comunidad cultural, que una normativa de escritura. Así
pues, la palabra canon sirve para describir un conjunto de valores o un sistema
de normas adoptadas por la comunidad de escritores, a partir de las cuales esa
comunidad practica el oficio literario. En México, como en muchos países, el
canon está representado por un conjunto de obras y por un puñado de autores
prestigiados por la comunidad cultural o la clase intelectual. Ahora bien: en
México, el prestigio de obras y autores no necesariamente responde a las
virtudes estéticas, intrínsecas, de las obras. En México, el prestigio de obras
y autores puede darse a partir de su adscripción a ciertos valores promovidos
por la clase intelectual. La promoción de dichos valores puede darse desde una intelectualidad desclasada proletarizada
o una intelectualidad desclasada
aburguesada. Igualmente, dicha promoción puede darse desde una intelectualidad enclasada en sí o desde
una intelectualidad enclasada para sí.
A mi entender, la intelectualidad que dicta el canon en México es una intelectualidad aburguesada y/o una intelectualidad enclasada en sí, por
lo que la práctica artística-literaria queda subordinada a la promoción de unos
valores, unas normas y una conducta de corte burgués y aristocratizante. Por
ello, en el canon literario mexicano campea el apoliticismo disfrazado de
escepticismo ante las ideologías y el conformismo o la adaptación medrosa ante
la explotación del capital. En el caso de los escritores que buscan
afanosamente las becas proporcionadas por el FONCA, ellos son capaces de
mostrar un mínimo asomo de crítica a la estulticia, al saqueo, a la corrupción
y al pisoteo de la dignidad de la población que ejerce el gobierno mexicano con
tal de recibir 8 532 pesos mensuales y el espaldarazo del Estado y su área
cultural. Desde mi punto de vista, mejor sería que estos escritores innovaran
desde la autogestión —concepto también trabajado por González Rojo Arthur y que
los invito a revisar— nuevas formas de organización, financiamiento, creación y
difusión de sus obras, adquiriendo con ello autonomía en su práctica y
desplegando una postura realmente crítica con las condiciones de explotación y
barbarie bajo las que se encuentra la sociedad mexicana.
En cuanto a la sociedad
del conocimiento, como sabemos gracias a, entre otros, el filósofo mexicano
León Olivé, este concepto intenta describir los cambios en la sociedad
industrial y post industrial ocurridos durante la segunda mitad del siglo
XX. León Olivé nos informa que el
concepto sociedad del conocimiento
refiere, entre otras acepciones: “las transformaciones en las relaciones
sociales, económicas y culturales resultado de las aplicaciones del
conocimiento y del efecto de dichas tecnologías [de la información y de la
comunicación]” (Olivé, 2008: 46). Ahora bien, dentro de las transformaciones
sociales, culturales y económicas, León Olivé destaca “un desplazamiento de los
conocimientos hacia un lugar central como medios de producción y, por tanto,
una creciente importancia de las personas altamente calificadas en cuanto a sus
habilidades y conocimientos como insumos en la producción de bienes y servicios,
a grado tal que en algunos procesos son mucho más relevantes que los recursos
naturales” (Olivé, 2008: 46). Aquí es donde bifurcan, a mi entender, el fenómeno
descrito por el concepto sociedad del
conocimiento y la clasificación de los intelectuales propuesta por Enrique
González Rojo Arthur, pues nuestro homenajeado nos ha hablado de la clase intelectual como propietaria de
los medios de producción intelectual,
que puede poner al servicio de la clase hegemónica o al servicio de la clase
oprimida. Desgraciadamente, en esta sociedad del conocimiento en la que
vivimos, en donde impera una práctica tecnocientífica con amplios grupos
multidisciplinarios de trabajo, que requieren una fuerte inversión de capital,
el conocimiento busca la rentabilidad económica antes que la solución de
problemáticas sociales. Así, el científico se convierte en un intelectual desclasado aburguesado, pues
asume los intereses de la burguesía y el capital. Por lo tanto, en esa sociedad del conocimiento que tasa el
saber y lo valora a partir de su rentabilidad, el papel del filósofo de la
ciencia, y del filósofo sin más, es señalar la mercantilización del
conocimiento para buscar un giro en dicha práctica, que logre poner el
conocimiento no al servicio del capitalismo rapaz, sino al servicio de la
sociedad.
FUENTES
GONZÁLEZ ROJO ARTHUR, ENRIQUE.
“La clase intelectual y su presencia en la historia”, en: http://www.enriquegonzalezrojo.com/pdf/claseintelectuall.pdf
“Las revoluciones en la historia de la filosofía y la clase intelectual”, en: http://www.enriquegonzalezrojo.com/pdf/LASREVOLUCIONESENLAHISTORIA.pdf
OLIVÉ, LEÓN.
La ciencia y
la tecnología en la sociedad del conocimiento. Ética, política y epistemología. México, FCE, 2008. (Colección. Ciencia, Tecnología,
Sociedad).
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