28.11.17

ENTRE EL FONCA Y LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO: LA TEORÍA DE LA CLASE INTELECTUAL, SU ACTUALIDAD Y PROYECCIÓN

Esta intervención retoma “El concepto de clase intelectual”, considerado por Enrique González Rojo Arthur como uno de sus planteamientos filosóficos más relevantes, con la finalidad de realizar un par de críticas: la primera de ellas a la práctica intelectual de ciertos escritores aristocratizantes, adherentes pusilánimes a un canon, y la segunda, a la práctica de la comunidad científica en la llamada sociedad del conocimiento; actividad científica que la más de las veces responde a los intereses del capital antes que a las necesidades del conjunto de la sociedad. Una vez expuesto el objetivo de mi intervención, paso a desarrollarla.

En el texto titulado “La clase intelectual y su presencia en la historia”, Enrique González Rojo Arthur nos informa sobre el origen y el desarrollo de su concepto de clase intelectual. Ahí expone y argumenta que, a partir de una lectura crítica de la teoría marxista de las clases sociales, se ha propuesto ampliar la concepción dualista de dicha teoría, que divide las clases sociales en dos: burgueses y proletarios, para teorizar una concepción ternaria de las clases sociales, introduciendo el concepto de clase intelectual. Si bien la división marxista de las clases sociales en burgueses y proletarios se basa, como sabemos, en la posesión o no de los medios de producción, González Rojo entiende la clase intelectual como aquélla que se caracteriza por la posesión de los medios intelectuales de producción, que la colocan en un estadio intermedio entre el explotador capitalista y el obrero explotado. Es decir, González Rojo piensa que la clase intelectual no posee los medios materiales de producción, pero tampoco es explotada su fuerza de trabajo manual; lo que caracteriza a la clase intelectual es la posesión de unos medios intelectuales de producción, por lo que realiza un trabajo teórico-conceptual, que puede poner al servicio del capital o al servicio del proletariado. La clase intelectual se erige, así, en una tercera clase o en una clase media. En ese orden, la clase intelectual se encuentra ante dos perspectivas: la primera: puede enclasarse, tendiendo a hacerlo por medio de un movimiento empírico en sí, convirtiéndose en aristocracia intelectual, o por un movimiento histórico para sí, proyectándose como clase dirigente que desplace a la burguesía; la segunda perspectiva: puede desclasarse, colocándose fuera de sí, ya sea aburguesándose, es decir: adoptando los valores de los dueños de los medios de producción, o proletarizándose, acompañando y convirtiéndose en un trabajador manual con aptitudes intelectuales.

Corrigiendo a Gramsci, quien como sabemos divide en dos a la clase intelectual: intelectual orgánico de la burguesía e intelectual orgánico del proletariado, clasificación que se apega a la concepción marxista, dualista, de las clases sociales, González Rojo parte de una concepción ternaria de las clases sociales para, después de ello, proponer su propia clasificación de lo que llama la tercera clase: la clase intelectual, la cual divide en dos: la intelectualidad desclasada y la intelectualidad enclasada. La intelectualidad desclasada se caracteriza por encontrarse fuera de sí, es decir, por abandonar su esencia o sus intereses de clase, ya sea porque: A) se desclasa adquiriendo los intereses y poniendo sus conocimientos al servicio de la clase burguesa, o porque: B) se desclasa adoptando los intereses o poniendo sus conocimientos al servicio de la clase proletaria. En otras palabras: el desclasamiento de la clase intelectual, su situarse fuera de sí, se realiza aburguesándose o proletarizándose. En cuanto a la segunda división: la intelectualidad enclasada, ésta se caracteriza por enclasarse de dos manera posibles: A) ya sea por medio de un enclasamiento empírico que la convierte en una “aristocracia intelectual”, que busca deslindarse de la vulgaridad del burgués y de la ignorancia del proletario, o bien, B) ya sea por medio de un enclasamiento histórico que pretende un enclasamiento para sí que posibilite, en última instancia y apoyada por la fuerza revolucionaria de la clase proletaria, el desplazamiento de la burguesía.

De la anterior clasificación, me interesa retomar para mi presentación las concepciones de la intelectualidad desclasada aburguesada y la intelectualidad enclasada empíricamente, pues ello me permitirá perfilar mis críticas a las prácticas artísticas literarias canónicas y a la actividad científica en la sociedad del conocimiento. Vamos a ello:

Como vimos, la intelectualidad desclasada aburguesada es aquélla que subordina sus saberes, su técnica, su adiestramiento, su conocimiento a los intereses de la clase dueña de los medios materiales de producción. Esta intelectualidad opta por desclasarse hacia arriba, plegándose dócilmente a los intereses de la burguesía, abocándose a servir a dicha clase y resignándose a ser explotada por la misma; de esta manera, se aleja de los intereses y las necesidades de los de abajo, o sea, de la clase explotada. La intelectualidad desclasada aburguesada olvida incluso sus propios intereses de clase, de ahí que se afirme su des-clasamiento, adoptando los intereses, los valores, la ideología de la clase dominante, mismos que introduce en su práctica intelectual. Similar al intelectual orgánico de la burguesía de Gramsci, el intelectual desclasado aburguesado pondrá al servicio de dicha clase su saber y su práctica. Ahora bien: tratándose de prácticas artísticas, en concreto, de literatura, el intelectual desclasado aburguesado soslayará de su quehacer cualquier referencia a asuntos sociales; mirará con desdén, cuando no con enfado y con desagrado, toda escritura que introduzca reivindicaciones de la clase explotada o reflexiones que tiendan a cuestionar la explotación. No obstante, su desdén y su desagrado no se expresarán de manera franca: el intelectual desclasado aburguesado disfrazará su desprecio con un discurso que aboga por la “reflexión libre y crítica” y por la práctica de un arte no contaminado por las ideologías, ¡como si este alejamiento no fuera ya una ideología! En otro campo, tratándose de prácticas científicas, el intelectual desclasado aburguesado desconfiará de cualquier reflexión sociológica sobre el conocimiento científico, apelando a la autonomía de éste y señalando que el saber científico no obedece a circunstancias sociales, de poder, o de clase, dado que el conocimiento científico es un saber neutro, un saber en sí no contaminado por disputas ideológicas.

Por otro lado, la intelectualidad enclasada empíricamente es una intelectualidad en sí, es decir, una intelectualidad que se deslinda de las otras dos clases pues ve en ellas la ignorancia y la barbarie. Permítanme, por favor, que cite largamente a Enrique González Rojo, quien explica así las características de esta clase:

La intelectualidad en ocasiones lucha por deslindarse “de los que están arriba” (de los poderosos capitalistas) y “de los que están abajo” (de los trabajadores físicos). Se trata, en efecto, de la aristocracia intelectual, de los filósofos, científicos, hombres de letras, eruditos de todos sabores y colores que, valorando sus conocimientos, su inteligencia, su creatividad espiritual como el bien más preciado, menosprecian o ven encima del hombro no sólo a los parias o a los obreros sin cultura, sino a los capitalistas, comerciantes, banqueros a quienes califican como vulgares y primitivos. En cierto sentido los intelectuales de este género, enclasados empíricamente, tienen un enclasamiento relativo y precario. Su máxima no es luchar contra el sistema, o, lo que viene a ser igual, pugnar porque desaparezca la clase capitalista propietaria y porque la clase trabajadora caiga bajo su control intelectual, sino esforzarse por crear un islote espiritual incontaminado. La intención de esta intelectualidad es lograr la difícil estrategia del aislamiento y la adaptación. Quiere aislarse para proseguir con su práctica cultural aristocratizante; pero busca la adaptación porque, medrosa, no quiere tomar riesgos, ni embarcarse en aventuras. Esto nos explica por qué un buen número de intelectuales en sí, o enclasados empíricamente, opta por el apoliticismo. Por todo ello, esta clase intelectual está lejos de separarse en realidad del régimen capitalista y constituir un peligro para éste. (González Rojo Arthur, en: http://www.enriquegonzalezrojo.com/pdf/claseintelectuall.pdf)

Así las cosas, la intelectualidad enclasada en sí pretende aislarse de todo movimiento social por medio de prácticas que no buscan la aprobación de la clase trabajadora, dado que la considera ignorante y bárbara, en tanto que, si bien a la clase burguesa no la puede soslayar, pues ésta detenta los medios de producción y por lo mismo la riqueza, tampoco busca su aprobación en torno a sus prácticas artísticas, pues mira en ella vulgaridad y poco saber. En todo caso, la intelectualidad enclasada aristocratizante busca la aprobación de su propia clase, de ahí que afirme su estar en sí, presentándose como “aristocracia intelectual”.

Toda vez anotadas las características de la intelectualidad desclasada burguesa y de la intelectualidad enclasada en sí o aristocratizante, me permitiré comparar estos dos tipos de intelectuales con ciertas prácticas artístico-literarias, y cierta actividad científica en la sociedad del conocimiento.

La teoría literaria más o menos reciente ha acuñado el término canon para referir lo mismo una lista de obras consideradas relevantes por una comunidad cultural, que una normativa de escritura. Así pues, la palabra canon sirve para describir un conjunto de valores o un sistema de normas adoptadas por la comunidad de escritores, a partir de las cuales esa comunidad practica el oficio literario. En México, como en muchos países, el canon está representado por un conjunto de obras y por un puñado de autores prestigiados por la comunidad cultural o la clase intelectual. Ahora bien: en México, el prestigio de obras y autores no necesariamente responde a las virtudes estéticas, intrínsecas, de las obras. En México, el prestigio de obras y autores puede darse a partir de su adscripción a ciertos valores promovidos por la clase intelectual. La promoción de dichos valores puede darse desde una intelectualidad desclasada proletarizada o una intelectualidad desclasada aburguesada. Igualmente, dicha promoción puede darse desde una intelectualidad enclasada en sí o desde una intelectualidad enclasada para sí. A mi entender, la intelectualidad que dicta el canon en México es una intelectualidad aburguesada y/o una intelectualidad enclasada en sí, por lo que la práctica artística-literaria queda subordinada a la promoción de unos valores, unas normas y una conducta de corte burgués y aristocratizante. Por ello, en el canon literario mexicano campea el apoliticismo disfrazado de escepticismo ante las ideologías y el conformismo o la adaptación medrosa ante la explotación del capital. En el caso de los escritores que buscan afanosamente las becas proporcionadas por el FONCA, ellos son capaces de mostrar un mínimo asomo de crítica a la estulticia, al saqueo, a la corrupción y al pisoteo de la dignidad de la población que ejerce el gobierno mexicano con tal de recibir 8 532 pesos mensuales y el espaldarazo del Estado y su área cultural. Desde mi punto de vista, mejor sería que estos escritores innovaran desde la autogestión —concepto también trabajado por González Rojo Arthur y que los invito a revisar— nuevas formas de organización, financiamiento, creación y difusión de sus obras, adquiriendo con ello autonomía en su práctica y desplegando una postura realmente crítica con las condiciones de explotación y barbarie bajo las que se encuentra la sociedad mexicana. 

En cuanto a la sociedad del conocimiento, como sabemos gracias a, entre otros, el filósofo mexicano León Olivé, este concepto intenta describir los cambios en la sociedad industrial y post industrial ocurridos durante la segunda mitad del siglo XX.  León Olivé nos informa que el concepto sociedad del conocimiento refiere, entre otras acepciones: “las transformaciones en las relaciones sociales, económicas y culturales resultado de las aplicaciones del conocimiento y del efecto de dichas tecnologías [de la información y de la comunicación]” (Olivé, 2008: 46). Ahora bien, dentro de las transformaciones sociales, culturales y económicas, León Olivé destaca “un desplazamiento de los conocimientos hacia un lugar central como medios de producción y, por tanto, una creciente importancia de las personas altamente calificadas en cuanto a sus habilidades y conocimientos como insumos en la producción de bienes y servicios, a grado tal que en algunos procesos son mucho más relevantes que los recursos naturales” (Olivé, 2008: 46). Aquí es donde bifurcan, a mi entender, el fenómeno descrito por el concepto sociedad del conocimiento y la clasificación de los intelectuales propuesta por Enrique González Rojo Arthur, pues nuestro homenajeado nos ha hablado de la clase intelectual como propietaria de los medios de producción intelectual, que puede poner al servicio de la clase hegemónica o al servicio de la clase oprimida. Desgraciadamente, en esta sociedad del conocimiento en la que vivimos, en donde impera una práctica tecnocientífica con amplios grupos multidisciplinarios de trabajo, que requieren una fuerte inversión de capital, el conocimiento busca la rentabilidad económica antes que la solución de problemáticas sociales. Así, el científico se convierte en un intelectual desclasado aburguesado, pues asume los intereses de la burguesía y el capital. Por lo tanto, en esa sociedad del conocimiento que tasa el saber y lo valora a partir de su rentabilidad, el papel del filósofo de la ciencia, y del filósofo sin más, es señalar la mercantilización del conocimiento para buscar un giro en dicha práctica, que logre poner el conocimiento no al servicio del capitalismo rapaz, sino al servicio de la sociedad.

por Jaime Magdaleno

Texto leído el jueves 16 de noviembre de 2017 en el marco del "Conversatorio", organizado por la UACM-Del Valle, en honor a Enrique González Rojo Arthur. 


FUENTES

GONZÁLEZ ROJO ARTHUR, ENRIQUE.

“La clase intelectual y su presencia en la historia”, en: http://www.enriquegonzalezrojo.com/pdf/claseintelectuall.pdf

“Las revoluciones en la historia de la filosofía y la clase intelectual”, en:  http://www.enriquegonzalezrojo.com/pdf/LASREVOLUCIONESENLAHISTORIA.pdf

OLIVÉ, LEÓN.

La ciencia y la tecnología en la sociedad del conocimiento. Ética, política y epistemología. México, FCE, 2008. (Colección. Ciencia, Tecnología, Sociedad).

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