Introducción
Este texto se atreverá a existir amparado en dos
conceptos fundamentales en la obra de Charles Sanders Peirce: la abducción y el
falibilismo. A partir de la abducción el texto se permite recuperar una
intuición senti-pensada por quien esto escribe, según la cual en su ensayo
“Amor evolutivo”, Peirce realiza una crítica al liberalismo económico, tal y
como lo entiende G. W. F. Hegel. Por su parte, bajo el resguardo del
falibilismo, el texto se atreve a exponer la conjetura señalada en el título,
que tratará de ser demostrada o, por lo menos, explicada a lo largo del
presente escrito. Por lo tanto, el tema de este trabajo se centra en la crítica
que realiza Ch. S. Peirce al liberalismo económico en su ensayo “Amor
evolutivo”.
El motivo por el cual decidí reflexionar y
desarrollar este tema se debe a que el texto “Amor evolutivo” me produjo un
fuerte impacto. Empero, debo decir que el impacto se produjo, sobre todo, porque
Peirce para nada realiza su crítica en forma explícita. Antes bien, la apunta
mediante referencias, más o menos veladas, al “orden del discurso” dado sobre
la economía política decimonónica, imperante en su espacio-tiempo
epistémico-vital. Así pues, en este trabajo me propongo explicar dicha crítica.
Al referirme al pensamiento de Hegel utilizo un estudio de Herbert Marcuse, titulado
Razón y revolución. En cuanto a
Charles Sanders Peirce, expongo las ideas contenidas en su ensayo “Amor
evolutivo”. Por lo que toca a la estructura del trabajo, ésta consta de dos
partes: la primera de ellas se titula “Liberalismo económico en G. W. F. Hegel”, y
la segunda, “Crítica de Peirce a la economía política en ‘Amor Evolutivo’”. El
trabajo cierra con una tercera parte denominada “Conclusiones”.
Liberalismo
económico en G. W. F. Hegel
Se ha dicho que el pensamiento de Hegel apuntaló a la
naciente burguesía capitalista, no sólo por el hecho de cuestionar el pasado
orden feudal que privilegiaba estamentos por prejuicios religiosos o por
tradiciones aristocráticas, sino sobre todo por convertirse en la ideología del
derecho a la propiedad privada y al libre intercambio de mercancía. En efecto,
Hegel asume al sujeto como un individuo libre, que alcanza el reconocimiento de
su plena libertad a partir del derecho de ejercer su voluntad; ésta, a su vez,
fundamenta el derecho a la propiedad:
Apropiarse es, en el fondo,
simplemente manifestar la majestad de mi voluntad con respecto a las cosas, por
medio de la demostración que éstas no son completas por sí mismas, ni tienen
ningún propósito propio. Esto es llevado a cabo inculcando al objeto una meta
distinta de la que tenía primordialmente. Cuando la cosa viviente se convierte
en propiedad mía, adquiere otra alma distinta a la que tenía. Yo le doy mi
voluntad[1].
Hegel hace residir la libertad del sujeto en el
ejercicio de su voluntad; voluntad que se vuelca no sólo sobre el dominio de sí
sino también sobre el dominio de lo “otro”. ¿Cómo llegó Hegel a esta
conclusión? Por medio de la reflexión de una libertad subjetiva, misma que
subyace en la posibilidad de que el sujeto sea libre sólo al interior de su
pensamiento. Es en esa interioridad no condicionada por nada —pues el sujeto es
dueño de su propio pensamiento— donde se ejecuta la voluntad de ese mismo
sujeto. Una voluntad que, al saberse dueña de sí, se despliega hacia el
exterior con ánimo de apropiarse, también, de lo otro. Herbert Marcuse lo
expresa así: “La propiedad es consumada así por la voluntad libre, que
representa tanto la realización de la libertad como la de la apropiación”[2].
El sujeto moderno, para Hegel, es el sujeto que se
apropia de las cosas y les otorga por este simple hecho un nuevo valor, dado
que es el hombre el que les da una “meta distinta de la que tenían
primordialmente”. Antes de que el hombre se apropie de las cosas, éstas existen
sin un sentido; en cuanto el hombre se apropia de ellas, las dota de sentido y
por ello las cosas adquieren valor. El hombre hace valer las cosas y, por lo
mismo, es justo que le pertenezcan. En palabras de Hegel:
Una persona tiene el derecho de
dirigir su voluntad hacia cualquier objeto, como su meta real y positiva. El
objeto se hace así suyo. Como no tiene ningún fin en sí mismo, el objeto recibe
su significación y su alma de la voluntad. El hombre tiene el derecho absoluto
de apropiarse de todo lo que sea una cosa[3].
De esta manera, se fundamenta el derecho a la
propiedad privada. Ahora bien: si las cosas me pertenecen, si tengo derecho a
la propiedad privada de las cosas, tengo también el derecho de intercambiar
esas cosas como mejor me convenga. Surge así el libre comercio de mercancías o
liberalismo económico. Éste, busca la mayor rentabilidad mediante el
intercambio. Es decir: en el intercambio, el sujeto no busca el beneficio del
objeto que le pertenece; antes bien, procura el mayor beneficio para sí. No
obstante, los otros propietarios buscan lo mismo; esto es, van detrás del mayor
beneficio para cada uno de ellos, por lo que se desata una libre competencia egoísta —en el sentido de que sólo ve
por el interés del propio individuo, sin reparar en el de los otros.
Crítica de
Peirce a la economía política en “Amor evolutivo”
Es aquí donde entra la crítica que lleva a cabo Ch.
S. Peirce a la política económica de su tiempo, al cual llama “El Siglo
Económico”.
El siglo XIX está tocando su fin
rápidamente, y al revisar sus logros nos preguntamos qué carácter está
destinado a llevar en las mentes de los historiadores del futuro, en
comparación con otros siglos. Se llamará, supongo, el Siglo Económico, puesto
que la economía política tiene más relaciones directas con todas las ramas de
su actividad[4].
En “Amor evolutivo” Peirce realiza la crítica a la
economía “de la codicia”, fundamentada en la “Inteligencia al servicio de la
avaricia”:
La Inteligencia al servicio de la
avaricia garantiza los precios y contratos más justos, la conducta más
inteligente en todos los tratos entre los hombres, y conduce, al summum bonum, comida en abundancia y
perfecta comodidad. ¿Comida para quien? Pues para el codicioso maestro de la
inteligencia[5].
Este “codicioso maestro de la inteligencia” es, a mi
entender, el sujeto que se arroga el derecho
de propiedad sobre los objetos y practica el libre comercio de los mismos, introduciendo así una libre competencia que no ve por el bien
común sino por el bien personal, entendido éste como la obtención de la ganancia mayor o el mayor beneficio
económico en el libre intercambio de
mercancías. Esto es: por medio de sentencias más o menos directas, Peirce
realiza la crítica al liberalismo económico del siglo XIX que, como ya vimos,
encuentra su fundamento en G. W. F. Hegel.
Por otro lado, Peirce observa, atónito e incrédulo,
cómo se ha pretendido justificar la lógica anteriormente descrita desde la
teoría económica, que no ve egoísmo o avaricia alguna en el liberalismo
económico; antes bien, para esta teoría el libre comercio se fundamenta en el
amor.
Abro un manual sobre economía
política [en donde] El autor enumera “tres motivos para la acción humana:
El amor a uno mismo.
El amor a una clase limitada que
tenga intereses y sentimientos en común con uno mismo.
El amor a la humanidad en general”[6].
A continuación, perspicaz y lúcido, Peirce da cuenta
de la pretensión de la teoría de convalidar los actos egoístas del libre
comercio mediante ese pretendido “amor”:
Para empezar, nótese qué titulo
más obsequioso se le confiere a la avaricia: “El amor a uno mismo”. ¡Amor! El
segundo motivo es el amor. En lugar
de “una clase limitada”, ponga “ciertas personas” y tendrá una descripción más
justa[7].
Peirce no muerde el anzuelo retórico sobre las
bondades del libre comercio, por lo que enfoca su argumentación en explicar
cómo el “amor”, dentro de la acción económica, no se dirige hacia los otros
sino, en realidad, se dirige hacia uno mismo. En ese sentido, si efectivamente
el “amor” motivara la acción económica, en todo caso, se trataría de un amor
propio, de un egoísmo que busca, únicamente, satisfacer la codicia personal
antes que el bienestar colectivo.
Efectivamente, son beneficiosos en
el “más alto grado” sin excepción para el ser que recibe todas sus bendiciones,
a saber, el Yo, cuyo “único objeto”, dice el escritor, al acumular riqueza es
su propio “sustento y diversión”[8].
En la lógica de la economía moderna no ve Peirce
ningún amor ágape (amor dirigido al
otro) sino en todo caso un amor eros
(amor que busca la satisfacción personal).
Ahora bien: es el re-conocimiento de la lógica
egoísta que priva en la economía liberal lo que lleva a Peirce a entender por
qué una teoría como la de Darwin (que, según Peirce, se basa en “la exclusión
de los débiles”) puede convertirse en la explicación dominante sobre la
evolución. Frente a esa teoría que privilegia la “libre competencia” entre las
especies, que “excluye a los débiles”, Peirce propondrá otra que explica la
evolución en términos del amor ágape,
que incorpora variaciones en las especies a partir del amor hacia el otro.
Conclusiones
Llegado al punto anterior, Peirce ensaya una teoría
de la evolución a partir del amor, que denomina “Amor evolutivo”. Ése es,
precisamente, el interés primordial de su texto. No obstante, el interés del
mío fue exponer cómo, en “Amor evolutivo”, Peirce realiza la crítica al
liberalismo económico del siglo XIX, fundamentado en el pensamiento de Hegel.
Espero haber demostrado mi intuición con explicaciones sólidas, para que la
abducción que tuve sobre el tema cobre sentido.
por Jaime Magdaleno
F U E N T E
S
Marcuse, Herbert. Razón
y revolución. Alianza editorial, Madrid, 1986. 441 págs.
Peirce, Charles S. “Amor evolutivo”, en: Obra
filosófica reunida. Tomo I (1867-1893). Nathan Houser y Christian Kloesel
(editores). F.C.E., México, 2012. p.p. 396-415.
[1] Citado por
Herbert Marcuse en Razón y revolución.
p. 189.
[2] Íbid. p. 188.
[3] Citado por
Herbert Marcuse. Op. Cit. p.
190.
[4] Charles
Sanders Peirce, “Amor evolutivo”, en Obra
filosófica reunida. p. 398.
[5] Ídem.
[6] Ídem.
[7] Íbid. p. 399.
[8] Ídem.
No hay comentarios:
Publicar un comentario